Recientemente fuimos invitados a participar en la Jornada "Salud mental: contextos, determinantes sociales y nuevos dilemas", celebrada en el Ateneo de Madrid.
Pueden consultar el vídeo del acto completo aquí:
https://youtu.be/E1fGbvqShD8?si=uNgHRGpwZgjXFWcd
Y aquí tienen nuestra intervención:
Lo que hemos decidido (no) ser
Buenas tardes, mi nombre es Amaia Vispe vengo de Tenerife aunque soy donostiarra y quiero agradecer a Silvia la oportunidad que me ha dado de poder hablar aquí en el Ateneo.
Soy enfermera y siempre hablo desde este lugar, aunque las cosas de las que hablo en estos encuentros entiendo que son trasversales a las profesionales que nos dedicamos a las relaciones de ayuda.
Yo terminé la residencia de enfermería de salud mental hace más de 20 años y aunque desde entonces trabajo en el servicio de psiquiatría, a día de hoy, TRISTEMENTE no ocupo una plaza de enfermera especialista (a pesar de tener una plaza fija) porque en mi comunidad autónoma no está reconocida la categoría en relación al puesto de trabajo. No es algo que ocurra solo en Canarias sino en muchas comunidades. En los servicios de psiquiatría no se prioriza la contratación de enfermeras especialistas. Entiendan que esta no es solo una reivindicación laboral sino que estamos hablando de que nuestros ciudadanos y ciudadanas no son atendidas por aquellas profesionales mejor formadas. Y así estamos.
Así que sí, voy a hablar desde la enfermería. Somos el personal más numeroso en los dispositivos hospitalarios y en los equipos comunitarios. Somos las profesionales más cercanas a las personas y a sus historias. Y somos quienes más tiempo pasamos a su lado con diferencia. Evidentemente lo que hoy voy a hablar no necesariamente representa a todo el colectivo de mi profesión pero sí a un pequeño grupo de amigas y compañeras con las que yo trabajo.
Somos una pequeña muestra de que con buenas ideas y buena compañía se pueden hacer trabajos alejados de la idea de incapacidad y a la idea de irresponsabilidad que llevan aparejados los diagnósticos de trastorno mental grave. Durante estos 15 años hemos plantado y esparcido semillas allá donde han querido escucharnos y conocer de cerca nuestro trabajo.
Un punto que creemos importante resaltar desde el principio es que todo profesional realiza de forma continua una elección. Estamos continuamente eligiendo. Elegimos qué forma de trabajo queremos desarrollar en base a las ideas que escogemos seguir. Estos dos aspectos están totalmente relacionados, escogemos consciente o inconscientemente unos presupuestos filosóficos, que nos llevan a tratar a las personas de determinada manera y, a su vez, la forma en que queremos tratar a las personas determina qué teorías y modelos nos gustan y cuáles no. Es necesario elegir y, si no eliges, lo biopsicosocial te elige a ti.
Trabajamos en un Equipo Comunitario Asertivo donde apoyamos y acompañamos a las personas en sus domicilios o en los recursos alojativos, con un enfoque orientado a la recuperación centrada en las historias personales y de fortaleza.
Somos enfermeras callejeras, en donde un café no es sólo un café, en donde un abrazo, un apretón de manos y una palmada en las espalda nos reconoce en el otro. Trabajamos en esos lugares en donde el sufrimiento traspasa lo profesional y se cuela en lo personal. Somos enfermeras comunitarias, alejadas de la influencia de la industria farmacéutica (nunca nos verán en ningún sarao patrocinado para vendernos las bondades de tal o de cual inyectable). Somos enfermeras feroces que nos peleamos por lo que consideramos justo. Somos enfermeras que nos emocionamos, que queremos y acompañamos las vidas de las personas a las que cuidamos. Somos enfermeras formadas en prácticas narrativas y centradas en soluciones, alejadas de las ideas de normalidad. Somos enfermeras que creemos más en las personas que en las pastillas. Generadoras de esperanza y acostumbradas a la desesperanza. Expertas en ensanchar las historias de vida de las personas.
Y en el transcurso de los años hemos tomado decisiones…
No nos verán nunca defendiendo o utilizando conceptos como conciencia de enfermedad y adherencia al tratamiento. Conceptos que aprisionan, que restringen y que estigmatizan. La conciencia de enfermedad, aunque les pese a muchos psiquiatras con complejo de neurólogos, no es un síntoma de un trastorno sino una técnica de poder, por la cual el paciente tiene que pasar por el aro del profesional y si se niega, le añadimos otro ítem en su lista de síntomas. El concepto de conciencia de enfermedad interesadamente confundida con el síntoma neurológico de anosognosia, lleva al absurdo de que es el paciente el que acaba dándole la razón al psiquiatra. En cuanto a la adherencia al tratamiento, creemos que es importante no pensar en la persona que atendemos como si fuera una superficie adhesiva sino alguien con capacidad de decisión sobre qué remedios le ayudan más o menos.
Nosotras no creemos en los diagnósticos porque somos conscientes de la subjetividad de los sufrimientos que atendemos. Las clasificaciones se suceden, los diagnósticos bailan y no tiene sentido creer en agrupaciones de síntomas ordenadas por profesionales con conflictos de interés más largos que esta charla, sin que conozcamos ninguna base biológica de los llamados trastornos mentales. Ya que carecemos completamente del conocimiento de ninguna fisiología de lo mental, es absurdo atreverse a imaginar una fisiopatología que desemboca en determinados diagnósticos. Dicho esto, sí creemos en las narraciones. Creemos que las personas están llenas de narraciones y nuestro papel es ayudarlas a contarse desde la narración que más les ayude en su situación. A veces, incluso, nos encontramos con personas para las cuales la narración más útil es el diagnóstico. Y a pesar de que nosotras no creemos en las clasificaciones diagnósticas, hemos aprendido a ensanchar la historia del diagnóstico para que no se convierta en la historia única, verdadera y totalizante de la persona. Nosotras entendemos que entre las formas de narrar la experiencia de la locura están, por una lado, los intentos científicos de explicarla y en el extremo opuesto están las narrativas personales particulares basadas en la experiencia de la persona. Diferentes culturas desarrollan formas distintas de interpretar la locura. Y diferentes colectivos, dentro de una misma cultura, también darán diferentes explicaciones sobre la misma, y esto dependerá mayoritariamente de su implicación con la misma. Para las personas con sufrimiento psíquico puede haber explicaciones de su malestar que les resulten más útiles y más dignas que las explicaciones que puedan servir a sus familiares. Las personas afectadas por un proceso psicótico pueden contarse la historia de su locura de una manera que les haga más fácil convivir con ella, que puedan llegar a soportar y controlar sus miedos con una determinada historia, pero quizás para sus familiares esta versión del relato no pueda ser comprensible, quizás ellos prefieran un relato de neurotransmisores.
Hemos decidido cuidar nuestro lenguaje. Para reconocer y salvaguardar la dignidad de las personas. Hablamos de las personas como si estuvieran delante porque eso implica un respeto que nunca debe ser olvidado. Las palabras no son inocentes, llevan un lastre. Tal como hablamos actuamos. Dependiendo de las palabras que utilicemos, así será nuestro mundo. También sabemos reconocer y nos reconocemos en los lugares de poder. En donde los relatos tienen una mayor capacidad de ser escuchados, difundidos y legitimados. Sabemos que las palabras tienen tanto poder que ellas pueden destruir o construir a una persona.
La vida y las relaciones son un forcejeo constante. Nosotras creemos que las relaciones se sustentan en cuatro patas: estabilidad, seguridad, afecto y límites. Y trabajamos desde ahí. Los profesionales, cuando estamos mediados por el miedo, la responsabilidad y el poco conocimiento de las historias personales, invertimos poco en el afecto y mucho en poner límites, y esto funciona al revés. Cómo dice Laura Martín, cuanta más ignorancia más coerción.
No rechazamos las contradicciones sino que las habitamos, con respeto y humildad. Sabemos que estamos dentro del sistema, que la coerción es inherente a nuestra profesión. También padecemos inseguridades y miedo. Nuestra profesión no es clara, caminamos entre brumas, en espacios nebulosos llenos de inercias. Ante este caos que también habitamos, reflexión colectiva.
En nuestra relación profesional, las personas nos cuentan las historias de sus vidas. Narraciones cargadas de frustración, de desesperación y de dolor, que llegan a convertirse en el único relato de su existencia y nosotras las escuchamos muy atentamente, sin desautorizar y sin desdramatizar la historia de su vida. Toda historia de desesperación lleva aparejada una historia de superación llena de habilidades y recursos. Nosotras estamos decididas a buscar y honrar las habilidades y recursos de las personas. Lo que intentamos hacer con las historias que nos cuentan las personas a las que cuidamos es construir conjuntamente futuros en donde no se vean como enfermas, ni como crónicas, ni como discapacitadas, sino que se vean y les veamos como personas competentes, que tienen los recursos necesarios para salir adelante a pesar de su particular manera de ver su propia realidad y de su particular manera de relacionarse con el mundo.
La cotidianidad te da información y te permite niveles de acción que no te permite el despacho. Por eso somos enfermeras callejeras. Esto es una de las grandes contribuciones de Willian Madsen, lo que él llama el trabajo colaborativo que se centra sobre todo en lo que él llama profesionales de primera línea (trabajo social, psicólogos de servicios sociales, enfermeras visitadoras) que trabajan en el domicilio, que trabajan en la cotidianidad. Él hace una diferencia entre la terapia y el trabajo colaborativo a través de dos slogan: en terapia sería, “sentémonos y hablemos” y en el trabajo colaborativo sería “caminemos y hablemos”. Quiere decir que en la ayuda concreta en la que estoy comprometido contigo, como por ejemplo acompañarte a hacer una gestión, tendremos un tiempo valioso para hablar y podemos aprovecharlo para charlar de:
¿Cómo te gustaría que fuera tu vida?
¿Qué cosas te lo impiden?
¿Qué cosas te lo facilitan?
¿Cuál es el primer paso que puedes empezar a dar en esa dirección?
Esto nos permite construir una conversación eficaz, capaz de provocar el cambio inserto en la cotidianidad del paciente. Marcelo Packman dice que la gran mayoría de veces, logramos ser terapéuticos con algo que no parece terapia.
También hemos leído a Michael White y David Epston que son los creadores de la Terapia Narrativa. Ambos rediseñaron muchas ideas clásicas de la Terapia Familiar europea y norteamericana, basándose en la filosofía de la ciencia, la historia de las ideas, la filosofía posmoderna, la psicología social, la teoría feminista y la teoría literaria. Este movimiento, que brota del posmodernismo y del constructivismo social, emerge con las siguientes ideas de partida y nosotras las tenemos muy presentes en nuestro trabajo:
- la realidad es construida socialmente.
- las personas elaboran la realidad a través del lenguaje.
- las realidades se organizan y se conservan a través de la narrativa.
- no existen verdades esenciales.
Nosotras aspiramos a simplemente permanecer fuera del territorio tal como es definido por el conocimiento psiquiátrico y tal como es estructurado por los discursos patologizantes. Actualmente los profesionales tenemos una cantidad realmente enorme de oportunidades para patologizar las vidas de las personas. Esas maneras de hablar e interactuar con las personas las colocan del otro lado del conocimiento, es decir, por fuera del conocimiento.
Este discurso patologizante va muy unido a la prescripción de tratamiento, como todos ustedes saben. Nuestra postura frente a la toma de medicación nos sitúa a interesarnos por descubrir de qué manera los fármacos pueden ser o no ser “habilitantes” para la persona. Esta curiosidad nos podría llevar a preguntarnos a nosotros mismos:
¿Cómo podríamos ayudar a las personas a determinar si los fármacos contribuyen a mejorar su calidad de vida?
¿Cómo podríamos ayudar a las personas a determinar de qué manera esos fármacos podrían ser habilitantes y de qué manera podrían ser incapacitantes?
¿Cómo podríamos ayudar a las personas a controlar los efectos de los diferentes fármacos y las diferentes dosis?
¿Cómo podríamos ayudar a las personas a evaluar los verdaderos efectos de la medicación sobre sus vidas y sobre sus relaciones con los otros?
¿Cómo podríamos ayudar a las personas a informarse a fondo acerca de los diversos efectos secundarios negativos de estos fármacos?
Nosotras hemos visto usar medicamentos de modo que logran tener un efecto profundo en la ampliación de los horizontes de la vida de las personas, de modo que brindan una amplia gama de nuevas posibilidades para el control de sus vidas. Y también hemos visto usar fármacos con fines principalmente de control social, de un modo que disminuyen significativamente las posibilidades de elegir y controlar la vida de uno.
En nuestro trabajo, el trabajo comunitario, no queremos reproducir el modelo hospitalario a la comunidad. Ni tampoco nos dedicamos a estar hablando de conciencia de enfermedad ni de adherencia al tratamiento farmacológico. No es nuestro objetivo ni creemos que esto sea útil para las personas. A lo que nosotras estamos enfocadas es hacia cómo podemos colaborar con las personas para que estas se recuperen, para que consigan ser autónomas, independientes, para que consigan ser la mejor versión de sí mismas y para que puedan formar parte de la comunidad con todos sus derechos y obligaciones.