sábado, 1 de octubre de 2011

Habla de mí como si estuviera a tu lado


Juan Gervás es una figura de referencia en ciertos ámbitos médicos de este país. Colaborador de la plataforma No Gracias y del Equipo Cesca, entre otras muchas actividades, es un incansable luchador por la medicina basada en el (buen) trato al paciente, la formación científica libre de humos industriales y la ética profesional. No tenemos (aún) el gusto de conocerle en persona, pero hemos leído distintos trabajos y opiniones suyas y nos parece un maestro de cómo debería ser la práctica de la medicina. Recientemente ha llegado a nuestras manos un artículo que escribe Gervás junto a Mercedes Pérez Fernández y que será publicado en la revista Norte de Salud Mental próximamente. Se títula El enfermo mental espera respeto del profesional. Varios ejemplos, y nos ha parecido sencillamente admirable.

Recomendamos sin duda su lectura, que encontraréis en el siguiente enlace. Pero no nos resistimos a transcribir algunas de sus palabras:

El enfermo mental es persona con todos los derechos legales y morales. Merece por ello el máximo respeto. Su enfermedad es sólo una característica, no su esencia.

Pero los enfermos mentales son sobre todo enfermos; es decir, personas frágiles, personas que se sienten amenazadas en sus expectativas vitales, personas desvalidas, personas doloridas, personas desconcertadas, personas confundidas, personas perplejas.

El enfermo mental puede llegar a perder su "humanidad", como en algunos manicomios, o en otros lugares de encierro, pero también en la calle, cuando se convierte en vagabundo y corre peligro de muerte (de ser asesinado en nombre de ideologías de extrema derecha, o de simple orgía de violencia). Pero el paciente siempre es humano, siempre merece el trato cortés. Cortesía no implica distancia, y muchas veces el "usted" es mucho más democrático que el "tú". Preguntarle al paciente cómo quiere ser llamado no cuesta nada: Don Pepe, José, Sr. García, Pepito,... ¿tanto cuesta dar ese gusto, hacerle ver al paciente que sigue mereciendo un trato digno y cortés? Lo cortés no quita lo valiente, dice el refrán, y lo cortés no impide el buen trabajo clínico. Las cosas se pueden pedir por favor con más persuasión que si se "mandan".

Los enfermos mentales merecen el respeto debido a toda persona. Son individuos con expectativas vitales, con vida interior, con sentimientos, con valores, con virtudes y vicios, con frustraciones, con esperanzas. Los enfermos mentales quieren ser amados y respetados, como todos los demás seres humanos.

Desde luego, recomendamos la lectura del artículo completo porque, especialmente para los profesionales que trabajamos con (en realidad, para) estas personas, su mensaje debería ser de obligado cumplimiento.

En la bibliografía de este artículo encontramos a su vez un documento que nos parece sumamente interesante: la Declaración de Luxor sobre los Derechos Humanos para los Enfermos Mentales, suscrita por la Federación Mundial de la Salud Mental en 1989. Recogeremos también algunas de sus palabras:

[...] los seres humanos designados públicamente o diagnosticados profesionalmente y tratados o ingresados como enfermos mentales, o afectados por una perturbación emocional, comparten, según los términos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948, "la dignidad inherente" y "los derechos iguales e inalienables de los miembros de la familia humana".

Los derechos fundamentales de los seres humanos designados o diagnosticados, tratados o definidos como mental o emocionalmente enfermos o perturbados, serán idénticos a los derechos del resto de los ciudadanos. Comprenden el derecho a un tratamiento no obligatorio, digno, humano y cualificado, con acceso a la tecnología médica, psicológica y social indicada; la ausencia de discriminación en el acceso equitativo a la terapia o de su limitación injusta a causa de convicciones políticas, socio-económicas, culturales, éticas, raciales, religiosas, de sexo u orientación sexual; el derecho a la vida privada y a la confidencialidad; el derecho a la protección de la propiedad privada; el derecho a la protección de los abusos físicos y psico-sociales; el derecho a la protección contra el abandono profesional y no profesional; el derecho de cada persona a una información adecuada sobre su estado clínico. El derecho al tratamiento médico incluirá la hospitalización, el estatuto de paciente ambulatorio y el tratamiento psico-social apropiado, con la garantía de una opinión médica, ética y legal reconocida y, en los pacientes internados sin su consentimiento, el derecho a la representación imparcial, a la revisión y a la apelación.

[...] será positivo que se aplique lo mejor en interés del paciente y no en interés de la familia, la comunidad, los profesionales o el Estado. El tratamiento de las personas cuyas posibilidades de gestión personal se hayan visto mermadas por la enfermedad, incluirá una rehabilitación psico-social dirigida al restablecimiento de las aptitudes vitales y se hará cargo de sus necesidades de alojamiento, empleo, transporte, ingresos económicos, información y seguimiento después de su salida del hospital.

Como ven, un texto bastante claro. Nos parece especialmente resaltables algunos puntos:

Los derechos inalienables de todo individuo, consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas, suscrita por nuestro país, no se suspenden por razón de padecer una enfermedad mental de ningún tipo. El paciente afecto de psicosis, de esquizofrenia, de trastorno mental grave o como queramos llamarlo, mantiene todos sus derechos y nosotros debemos, como profesionales, respetarlos y hacer que sean respetados. Es cierto que los pacientes pueden ser obligados a internamientos involuntarios por razones clínicas en momentos en que su estado mental lo haga imprescindible, siempre bajo autorización judicial y por el menor tiempo posible. Pero, en caso de pacientes ambulatorios o ingresados de forma voluntaria, no tenemos absolutamente ninguna autoridad para decidir qué deben o no hacer con sus vidas. Por ejemplo: ni dónde o con quién deben vivir, ni qué actividades formativas o laborales llevar a cabo o no.

Es decir, y para que no se nos entienda mal: como profesionales sanitarios, debemos recomendarles lo que creemos más saludable en relación con su enfermedad. Pero nadie nos ha autorizado a pasar el límite de la recomendación o consejo médicos y arrogarnos un supuesto poder sobre la vida del paciente. Ni tenemos ese poder ni sería en absoluto terapéutico que lo tuviésemos. Más ejemplos: debemos recomendar al paciente que lo necesite el cumplimiento de su medicación. Y recomendar la abstinencia del consumo de tóxicos si eso le provoca, como es frecuente, problemas clínicos personales y sociales al paciente. O recomendar las vías de rehabilitación y recuperación que veamos más útiles en su caso concreto. Por supuesto que sí a todo ello. Pero, más allá de éstas y otras recomendaciones basadas en nuestra labor de tratamiento y cuidado, ¿quiénes nos creemos que somos para ordenarle a nadie, psicótico o no, cómo debe vivir su vida? ¿Tan perfectas son las nuestras para que seamos tan atrevidos? (Aunque nosotros en concreto estamos bastante contentos con nuestra vida actual, no por ello tenemos la menor idea de cómo deben vivir los demás las suyas en lo referente a sus asuntos personales).

En otro orden de cosas, también queremos comentar la insistencia de la Declaración en que nuestro servicio profesional debe enfocarse en el bien del paciente y no en el de la familia, porque algunas veces no son exactamente lo mismo. En fin, que nos da un poco de pena tener que escribir una entrada recomendando el respeto hacia el paciente, como persona que sufre. Estamos también cansados de la confusión entre juicios clínicos y juicios morales. Estamos cansados de que supuestas descripciones clínicas del paciente que atendemos sean en realidad juicios de valor, del tipo: "es un manipulador", "sólo son llamadas de atención" (el que esté libre de manipulación o de querer llamar la atención de alguien, que tire la primera piedra), y otras lindezas semejantes. Como seres humanos que somos, nos resulta inevitable realizar juicios de valor acerca de los otros. Pero no debemos mezclarlos con lo que deberían ser juicios técnicos propios de nuestra actividad profesional. Nuestra supuesta posición de autoridad no puede usarse, ni siquiera sin mala intención, para emitir lo que no son sino opiniones negativas disfrazadas de diagnósticos. Se emiten esos juicios como si el profesional supiera todo acerca de la persona que tiene delante, como si se le hubiera revelado, en virtud de una cualificación profesional que, créannos, no da para tanto, sus más ocultas motivaciones, pensamientos, deseos e intenciones. Y todo ello en base a entrevistas de veinte minutos cada tres o cuatro meses. Jugamos a adivinos y creemos a veces que sabemos todo lo que le pasa al paciente, por qué le pasa y qué debe hacer para que no le pase.

Y como decimos desde hace años, todos los profesionales deberíamos seguir la norma de hablar entre nosotros de los pacientes siempre imaginando que los tenemos al lado en ese momento. Probadlo: imaginad el rostro del paciente del que vais a hacer un comentario. Y luego imaginad sus palabras:

Habla de mí como si estuviera a tu lado.


1 comentario:

  1. Imprescindible; gracias por el post; procuro darle publicidad.
    Saludos,

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