En esta entrada intentaremos ofrecer un amplio resumen de un texto, en nuestra opinión, imprescindible. Se trata del capítulo “Constructivismo y narrativa. Un nivel diferente para la integración” escrito por Beatriz Rodríguez Vega, en el muy interesante libro “La práctica de la Psicoterapia”, del que es coautora junto a Alberto Fernández Liria. Vamos a ello:
La evolución de las ideas en psicoterapia corre en paralelo a la evolución de las ideas en el mundo del pensamiento y se deja influir por él. Es por ello que “la forma de entender” el proceso psicoterapéutico ha sido el reflejo de la “forma de entender” el mundo que se discutía en los foros de Filosofía, Física, Química, Matemáticas, Cibernética…
La psicoterapia, como forma de tratamiento ha cumplido cien años. A principios de siglo, en los albores del tratamiento psicoterapéutico, la ciencia seguía empeñada en desarrollar teorías que reflejasen una correspondencia perfectamente ajustadas con el mundo de fuera, lo que el mundo “realmente es”.
Los científicos estaban comprometidos en la tarea de “descubrir” principios y teorías válidas que, si todavía no habían sido capaces de explicar completamente, el mundo, era sin duda, por una falta de desarrollo de instrumentos. Se progresaba de forma lineal en el conocimiento, de modo que se mantenía la ilusión de que si se iban descubriendo y teniendo en cuenta la multitud de variables que intervenían en un proceso dado, sería posible descubrir con exactitud el proceso y , por tanto, controlarlo. El conocimiento avanzaba por aposición, es decir, añadiendo más variables que iban siendo descubiertas y, por tanto, mejorando la metodología de los diseños experimentales. Era posible, pues, el conocimiento de un mundo, que estaba fuera del investigador, esperando a ser descubierto.
De esta forma, las imágenes que dominaron el mundo de la psicoterapia reflejaban esa pretensión. A principios de siglo, con el auge psicoanalítico, la metáfora que dominaba era la de energía, proveniente del campo de la Física (termodinámica). El ser humano (el hombre, el varón, era su modelo) se explicaba como producto de una dinámica de fuerzas, que luchaban por la expresión de los impulsos frente a la represión de los mismos. La energía instintiva pugnaba por descargarse, frente a las barreras impuestas por la censura superyoica (motor hidráulico).
A mediados de siglo, la aparición de la cibernética, como la ciencia de la comunicación y del control en máquinas y seres vivos, permitió la utilización de otro tipo de metáforas. En esta ocasión era la información, desplazándose por los circuitos mentales, la que dio lugar a la analogía cognitivista del cerebro como un ordenador. Pero en todos los casos el terapeuta perseguía una descripción del mundo, del sujeto y de su entorno que se situaba como algo ajeno a él o ella y sobre lo que podía intervenir armado de pericia.
En el modelo sistémico, las primeras metáforas fueron las del sistema y las de la cibernética. En la primera imagen, la de sistema, y siguiendo ideas de Bertalanffy (1968), se pretendía una teoría general que diera cuenta del funcionamiento de los sistemas humanos, lo mismo que era capaz de explicar otros sistemas biológicos o químicos. Se describió a la familia como un sistema y se trajeron analogías del campo de la Física o de la Química o de la Cibernética. La familia era descrita como una “estructura” determinada, que era posible modificar por un terapeuta suficientemente entrenado en el uso de determinadas técnicas.
Del uso de estas metáforas se desprende que el terapeuta es capaz de “descubrir” lo que está mal en el sujeto o en la familia y entrar en una relación en la que pone en práctica una serie de técnicas, a través de las cuales “arregla” lo previamente disfuncional.
Pero como señala David Paré (1995) el cambio de los modelos psicoterapéuticos sigue las ideas propuestas por Kuhn (1962) para explicar las revoluciones científicas. La ciencia, para Kuhn atraviesa por una serie de estadios. El primero de ellos, un estadio preparadigmático, las distintas escuelas luchan por difundir sus ideas y conseguir la mayor influencia explicativa. Una de ellas, es la que se impone a las demás, de modo que la ciencia entra en un estadio de “ciencia normal”, donde los acontecimientos se describen de acuerdo a los presupuestos de un paradigma determinado. Paralelo a ello, los científicos van acumulando datos de fenómenos que ocurren y cuya explicación es difícil dentro del marco del paradigma imperante. Sin embargo, antes de que se produzca un cambio de paradigma, el mundo científico atraviesa por un periodo de transición que Kuhn denominó “periodo de inseguridad profesional pronunciada”. Durante este periodo, se suceden las voces críticas al paradigma que sigue siendo aún dominante, pero incapaz de ofrecer una explicación satisfactoria de los fenómenos en cuestión.
Las ideas de Kuhn han servido para que unos autores describan la evolución de las ideas psicoterapéuticas hacia un modelo postmoderno, constructivista que señala en la dirección de la integración de las psicoterapias.
En el pensamiento tradicional, las distintas imágenes filosóficas del mundo, sociales o individuales, tiene en común el supuesto de que no solo existe una “realidad real”, sino esa realidad se corresponde más claramente con ciertas teorías y no con otras. Los distintos modelos dan por sentado y admiten que existe una realidad independiente del observador.
El malestar acumulado proveniente de hechos que no podían ser explicados desde la posición de un observador independiente del suceso observado, es lo que facilitó la difusión de las ideas constructivistas.
En el mundo de la Física fueron enunciados como el principio de incertidumbre o de indeterminación de Heisenberg, los que hicieron tambalear los cimientos de la Física clásica. Hasta entonces, como otras disciplinas el marco de las ciencias “duras”, pretendió explicar los fenómenos observables, en base a las teorías newtonianas, capaces de dar cuenta del funcionamiento de entidad macroscópica, pero que chocaron con la incapacidad para explicar el funcionamiento a nivel subatómico.
A este nivel, el principio de incertidumbre o de indeterminación de Heisenberg postula que no era posible de conocer con fiabilidad y precisión el lugar exacto de una partícula subatómica en un momento determinado. Para hacerlo, el observador ha de proyectar luz sobre una partícula subatómica, pero cuando lo hace, su curso puede quedar modificado por el impacto del fotón emitido. Se puede concluir que el observador, por el mero hecho de su observación, altera lo que es observado, de modo que se hace imposible conocer espacio y tiempo simultáneamente.
Así es que, si no es posible una observación sin influir en lo observado, se cuestiona la existencia de una realidad exterior objetiva y única.
La llegada al campo de la terapia familiar de las ideas constructivistas, marca una nueva ola evolutiva en el movimiento (Paré, 1995). Hasta entonces, la familia había sido vista a través de las lentes de la teoría general de sistemas o de la cibernética. Las imágenes que se habían utilizado, provenientes de estos campos, eran los de un sistema interinfluyente, donde se perdía el individuo y su mundo de significados. En el campo de la terapia sistémica, lo que no encajaba tenía que ver con las cuestiones de género o la forma de tratar el poder o la visión tan cúlturo céntrica que la terapia familiar habían mantenido desde sus comienzos.
El constructivismo y el construccionismo social
El pensamiento postmoderno se puso de manifiesto sobre todo en las ciencias sociales. Habitualmente se citan los trabajos de Von Foester en el campo de la cibernética, o los de Gadamer en la filosofía hermenéutica, o los de Geertz en la Antropología, los de Hare-Mustin en el feminismo, Derrida y Lyotard en la crítica literaria y Gergen en la psicología social (Lax, 1992). Esta visión del mundo puso en cuestión muchas de las verdades establecidas, también en el campo de la psicoterapia.
Durante la década de los 80 algunos influyentes terapeutas de familia se acercaron a las ideas constructivistas. Aparecieron las publicaciones de Paul Watzlawick, Paul Dell y Bradford Keeney, como principales responsables de estas ideas.
Se les ha llamado años de transición porque coincide con lo que Khun describió como un “periodo de inseguridad profesional pronunciada”, previo al cambio de paradigma científico (Paré, 1995). Es posible que ocurriese algo así en estos años en los que la crítica desde la clínica de la terapia familiar llevó a la insatisfacción con las metáforas sistémicas y a la búsqueda de otros marcos teóricos que encajaran mejor con la experiencia actual.
El constructivismo arranca desde la filosofía de la Antigüedad, como el solipsismo, que defendía que no existe una realidad exterior, sino que todas las percepciones y vivencias humanas, el mundo, el cielo y el infierno están solo en la cabeza y que solamente yo existo.
En el pensamiento tradicional, las distintas imágenes filosóficas del mundo, científicas sociales o individuales, tienen en común el supuesto de que no solo existe una realidad real, sino que esa realidad se corresponde más claramente con ciertas teorías y no otras. Los distintos modelos dan por sentado y admiten que existe una realidad independiente del observador. El constructivismo radical se opone a ello y se pregunta “¿cómo sabemos lo que creemos saber?”. El qué sabemos se refiere a los resultados de nuestra indagación de la realidad, pero el cómo sabemos es más complejo porque para contestarlo, el entendimiento ha de estudiarse a sí mismo, “salirse de sí mismo y observar como trabaja”. Si el qué del conocimiento está condicionado por el propio proceso de cognición (el cómo), nuestra imagen de la realidad no depende de lo que es exterior a nosotros, sino que inevitablemente depende de cómo concebimos ese qué. Toda realidad es la construcción de quienes creen que descubren e investigan la realidad. La realidad, supuestamente descubierta, es una realidad inventada y su inventor no tiene conciencia del acto de su invención, sino que cree que esta realidad el algo independiente de él y que puede ser descubierta (Segal, 1986; Von Foester, 1981; Von Glaserferd, 1981).
Nuestro conocimiento ha de interpretarse, no como imagen del mundo real, sino tan solo como una llave que no abre caminos posibles. Mientras la concepción tradicional de la teoría del conocimiento considera la relación entre saber y realidad como un acuerdo o correspondencia gráfica, el constructivismo radical ve esa relación como una adaptación o ajuste en el sentido funcional (Von Foerster, 1981; Von Glaserferd, 1981).
El construccionismo, al desplazar la atención desde el sistema observado a el sistema observante introduce un nuevo nivel de complejidad a la cibernética y nace la “cibernética de segundo orden”, borrando la clara distinción entre observador y observado.
En una cibernética de primer orden es posible ver a las familias e influir en ellas utilizando la técnica y “programándolas”. En la cibernética de segundo orden el terapeuta se incluye como parte de lo que ha de cambiar, no está fuera.
En la clínica, con la llegada de las ideas constructivistas se abandonó la idea de una “descripción real” de lo que le ocurría a la familia para sustituirla por el concepto de realidades interpretadas alumbradas por el sistema observante. Se posó de la búsqueda del Universo objetivo a la de Multiverso, donde muchas visiones de distinto observador convivían. Se empezó a dar más importancia a la parte de la curva de feedback que incluía al terapeuta.
El terapeuta ya no tiene como objetivo el revelar una realidad, hasta ahora invisible para la familia, sino que propone o hace posible una de las múltiples alternativas, con el objeto de facilitar nuevas experiencias perceptivas, para las cuales los individuos de la familia estén listos.
El foco terapéutico se convierte en la creación de preguntas y de un medio terapéutico que puede cumplir esa tarea. Las preguntas ya no son solo herramientas para obtener información, sino instrumentos para conseguir el cambio.
Durante unos años se ha confundido en la literatura lo que era el construccionismo y el constructivismo social. Es posible que esto ocurra porque en los dos casos se niega la existencia de una realidad fuera del ojo del que la observa. Pero mientras que el primero, las metáforas provienen del campo de la biología cognitiva, el constructivismo social se hace hincapié en las interacciones sociales y en la influencia intersubjetiva del lenguaje, familia y cultura y mucho menos en el modus operandi del sistema nervioso (Slovic, 1992).
El construccionismo es principalmente individualista, se centra en el proceso de información, mientras que el constructivismo social se ocupa de la persona en la comunidad y le da más importancia al significado y a la interacción (Paré, 1995)
El constructivismo social no sitúa el conocimiento ni en el observador ni en el observado, sino en el terreno entre los dos, en la arena social entre sujetos que interpretan. La principal premisa es que las creencias, valores, instituciones, costumbres, divisiones de trabajo y todo lo demás que constituye nuestra realidad social está construido por los miembros de una cultura en su interacción con los de otra, de generación en generación y de día en día. La sociedad construye la lente a través de las cuales sus miembros interpretan el mundo. Las realidades que cada uno de nosotros tomamos por sólidamente fundamentadas, son las realidades con las que nos ha rodeado nuestra sociedad desde nuestro nacimiento (Berger y Luckman, 1966) (Freedman y Combs, 1996).
Freedman (1996) señala que existen tres visiones del mundo:
1. Defiende que la realidad es cognoscible. Por ello, sus elementos y modos de funcionamiento pueden ser descubiertas de modo fiable y replicable, y pueden ser descritas y utilizadas por los seres humanos.
2. La segunda posición afirma que nosotros somos prisioneros de nuestras percepciones. Es por ello que los intentos de descripción de la realidad nos dice mucho acerca de la persona que lo hace, pero nada acerca de cómo el mundo es realmente.
3. La tercera posición sostiene que el conocimiento se origina en comunidad con los otros. Las realidades que habitamos son aquellas que negociamos con otros. La perspectiva de las narrativas es la representante de esa tercera visión.
Para David Paré (1996) se ha producido una evolución gradual, aunque todavía incompleta, hacia la tercera de estas posturas.
La primera visión del mundo o modernismo o estructuralismo o positivismo, se mantiene. Representa en las ciencias la postura de que es posible encontrar hechos objetivos, hechos que pueden irse asociando e incluyendo en teorías más generales que nos acercan cada vez más a una comprensión fiable del universo. En las humanidades es la clase de humanismo que busca desarrollar grandes metanarrativas (o grandes modelos explicativos) acerca de la condición humana y de cómo perfeccionarla. Cuando las personas están inmersas en esta forma de pensar creen que las ideas que utilizan son más que realidades, creen que son representaciones de verdades generales, por detrás de la realidad que todos compartimos.
La “objetividad” de la visión modernista con su énfasis en los hechos, las verdades replicables y reglas de general aplicación, ignora con facilidad lo específico, el significado individual. Cuando tratamos a las personas con esta “objetividad”, las miramos como objetos y los animamos a mantener una relación terapéutica en la cual se comportan como recipientes pasivos de nuestro conocimiento y pericia.
En este sentido Gergen (1992) apunta: “el argumento postmoderno no va en contra de las distintas escuelas de terapia, sólo contra la postura de verdad autoritaria”.
El postmodernismo cree que hay límites a la capacidad de los seres humanos para medir y describir el universo de una manera preciso, absoluta y de aplicación universal. Se diferencia del modernismo en que la excepción les interesa más que las reglas. Los pensadores modernistas están más preocupados con los hechos y las reglas, los postmodernistas se preocupan más del significado. Para ellos es más importante que utilizar una técnica narrativa en particular es poder acercarse a la persona y sus problemas con actitudes basadas en estas ideas.
Para Freedman (1996) mantener una actitud constructivista se basa en cuatro ideas fundamentales:
1. Las ideas son construidas socialmente
Para explicar este extremo, Berger y Luckman acuden al relato de la evolución de un grupo cultural incipiente, y así, ofrecer su explicación de cómo se van construyendo, entre los miembros del grupo, lo que después será considerado la realidad única e inmutable.
Entre los miembros de una hipotética sociedad emergente, las costumbres y distinciones serán frágiles al comienzo, fácilmente intercambiables, como un juego. Como el grupo es incipiente, están aún cercano el motivo y el cómo se decidieron las cosas. Siempre son capaces de recordar: “eso es como decidimos hacerlo”. Existe alguna conciencia de que existen otras posibilidades. Empiezan a emerger instituciones como la maternidad o el cuidado del niño, entre otras.
Para los hijos de la siguiente generación, las decisiones de cómo hacer las cosas no son tan inmediatas, pero aún pueden recordar: “así es cómo decidieron hacerlo nuestros mayores”. Según el grupo social evoluciona, para los individuos de la siguiente generación, el recuerdo de que las cosas se hicieron por una decisión consensuada, se va perdiendo, de modo que van ganando terreno afirmaciones del tipo: “así es como se hizo”. Estas generaciones y las posteriores empiezan a actuar como si siempre existiesen tipos de personas que son madres, obreros o granjeros. Con toda probabilidad se escribirán leyes sobre cómo hay que construir las casas, cuándo, dónde,…Se identificarán ciertas personas más adecuadas para hacerlo. Emergen las instituciones.
En la cuarta generación el “así es como se hizo” se convierte en “así es cómo es el mundo: esa es la realidad”.
Como dicen Berger y Luckmann (1966): “un mundo institucional es experimentado como una realidad objetiva”
Para la creación de esa realidad social se distinguen tres procesos: los tres son importantes para comprender como las personas construyen y mantienen su conocimiento concerniente a la realidad. Un cuarto término “reificación” se refiere a un proceso global del que los otros son parte.
- TIPIFICACIÓN: es el proceso a través del cual las personas clasifican sus percepciones en tipos o clases (católicos vs paganos). Gergen nos clarifica: “en ciertos periodos históricos, la infancia no se consideraba una etapa especial del desarrollo, el amor romántico y el maternal no eran componentes del ser humano, y el self no era visto como autónomo y aislado.
- INSTITUCIONALIZACIÓN: es el proceso a través del cual las instituciones se originan alrededor de un conjunto de tipificaciones.
- LEGITIMIZACIÓN: se refiere a aquellos procesos que dan legitimidad a las instituciones y tipificaciones de una sociedad en particular. “Las instituciones se sienten como si tuvieran una realidad por sí misma”. El lenguaje y las narrativas tienen un importante papel en la legitimización de una visión particular de la realidad.
- REIFICACIÓN: es la aprehensión de los productos de la actividad humana como si fuera algo más que productos humanos, tales como hechos de la naturaleza, resultados de las leyes cósmicas o de la voluntad divina. La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar se propia autoría del mundo humano.
2. Las realidades se construyen a través del lenguaje
Para los modernistas los signos del lenguaje se corresponden uno a uno con objetos y eventos de un mundo exterior real, y el lenguaje se entiende como un lazo fiable entre los mundos objetivos y subjetivos.
Para los postmodernistas, que piensan de modo distinto, el lenguaje que usamos construye nuestro mundo y nuestra ciencia. Es en el lenguaje cuando las sociedades construyen sus visiones de la realidad. Los únicos mundos que podemos conocer son los mundos que compartimos en el lenguaje.
Para Rorty (Freedman, 1996), “el mundo está fuera, pero las descripciones del mundo no. El mundo no habla. Sólo nosotros lo hacemos”.
Para los terapeutas, lo importante es que cuando se produce el cambio, sea de creencias, relaciones, sentimientos o autoconcepto, implica un cambio en el lenguaje. El lenguaje es siempre cambiante. Los significados son siempre indeterminados y, por tanto mutables. El significado no lo da una palabra, sino una palabra en relación con su contexto. Por ello el significado preciso de una palabra, siempre es indeterminado y potencialmente diferente, es algo a negociar entre dos o más conversadores.
3. Las realidades se organizan y mantienen a través de las historias
Si las realidades en las que vivimos, viajan en el lenguaje que usamos, son preservadas y trasmitidas en historias que vivimos y contamos. Las narrativas tienen un papel central en organizar, mantener y hacer circular el conocimiento de nosotros mismos y nuestros mundos.
Para dar sentido a su vida, las personas enfrentan la tarea de ordenar su experiencia de los acontecimientos en secuencias a través del tiempo de tal forma que consigan un reconocimiento coherente de sí mismo y del mundo que les rodea. Este recuento adopta una forma que es la de la auto-narrativa.
Desde un punto de vista postmoderno, no hay significados escondidos en las historias, no hay una “esencia” a capturar de la experiencia humana.
Un concepto clave en esta terapia es que en cualquier vida hay siempre más eventos que no son historiados, que no aparecen en ningún recuento, que los que sí lo son. La terapia narrativa se sirve de recontar y revivir historias.
4. No hay verdades esenciales
Los selfs se construyen socialmente a través del lenguaje y se mantienen a través de la narrativa. No pensamos en el self como si fuera una cosa dentro de un individuo, sino como un proceso o actividad que ocurre en el espacio entre las personas.
Self diferentes aparecen en diferentes contextos. Ninguno de los self es más verdadero que el otro. Aunque si es cierto que presentaciones particulares del self son preferidas por personas determinadas dentro de culturas particulares. Como terapeutas, trabajamos con las personas para ayudarlas a vivir narrativas que apoyen el crecimiento y el desarrollo de esos self preferidos.
Las narrativas
La narrativa es la forma que toma la descripción de nuestra experiencia en el contexto del lenguaje y la cultura (White y Epson, 1990; Linares, 1996).
Esta dirección del pensamiento, considera los sistemas humanos como existentes solo en el dominio del significado y de la realidad lingüística intersubjetiva. Pero por lenguaje no se entiende un conjunto de signos, estructura o estilo, sino “el significado lingüísticamente mediado y contextualmente relevante que se genera interactivamente a través de las palabras y otras acciones comunicativas” (Anderson, 1988).
La realidad se contextualiza como un “multiverso” de significados, creados en un intercambio social dinámico que nos aleja de la idea de verdades únicas y nos llevan del “universo” a un “multiverso” que incluye muchas versiones conflictivas del mundo (Tjersland, 1990; Parry, 1991).
En el marco del construccionismo social, el abordaje de las narrativas es la corriente que más explícitamente reconoce las implicaciones culturales de esta epistemiología. La repercusión de esta perspectiva en la terapia es dar más importancia a la ayuda que se les presta a los pacientes a identificar el contexto cultural de las historias que traen a la terapia para facilitar la re-autoría de sus vidas.
Ahora la terapia es conversación más que intervención. El papel del terapeuta es abrir un espacio para la conversación posicionándose “siempre en un estado de ser informado por el cliente” (Stagoll, 1993; Anderson, 1988). El diálogo lleva a la co-creación de nuevas historias. El terapeuta adopta una posición de “no saber”, de “abundante y genuino” interés” en la realidad del paciente y en sus narrativas (Stagoll, 1993).
El terapeuta postmoderno entra en una posición de no saber, sin una idea de buscar dinámicas disfuncionales. No hay una estructura escondida que buscar y modificar. Mientras hablan, terapeuta y familia van sugiriendo ideas para la acción que son diferentes a las que la familia traía antes.
La terapia es un arte de conversación y esta metáfora está más cercana a nuestra actividad en la clínica, que las metáforas biológicas y de máquinas que se utilizaron en principio.
El cambio de paradigma surge ante la imposibilidad de un modelo para explicar fenómenos importantes para la coherencia de la teoría. En el campo de la terapia, y en particular en el campo de la terapia sistémica, también tenía lugar en la clínica, experiencias que no encajaban con los modelos sistémicos cibernetistas. Sin embargo, estas experiencias clínicas si encontraron una explicación más ajustada, con lo que encajaban mejor, al servirse de ideas provenientes del constructivismo social. Nos referimos al constructo de género, al tratamiento del poder y la violencia o al estatus de “normalidad” que una familia tiene que cumplir para ser considerada sana.
Las primeras generaciones de terapeutas familiares dieron gran importancia al poder y control, y esperaban que el terapeuta ocupara una posición jerárquicamente superior. Por ejemplo, para que una familia fuera sana, había que reforzar los límites generacionales y la jerarquía, de los padres, y en particular del padre, como cabeza de familia.
Con la llegada de las ideas constructivistas a la terapia se facilitó también, una posición de mayor cooperación entre paciente y terapeuta.
Desde los modelos anteriores en los que la historia del terapeuta era la predominante, la verdad prevalente, se pasa a un énfasis cada vez mayor por la historia de los pacientes. Esto se refleja en un mayor respeto por las perspectivas de los pacientes, ya que si el conocimiento es intersubjetivo, no tiene sentido el estatus de la interpretación del terapeuta (Real, 1990; Freedman, 1996).
Las descripciones normativas acerca de cómo ha de ser una familia normal (limites apropiados, comunicación clara, etc.) se consideran cargadas de etnocentrismo, pues, en cuanto salimos de los límites de nuestra cultura occidental, cambian los conceptos fundamentales acerca del desarrollo infantil, la relación con la madre, los límites apropiados entre los distintos subsistemas, etc. (Real, 1990).
Otra importante omisión de la terapia sistémica y de otros modelos de comprensión, fue la omisión del contexto cultura y sociopolítico de la experiencia. Incluir la metáfora cultural supone dar sentido a las nociones de poder, violencia, dominación y opresión, que se incluyen en ella. De acuerdo con Foucault es imposible situarnos a nosotros mismos o nuestras acciones fuera de la cultura (Paré, 1996), de forma que la cultura se convierte en un marco organizador para entender a la persona y la familia.
Todo esto no significa que se defienda una ética del “todo vale”. Muy al contrario, mantener este tipo de actitud, basada en el construccionismo nos motiva a examinar nuestras construcciones e historias y decidir cuidadosamente como actuar con ellas.
Las narrativas: un nivel diferente para la integración
Las narrativas se definen, pues, como la forma de organizar nuestra experiencia a través del lenguaje. En las narrativas no hablamos de estructura o de proceso, que son niveles distintos sino que hablamos de significados. El significado es el nivel de conexión de los otros dos.
Al escuchar la narrativa que trae el paciente, el terapeuta no intenta encajarla en un esquema preestablecido, como puede suceder en otros modelos modernistas, tales como el psicoanálisis clásico, el conductismo o los modelos sistémicos derivados de la primera cibernética. La responsabilidad del terapeuta es la de ser un experto conversacional. Experto en facilitarle al paciente a partir del diálogo, la búsqueda de versiones alternativas a su narrativa saturada por el problema que trae a consulta.
Al mantener el terapeuta la posición de ignorancia, le permite al paciente una posición complementaria como “experto de sí mismo” y, por tanto, más igualitaria y más respetuosa que la postura que ocupa el terapeuta en otros modelos.
El centro de nuestro interés, desde esta perspectiva, es llegar a co-construir con el paciente la pauta-problema que “satura” (White, 1990) la narrativa de la persona sobre sí mismo o sobre los demás. Al construir de este modo participativo la pauta-problema, co-construimos también la pauta di-solución. Lo que tiene más relevancia es el significado de la narrativa, tanto para la construcción de la pauta-problema, contenida en ella, como para la di-solución de esa pauta, también contenida dentro de la narrativa.
Llevara adelante este tipo de acercamiento psicoterapéutico, requiere de un terapeuta con un alto nivel de entrenamiento y de flexibilidad. Ha de conocer sus propias limitaciones, para no imponérselas a los pacientes y disponer de un amplio espectro de técnicas que le ayuden en la transformación de la narrativa. Esto no quiere decir que propongamos una técnica determinada para un problema específico. Lo que queremos decir es que un terapeuta con muchos recursos ganará en flexibilidad y capacidad para acompañar y construir con el paciente una nueva narrativa.
Hasta aquí, nuestro resumen. No podemos sino recomendar encarecidamente la lectura del libro completo, el cual es una evidente muestra del buen hacer docente y profesional de Beatriz Rodríguez Vega y Alberto Fernández Liria.
Pues si que lo voy a leer. Joder chic@s, os metéis un autentico currazo a la hora de sintetizar material. Gracias por el esfuerzo!!
ResponderEliminarUn abrazo!!
Es realmente interesante examinar el recorrido. Cómo, si no, podría comprenderse donde estamos. Gracias por esta labor de divulgación que hacéis en vuestro blog.
ResponderEliminarun abrazo,
Muy buen texto, les sigo públicamente, agradecería reciprocidad. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias por el resumen.
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