Hace poco salió el tercer Boletín Semestral de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, en el que tuvimos el honor de ver publicado un texto nuestro. Se trata de un capítulo del libro "¿El fin de la psiquiatría? Textos para prácticas y teorías postpsiquiátricas", que acabamos de terminar y en próximas fechas veremos publicado en la colección "Salud mental colectiva" de la editorial Grupo 5, dirigida por Manuel Desviat. No hace falta decir que para nosotros ha sido un gran trabajo, tanto por el esfuerzo como por la importancia que le damos, como cima y resumen de nuestro trabajo teórico y práctico en psiquiatría, que hemos intentado reflejar en este blog desde hace ya más de siete años. Nuestra intención es que el libro sea un resumen -esperamos que no demasiado desorganizado- de las principales líneas de pensamiento que en el blog hemos intentado expresar. Manuel Desviat nos ha brindado una magnífica oportunidad que agradecemos de poder difundir nuestras ideas, pues ese y no otro es el objetivo de todo nuestro trabajo teórico, como debe ser evidente dado todo el esfuerzo y tiempo dedicado a este blog.
A la espera de poder ver el libro en la calle (probablemente antes de final de año, con un poco de suerte), les dejamos con el texto publicado en el Boletín Semestral de la AEN, correspondiente a uno de los apartados del segundo capítulo. Esperamos que les guste.
En
nuestra disciplina, como en todas, se parte de una determinada posición
filosófica a partir de la cual se construye una cierta concepción del mundo y
el ser humano (o se acepta una construcción elaborada por otros). En
psiquiatría, campo donde las certezas escasean y las pruebas objetivas brillan
por su ausencia, es aún más necesario reconocer la base filosófica en la que
cada uno confía para cimentar sus castillos
en el aire. Estas bases filosóficas, explícitas o implícitas, conscientes o
inconscientes, condicionan la forma de ver a las personas que atendemos y a la
sociedad en que vivimos. Creemos indispensable para cualquier profesional,
antes de empezar a hablar de psiquiatría, de trastornos o de trastornados esforzarse en explicitar
(primero ante sí mismo y luego ante los demás) cuál es su visión de conceptos
clave como libertad, voluntad, vida,
materia, inteligencia… por poner sólo unos ejemplos. Evidentemente el hecho
de que el profesional crea en la existencia del libre albedrío o, por el
contrario, en la determinación de la conducta por la química cerebral, será
clave en la forma en que tratará a las personas que atienda. La filosofía no
es, en nuestra opinión, un elegante juego de salón, con humo y espejos, para
mostrar nuestra habilidad dialéctica y entretener a los amigos, sino la base
indispensable para edificar nuestro conocimiento teórico (y darnos cuenta de
que lo edificamos a partir de ahí) y para luego, a partir de eso, desplegar
nuestro trabajo práctico con la personas que llegan hasta nosotros.
En
nuestra opinión, y de ahí el tema de este texto, es clave pensar si confiamos
en la pertinencia de una noción como el libre albedrío o, por el contrario,
creemos que nuestros pacientes están determinados y condicionados por los
trastornos que puedan padecer, ya sea cosa de su neurotransmisión o del
desarrollo de su Edipo, pero en cualquier caso como algo ajeno a su voluntad y,
por tanto, en gran medida lejos de cualquier responsabilidad. Intentaremos un
cierto recorrido filosófico, inevitablemente sesgado por nuestros propios
intereses y conocimientos. Para nada nos proponemos (ni nos creemos capaces de
ello) presentar un sistema filosófico cerrado y coherente, sino más bien
algunas ideas, un tanto interrelacionadas, desde las que elaborar una determinada
actitud ética y política con la que trabajar (y con las que vivir la vida,
evidentemente). Por supuesto, tampoco estamos exentos de contradicciones entre
la posición teórica que defendemos y todas nuestras conductas en la práctica,
pero dicha posición nos marca (como a cada uno la suya) un ideal regulador, una
meta, hacia la que mirar, aunque se tropiece en el camino con cierta
frecuencia.
Evidentemente,
todo esto gira en torno a la elección y si esta es o no libre. Ello nos lleva
sin duda a Rayuela, la novela de
Julio Cortázar (1), que hemos trabajado en profundidad en algún escrito previo
(2). En Rayuela todo es elección,
desde las primeras páginas del tablero de direcciones, donde se elige cómo leer
la novela y, por tanto, qué novela leer, hasta en la decisión de qué final se
ha leído. Y Rayuela es una novela
donde vemos aparecer continuamente distintos juegos. El juego en muy diversas
formas. Un juego de elecciones. No significa eso que el azar no tenga su papel (en
el lanzamiento de la piedrita sobre el dibujo en el suelo, por ejemplo, aunque
es un azar debido a la imposibilidad de calcular todos los factores que
intervienen...), pero, en general, son juegos de habilidad y elección: la
rayuela, el ajedrez, los juegos de palabras [Nota al pie 1],
el jugar a encontrarse entre las calles de París entre Horacio y la Maga, el
juego de equilibrismo sobre las calles de Buenos Aires de Talita, entre Horacio
y Traveler... El juego funciona en base a elecciones, y son estas elecciones,
desde el principio al final, las que marcan el recorrido por Rayuela.
Horacio elige abandonar a la Maga; el club elige
abandonar a Horacio; Talita elige a Traveler, el trío elige pasar del circo al
manicomio. El lector, en fin, y desde el principio, elige qué camino recorrer
y, en él, qué historia interpretar.
Los años de la escritura y la acción de Rayuela
son los cincuenta y sesenta del siglo XX, los mismos de Jean Paul Sartre y su
existencialismo, quien nos habla de la condena a la libertad, de la
imposibilidad de la no elección. Y esto leemos también en Rayuela. La
libertad de elegir, siempre, y la inevitable y terrible responsabilidad que tal
elección lleva aparejada.
A
través del libro Doce textos fundamentales de la Ética del siglo XX (3), editado e introducido por
Carlos Gómez, pudimos leer el texto de Jean
Paul Sartre titulado El existencialismo es un humanismo, en
traducción de Victoria Praci del original francés, que a su vez corresponde a
una conferencia pronunciada en París en octubre de 1945. El texto de Sartre nos
parece fundamental para entender cierta perspectiva de la naturaleza humana,
que creemos estrechamente relacionada con muchos aspectos de nuestras
profesiones, con la visión de la enfermedad mental y sus causas, con la visión
del enfermo mental y sus terapias.
Queremos
entresacar algunos párrafos del mismo que, en nuestra opinión, son
especialmente reveladores y que a continuación reproducimos textualmente:
“[...]
Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el
mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el
existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Solo
será después, y será tal como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza
humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no solo
es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como él se concibe
después de la existencia, como él se quiere después de este impulso hacia la
existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace.”
“Estamos
solos, sin excusas. Es lo que expresaré al decir que el hombre está condenado a
ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo y, sin embargo, por otro
lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que
hace. El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que
una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a
ciertos actos y que por tanto es una excusa; piensa que el hombre es
responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre
puede encontrar socorro en un signo dado, en la tierra, que lo orientará,
porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere.
Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada
instante a inventar al hombre.”
“No
es necesario tener esperanzas para actuar.”
“El
quietismo es la actitud de la gente que dice: los demás pueden hacer lo que yo
no puedo hacer. La doctrina que yo les presento es justamente la opuesta al
quietismo, porque declara: solo hay realidad en la acción; y va más lejos
todavía, porque agrega: el hombre no es nada más que su proyecto, no existe más
que en la medida en que se realiza; por lo tanto, no es otra cosa que el
conjunto de sus actos, nada más que su vida.”
“Un
hombre se compromete en la vida, dibuja su figura, y, fuera de esta figura, no
hay nada.”
“Si
la gente nos reprocha las novelas en que describimos seres sin coraje, débiles,
cobardes y algunas veces francamente malos, no es únicamente porque estos seres
son flojos, débiles, cobardes o malos; porque si, como Zola, declaráramos que
son así por herencia, por la acción del medio, de la sociedad, por un determinismo
orgánico o psicológico, la gente se sentiría segura y diría: bueno, somos así,
y nadie puede hacer nada; pero el existencialista, cuando describe a un
cobarde, dice que el cobarde es responsable de su cobardía. No lo es porque
tenga un corazón, un pulmón o un cerebro cobarde; no lo es debido a una
configuración fisiológica, sino que lo es porque se ha constituido como hombre
cobarde por sus actos. No hay temperamento cobarde; hay temperamentos
nerviosos, hay sangre floja, como dicen, o temperamentos ricos; pero el hombre
que tiene una sangre floja no por eso es cobarde, porque lo que hace la
cobardía es el acto de renunciar o de ceder; un temperamento no es un acto; el
cobarde está definido a partir del acto que realiza. Lo que la gente siente
oscuramente y le horroriza es que el cobarde que nosotros presentamos es
culpable de ser cobarde.”
“Lo
que dice el existencialista es que el cobarde se hace cobarde, el héroe se hace
héroe; para el cobarde hay siempre una posibilidad de no ser más cobarde y para
el héroe la de dejar de ser héroe.”
“Si
hemos definido la situación del hombre como una elección libre, sin excusas y
sin ayuda, todo hombre que se refugia detrás de la excusa de sus pasiones, todo
hombre que inventa un determinismo, es un hombre de mala fe.”
“[...]
la vida no tiene sentido a priori. Antes de que ustedes vivan, la vida no es
nada; les corresponde a ustedes darle un sentido, y el valor no es otra cosa
que ese sentido que ustedes eligen.”
Evidentemente,
un texto filosófico como este no es una verdad revelada incuestionable.
Es una opinión. Una determinada forma de ver las cosas y los casos que
constituyen y afectan al ser humano como tal. Nos parece interesante porque
cuadra poco con muchas de las perspectivas más frecuentes en nuestros días alrededor
de nuestras profesiones. La psiquiatría, como definían Luque y Villagrán (5),
se encarga del estudio de la conducta patológica. La conducta que una
determinada sociedad histórica valora como patológica. Y, dado que, como señaló Foucault (6) si le entendimos
bien, la institución psiquiátrica que se hizo cargo de los asilos de alienados
intentó posteriormente constituirse como ciencia, pues analiza
científicamente dicha conducta patológica. Es decir, busca causas que expliquen
el origen de dicha conducta a la que luego, no sin cierto salto epistemológico
difícil de justificar, define como enfermedad mental.
La
conducta patológica (propia de la psicosis, de la neurosis o, tal vez, de la
condición humana en cuanto tal) se pretende explicar en base a teorías
genéticas como una predisposición ante la que el sujeto está predeterminado
a ser un enfermo. O a teorías psicológicas sistémicas que sitúan la conducta
como una expresión de dinámicas familiares que designan como paciente al
sujeto, que queda predeterminado a ser un enfermo. O a teorías
psicoanalíticas que refieren la conducta a experiencias traumáticas tempranas
no recordadas que constituyen el psiquismo sin remedio y hacen que el sujeto
quede predeterminado a ser un enfermo. O a teorías de muy diversos
signos y tipos que siempre encuentran una causa que coloca al sujeto en la
posición de paciente (es decir, que
padece) ante lo que, en definitiva, hace.
Y
tales modelos pueden tener su utilidad (o no tenerla) en procesos psicóticos o
melancólicos, por ejemplo. En la locura, objeto histórico de la psiquiatría,
tanto para su estudio como para su control, hasta que decidió (o decidieron por
ella) que debía dedicarse al consuelo y distracción de la infelicidad (de la
vida humana, en definitiva, porque la felicidad tal como pretende definirla
nuestra cultura, como estado de absoluto bienestar y falta de problemas que
además viene caído del cielo sin mayor esfuerzo personal, directamente no
existe). Pero dichos modelos, en nuestros tiempos sobre todo el llamado
paradigma biológico (que no es en realidad sino genético y neuroquímico, porque
el nivel biológico es bastante más complejo que eso), pretenden explicar
cualquier conducta patológica: agresividad, maltrato, alcoholismo, drogadicciones,
adicciones sociales, etc., etc.
Un
alcohólico, por ejemplo, ya no es responsable de su conducta de beber alcohol
en exceso. Será un gen o un neurotransmisor vicioso que provoca la
adicción, y el paciente no es culpable porque no lo puede evitar. Todo ello
convenientemente apoyado por estudios de metodologías también bastante viciosas...
Porque la cuestión es, como sea y al precio que sea, esquivar la culpa (y si,
de paso, una multinacional hace negocio con algún que otro fármaco, pues fiesta
para todos).
Si
soy ludópata, entonces será por mis genes, mi serotonina, mi educación, mi difícil
vida, el paro... Lo que sea menos admitir que es porque llego al bar y elijo
meter el dinero en la máquina en vez de en el bolsillo. Y aliviar la culpa es
beneficioso solo si uno no es culpable. Porque si uno es culpable o, mejor
dicho, responsable, de aquello que hace, eso significa que tiene el
poder de dejar de hacerlo. Y nadie dice que sea fácil, pero la herramienta más
útil para hacer lo que uno considera correcto es darse cuenta que uno es
culpable y responsable de lo que hace mal, pero por ello mismo tiene el poder
de dejar de hacerlo y ganarse el mérito por ello.
Porque
creemos, y evidentemente no es más que una opinión, que cada uno debemos
hacernos responsables de nuestros actos. Del mérito por los buenos y de la
culpa por los malos. De la responsabilidad por todos. Porque la culpa solo es
negativa cuando te paraliza, pero si es un acicate para cambiar, para corregir
cosas, entonces se convierte en imprescindible. El problema no es ser culpable
de hacer algo malo sino persistir en el error moral. Muchas veces
desculpabilizar es simplemente tranquilizar la conciencia propia y ajena e
impedir al sujeto asumir las responsabilidades y consecuencias de sus actos
para ser capaz de decidir actuar de otra manera. O para decidir seguir actuando
igual.
Y
cuando protestamos ante determinado estado de cosas, cuando nos indignamos
por la mala gestión de los políticos que elegimos, por la ambición desmesurada
de grandes corporaciones (bancarias o no bancarias, que de todo hay) que hunde
muchos países en la crisis o la bancarrota sin ningún escrúpulo, por la falta
de ética que vemos en mil escándalos de corrupción, etc., etc... Cuando
protestamos indignados por todo ello, no debemos perder de vista que cada uno
es responsable de lo que hace. Que pensar yo solo no puedo arreglar nada
no es en absoluto una excusa éticamente aceptable para elegir no hacer nada.
Que cada uno es responsable de sus acciones e inacciones. Y crea ejemplo con
unas o con otras.
Nos
dicen que no podemos cambiar las cosas, que no se pueden hacer de diferente
manera, nos dejan sin esperanza y nosotros decidimos
creerles. Siempre decidimos. Nos
consideramos libres y responsables. Y no querríamos vernos de otra manera.
Las demoledoras palabras
de Sartre que hemos leído más arriba precisan poco aclaración. Aunque nos
atrevemos a apuntar algunas cosas: el ser humano (acerquémonos a un lenguaje
inclusivo en cuestiones de genero, huyendo de expresiones como “el hombre”, que
ya no estamos en los años sesenta) no deja de estar influenciado por factores
poderosos que escapan a su control: su constitución biológica, tanto en
términos de herencia como de desarrollo en un ambiente determinado o su crianza
en un determinado entorno familiar, que a su vez está claramente condicionado
por las características de estructura y funcionamiento de la sociedad histórica
en las que está inserto. Pero la cuestión, tal como creemos que la concibe
Sartre -y como nos parece leerla en Rayuela- es que, pese a dichos
condicionamientos, en última instancia persiste la libertad porque persiste la
elección. No es, evidentemente, una elección entre posibilidades infinitas sino
que muchas veces será solo entre lo malo y lo peor, pero elección al fin y al
cabo, con lo que la responsabilidad es completa y no se puede escapar de ella.
Ni de la culpa que lleva aparejada, al menos en nuestra cultura. En último
término, como Horacio llegó a saber bien, siempre queda la opción de matarse
como alternativa, y elegirla o no es responsabilidad de cada uno.
En nuestra opinión, la
novela de Cortázar es un canto a la libertad en tanto en cuanto subraya las
elecciones, las del tablero de dirección, las de Horacio en París, las de
Talita en Buenos Aires, la de Horacio al final, la del lector más allá del
final. Elecciones libres -como no podría ser de otro modo-, de las que cada uno
es plenamente responsable.
Pero hay, como siempre,
otra lectura. Desde el primer capítulo de la novela se hace referencia al
destino, a la necesidad, a lo inevitable: “Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida
urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente”. La noción de
destino del que no se puede huir sobrevuela toda la novela, del lado de allá y
del lado de acá. El final de la relación entre la Maga y Horacio casi no parece
decidido, querido ni buscado por ninguno de los dos pero, a la vez, se
vislumbra inevitable. La escena agónica del tablón, entre las dos ventanas,
sobre el vacío, porta la marca de un destino funesto que, si no se cumple, es
porque no está escrito como creíamos, pero no porque deje lugar alguno al azar.
Aquí, pese a lo que dijimos antes, no parece que Horacio o Talita tengan la
posibilidad de elegir no dejar a la Maga o no salir por la ventana. Pero Sartre
nos regañaría: esta referencia al destino es un ejemplo claro de mala fe.
Sartre diría que ambos escogen y es responsabilidad suya la decisión tomada. Y
sin embargo, la atmósfera de determinados pasajes de la novela parece cargada
de cierta necesidad, de un destino insoslayable.
Esta dialéctica irresoluble entre libertad y
destino ha recorrido toda la historia del ser humano y toda la historia de la
filosofía (que no es otra cosa que la historia del ser humano, evidentemente).
Continuaremos con más apuntes sobre ello:
Los estoicos (6) creían que el destino era
inevitable, a un nivel incluso cósmico, que un logos dominaba la naturaleza y
todo lo que en ella habitaba, también por supuesto el ser humano. Consideraban
que la sabiduría era aceptar -estoicamente, claro- tal destino, tal
logos, tal naturaleza, que regulaba todo con necesidad absoluta sin dejar el
menor espacio a la contingencia. Sin embargo, defendían la libertad humana, en
tanto en cuanto el ser humano podía libremente aceptar los designios del logos
-y sería el caso del sabio- u obrar irracionalmente contra el logos. La
paradoja salta a la vista: si se puede obrar mal -irracionalmente- es que la
necesidad y el destino no son absolutos (en cuyo caso, nada son). Y si no se
puede vencer tal destino, entonces es absurdo el llamado a la racionalidad,
porque no se podría no ser racional. O bien el ser humano es libre y hay
contingencia o bien hay destino, pero entonces la libertad no existe.
Lo
primero que llama la atención al abordar el tema de la ética estoica es esta
dicotomía entre la libertad y el destino o necesidad. A pesar de su visión
determinista finalista, los estoicos intentan salvaguardar la libertad
suficiente, a través de las causas próximas de Crisipo, para mantener la
responsabilidad del sujeto. En el sabio esta libertad es aceptación del destino
(destino que, por su parte, el animal irracional acepta también sin necesidad alguna
de libertad). Por lo tanto, esta libertad, si se ejerce para quebrar o
modificar el camino del destino, es la libertad de equivocarse, de errar. Y si
no se puede quebrar dicho camino, entonces no hay ni libertad ni
responsabilidad, y es imposible hablar de una ética digna de tal nombre. Luego
la alternativa que aparentemente se plantea, si la libertad existe, es entre
ser libre para aceptar la esclavitud al destino o ser libre para caer en el
error y el mal.
Y
no es menor el problema, ni menos obvio, de cómo una razón universal que todo
lo ordena y es perfecta, puede convivir con el error, la ignorancia y el mal
que denunciaban los estoicos en la mayoría de los hombres, siendo tan escasos
los sabios. Esto se evita afirmando que, incluso lo que parece malo obedece a
un plan de resultado perfecto. Pero si el mal es parte del plan universal,
¿cómo responsabilizar y castigar a los malvados?
Una
posible salida apuntada a estas cuestiones es que el determinismo del logos
universal es el mismo de la razón individual, con lo cual uno está determinado
pero, en cierto sentido, por sí mismo. Y si uno está determinado por sí mismo,
también en cierto sentido su libertad se conserva y su responsabilidad también.
Es una idea similar a la que expresa el psicoanálisis al considerar al sujeto
dirigido por su inconsciente, por sus vivencias primeras, sus deseos ocultos,
sus defensas secretas. Mientras que a nivel consciente muchas veces ignoramos
por qué hacemos lo que hacemos, todo tiene una causa y una dirección en la
negociación que a nivel inconsciente se establece entre deseos y pulsiones del
ello y prohibiciones superyoicas, con el yo y sus defensas en medio de este
combate, haciendo pactos aceptables para todas las partes que dan lugar a los
síntomas, en sentido psicoanalítico, más allá de lo morboso. El sujeto, pues,
está determinado por su inconsciente, aunque no lo sepa o lo vea, y escoge
libremente sus elecciones y es responsable de ellas. No su yo, solo una parte
del psiquismo, sino el conjunto de sus instancias que llamamos, precisamente,
sujeto. Los animales poseen
instintos, que pueden entenderse como reglas de funcionamiento que deciden y
organizan su conducta en todo, ya sea referente a la autoconservación o a la
perpetuación de la especie. Por ello, diríamos desde un punto de vista estoico,
que siguen esa legalidad universal que rige el kosmos. El ser humano como animal racional, además de instintos,
tiene pulsiones entendidas como fuerzas o impulsos que claman su satisfacción.
Pero que, a diferencia de los instintos, no tienen un objeto predeterminado al
que dirigirse. La pulsión exclusivamente humana es, por así decirlo, ciega. Y,
a partir de esa ceguera, cada sujeto (desde su inconsciente y desde su
responsabilidad) debe elegir cada objeto al que dirige la pulsión. Es decir, el
ser humano, a diferencia de los animales, no viene con reglas de
funcionamiento. No hay libro de instrucciones. No está atado a esa legalidad
universal, la cual puede o no seguir.
La
visión estoica evoca la imagen de una razón poderosa que lucha y, en el sabio,
vence y extirpa esas pasiones insanas. Desde el psicoanálisis, se vería más esa
razón como la parte consciente del psiquismo, como una cáscara de nuez a la deriva en el océano del inconsciente, lleno de
deseos inconfesos, de pulsiones/pasiones irracionales que, si son controladas,
lo son por fuerzas defensivas igualmente inconscientes, sin que la razón como
tal sepa siquiera de tales luchas.
Luego
o la razón es débil, como afirma el psicoanálisis y no puede contra pasiones y
pulsiones; o bien esa razón humana no es parte del logos universal sino algo
opuesto al mismo. ¿Cómo explicar si no que los únicos seres dotados de razón en
el mundo son los únicos que yerran? Sin seres humanos en el mundo, la legalidad
universal se cumpliría sin problemas, sin errores. El mundo estaría en
equilibrio, el marcado por la naturaleza, constituido en una suma de
ecosistemas (entendiendo tales como aquellos sistemas biológicos en los que el
ser humano está ausente), lejos del peligro, que los estoicos no pudieron
anticipar y nosotros no podemos obviar, de cambios climáticos, guerras atómicas
y desastres planetarios diversos.
Esa
razón humana, tan elevada para los estoicos como banal para el psicoanálisis,
¿qué especificidad tiene? Una visión lacaniana insistiría en el papel del
lenguaje como estructurante del psiquismo, dejando al sujeto como efecto suyo.
Es decir, el lenguaje que nos constituye no nos completa. Deja un resto no
decible, no expresable, que no puede ponerse en palabras, una falta originaria
a la que se añade luego el paso por el Edipo, la frustración, la incompletud,
la castración, es decir, el descubrimiento terrible de que no se puede tener
todo lo que se desea. La plena instauración de la falta, causante del deseo y
constituyente del ser hablante. Por lo tanto, ese animal superior dotado de
razón lleva implícita su propia contradicción: la racionalidad superior que
otorga el lenguaje va acompañada sin remedio de la falta que genera el deseo,
la pulsión, la pasión, y que hace tan difícil la impasibilidad a que aspiraba
el sabio estoico, llevándonos en el mejor de los casos a una neurosis
normalizada y normalizadora. Ese lenguaje lacaniano nos determina y genera
indefectiblemente a la vez y sin remedio razón y pasión, logos y pathos,
constituyendo al sujeto humano tal y como lo conocemos.
La
paradoja psicoanalítica es clara: el
ser humano está condicionado por sus experiencias tempranas y dirigido por su
inconsciente, que determina desde sus más pequeños actos fallidos hasta las
decisiones trascendentales en una vida. Pero, a la vez, el psicoanálisis
insiste en la responsabilidad del sujeto ante sus acciones. ¿Y cómo puede uno
responsabilizarse de sus actos cuando, a la vez, se supone que dichos actos son
realizados por un determinismo inconsciente que se constituyó en una época de
la que no tenemos ni memoria?
Kant (7) resolvía la paradoja creando dos mundos.
Uno de fenómenos, sometido a las leyes naturales y en el que el ser humano es un
ente físico entre otros. Otro de noúmenos, de la cosa-en-sí, donde reina
la libertad, como condición de posibilidad de una ética marcada por el deber, y
en el que el ser humano es comparable a los más altos astros del mundo físico.
El problema es, ha sido siempre, cómo relacionar ambos mundos, y cómo pueden
ambos ser sin que uno niegue la existencia del otro. Pero Kant también nos dejó
una salida, no del todo falsa: “[...]
todo ser que no puede obrar sino bajo la
idea de libertad es por eso mismo realmente libre, esto es, valen para él
todas las leyes que se hallan indisociablemente vinculadas con la libertad, tal
como si su libertad también fuese dada por libre en sí misma y fuese válida en
la filosofía teórica. [...] a todo ser racional que tiene una voluntad también
hemos de otorgarle necesariamente aquella libertad bajo la cual obra. [...] su
voluntad solo puede ser una voluntad propia bajo la idea de la libertad y, por
lo tanto, esta ha de ser atribuida a todo ser racional.” Y también: “Tomo este
camino [...], el camino de asumir la libertad solo como fundamento colocado por
los seres racionales entre sus acciones simplemente en la idea, para no verme obligado a demostrar también la libertad
desde un punto de vista teórico. Pues aun cuando esto último quede sin
estipular, esas mismas leyes que obligarían a un ser que fuese realmente libre,
valdrían también para un ser que no puede obrar sino bajo la idea de su propia
libertad [...]”. En última instancia, siguiendo al pensador de Königsberg, ya
que no podemos desde un punto de vista teórico demostrar la existencia de la
libertad humana, nos parece evidente que tampoco debemos, desde un punto de
vista práctico, prescindir de nuestra creencia
en ella.
Nietzsche (8) plantea una dualidad similar: por un
lado, el superhombre, heredero de la Tierra, que ha de superar todas las
mediocridades y mezquindades humanas, liberado de cualquier moral cristiana,
fuerte, valiente, vital. Aunque Nietzsche es oscuro y rico en contradicciones,
parece difícil no incluir aquí la cualidad de la libertad. ¿Cómo imaginar un
superhombre que no sea libre? Por otro lado, el eterno retorno de lo idéntico
(9), doctrina tampoco claramente explicitada pero que parece apuntar a una
repetición de todas las cosas, de todo el tiempo, de todas las circunstancias.
Tanto los estoicos como algunas de las modernas teorías del Big Bang conciben
el universo como algo cíclico: una explosión inicial con toda la materia y
energía del universo concentrada en una singularidad única, una expansión hasta
llegar a la máxima entropía y el enfriamiento completo, para luego reiniciar un
proceso de contracción por atracción gravitatoria que acabe en una singularidad
idéntica a la primera. A partir de aquí, se puede hipotetizar que, a igualdad
de condiciones iniciales, igualdad de resultados finales. Todo volverá a ser y,
tal vez este era el sentido que daba Nietzsche al eterno retorno: todo volverá
a ser igual cada vez. ¿Qué mérito tiene, pues, un superhombre que no es libre y
se limita a repetir una serie de movimientos sin fijarse siquiera en los hilos
que tiran de él en una dirección u otra? Una tentativa de respuesta podría
venir de la visión de la libertad humana
que defiende David Hume en su “Tratado de la naturaleza humana” (10). No la
libertad asociada a la espontaneidad, es decir, la libertad impredecible,
meramente azarosa, no determinada por nada y que incluso estaría exenta de la
inevitable responsabilidad, sino la libertad asociada a, y guiada por, las
determinaciones de la voluntad. Hume considera indemostrable la asociación
necesaria entre causa y efecto, pero sí observa asociaciones entre hechos y
conductas. Una conducta totalmente azarosa no sería en realidad libre. La
libertad humeana es la que da lugar a determinadas elecciones y no otras en
base a lo que la voluntad del sujeto determina, voluntad que, inevitablemente,
está conformada por una determinada biografía, temperamento, cultura, etc.,
hasta constituir un sujeto concreto en unas circunstancias concretas. En dicho
contexto, un sujeto determinado, en base a todo su bagaje previo, biológico,
psicológico y sociocultural, no puede sino querer un determinado curso de
acción. Ese querer, que marca el ejercicio de su libertad, no podría ser de
otro modo y si se ha de repetir infinitas veces -en el eterno retorno
nietzscheano-, siempre será un querer igual. Lo cual para nada significa que no
se produzca en el ejercicio de su libertad. Dos individuos con las mismas
características biológicas, el mismo temperamento psicológico, las mismas
experiencias vitales y criados en el mismo ambiente sociocultural, todo ello
hasta el más ínfimo detalle, podemos pensar con escaso temor a equivocarnos que
a la hora de elegir opciones, querrán las mismas cosas y rechazarán las mismas
otras. Pero -y volvemos a la tesis del eterno retorno- eso no hace que uno sea
más libre que otro por haber vivido primero y el otro menos por estar inserto
en un universo posterior. Ambos son libres, aunque es necesario reconocer que
su grado de libertad está lejos de espontaneidad alguna y tiene más que ver con
la aceptación de sus propios deseos y condicionantes, como por otra parte el
psicoanálisis también nos ha enseñado ya. Pero el hecho de que escoger lo que
deseo -consciente o inconscientemente- y rechazar lo que repudio -de la misma manera-
sea algo inevitable, no significa que no sea también, en última instancia, una
decisión libre.
Comentaremos también algunos desarrollos
científicos en física cuántica que plantean cuestiones muy interesantes. A
nivel subatómico, el universo parece ser probabilístico en sentido no causal.
Recordemos la famosa partícula que tiene un 50% de posibilidades de provocar
una emisión radiactiva que mate al pobre gato de Schrödinger, encerrado en esa
agobiante caja. Además, mientras no haya un observador, la probabilidad no
colapsa y se mantiene en el 50%, es decir, el gatito en cuestión no está ni
totalmente vivo ni totalmente muerto. Al abrir la caja, la probabilidad va a un
lado o a otro y el gato vive o muere. Y no hay causa desconocida que provoque
una reacción o la contraria, sino que es algo esencialmente probabilístico.
Algunos físicos teóricos -y muchos guionistas de ciencia-ficción- se han
lanzado a la especulación y han planteado la hipótesis de que, en cada
bifurcación, en cada caja, en cada elección, aparecen dos universos distintos,
uno con un gato muerto y otro con un gato vivo, uno en el que escogemos el
camino de la derecha y otro en el que escogimos el de la izquierda. Así, cada
elección generaría un universo, pero no sería realmente una elección. Entre
abandonar a la Maga y no abandonarla, Horacio no elige, sino que hace ambas
cosas, una en cada universo distinto y luego se pregunta, en cada uno de ellos
por qué lo hizo y por qué no hizo lo contrario. Casi igual que la pequeña
partícula. Según esta -terrible- teoría, no habría ni libertad ni destino. No
hay libertad porque no se escoge entre A o B, sino que se escogen las dos en
diferentes universos, duplicándolo todo hasta el infinito y quedando cada
fragmento de conciencia del yo convencida de que ha actuado por algún motivo, y
tal vez la conciencia solo va siguiendo las probabilidades ciegas, como el pie
trata de seguir el camino de la piedrita en la rayuela. Pero tampoco habría un
destino con un final escrito, porque todos los finales ocurrirían, en un
multiverso de infinitos universos. Todos los destinos estarían escritos por
igual.
La tensión libertad / destino que hemos esbozado
subyace a través de toda Rayuela: elección o destino. Y aunque el lector
elige, desde el principio del tablero hasta el final acerca de qué ha pasado
con Horacio, tal vez haya un destino, una necesidad, que haga que cada lector,
según quién sea, elija de una determinada manera y no de ninguna otra. Uno toma
sus elecciones en Rayuela, ¿pero es acaso libre de tomar otras? Si no
hay posibilidad de tomar una decisión diferente, el destino ha marcado el
camino y la libertad es una ilusión. Pero en nuestra opinión, ya sea en la
novela de Cortázar, en nuestra profesión con las personas que cuidamos o en
nuestra propia trayectoria vital, la libertad debe ser preservada siempre,
incluso aunque sea como ilusión. Si no somos libres, aún así deberíamos
comportarnos como si lo fuéramos, porque una vida humana sin
responsabilidad sobre nuestros actos no es digna de ser llamada humana.
Bibliografía:
1.- Julio Cortázar. Rayuela. Editorial Alfaguara. Madrid,
2003.
2.- Amaia Vispe, Jose
Valdecasas. De la existencia como
búsqueda, de la búsqueda como arte: pasos en Rayuela. Blog postPsiquiatría,
2015. Disponible en: http://postpsiquiatria.blogspot.com.es/2015/07/de-la-existencia-como-busqueda-de-la.html
3.- Carlos Gómez. Doce textos fundamentales de la ética del
siglo XX. Alianza Editorial, 2005.
4.- Rogelio Luque, José M.
Villagrán. Psicopatología descriptiva:
nuevas tendencias. Trotta, 2000.
5.- Michel Foucault. Historia de la locura en la época clásica I
y II. Fondo de cultura económica de España, 2006.
6.- Amaia Vispe, Jose
Valdecasas. Un lacaniano y un
estoico entran en un bar. Blog postPsiquiatría, 2011. Disponible en: http://postpsiquiatria.blogspot.com.es/2011/04/un-lacaniano-y-un-estoico-entran-en-un.html
7.- Immanuel Kant. Fundamentación para una metafísica de las
costumbres. Alianza Editorial, 2005.
8.- Diego Sánchez Meca. Nietzsche: la experiencia dionisíaca del
mundo. Editorial Tecnos, 2009.
9.- Amaia Vispe, Jose Valdecasas. El concepto de eterno retorno en
Nietzsche. Blog postPsiquiatría, 2016. Disponible en: http://postpsiquiatria.blogspot.com.es/2016/06/el-concepto-de-eterno-retorno-en.html
10.- David Hume. Tratado
de la naturaleza humana. Editado por Félix Duque. Editorial Tecnos. Madrid,
2011.
[Nota al pie 1] En Rayuela,
capítulo 21: “Apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor...”. Nos recuerda una
obra de un registro muy diferente: la tercera película de la trilogía Matrix, dirigida por las hermanas
Wachowski. En una escena en la que Neo está atrapado en un mundo virtual entre
Matrix y el mundo real, se encuentra con la personificación de un programa informático,
quien le cuenta que quiere una vida para su hija, más allá de la eliminación
que le espera a él. Porque -dice el programa- la amo. Neo responde entonces: “El amor es una emoción humana”. Y
replica el programa: “No. Es una palabra”. Las palabras son traidoras y hay que
tener cuidado con ellas. A veces engañan y hacen creer que tras sus letras se
esconden significados esenciales y profundos existentes en la realidad, más
importantes incluso que los seres humanos que las pronuncian. Pero son
imprescindibles para poder manejar la realidad, aunque sea a riesgo de
cosificarla y dejarla un tanto rígida.
Tratar de definir la libertad es como definir el agua, aun más complicado. Las partículas inglesas of, from y to ayudan a establecer un contenedor para tal faena, estamos hablando de política, de sufrimiento o de responsabilidad.... Creo que en psiquiatría no se van a encontrar respuestas a eso por medio de la filosofía, aunque ni mucho menos diga yo que esté mal filosofar, al contrario. pero no para empezar. ¿No fue Sartre al que le dijeron cuando le soltaron del calabozo "usted es libre" y no dijo él que cuando más libre se era en Francia era durante la ocupación alemana? Una barbaridad y sin embargo hay parte de razón en su argumento se ve en particular en los supuestos trastornos bipolares, cuando el desarrollo de tal trastorno está por hacer y va a depender de las decisiones del paciente un montón.
ResponderEliminarPero no siempre. La alianza del psiquiatra con el paciente sugeriría una situación muy diferente a la alianza de la resistencia francesa con los nazies. ¿Quien y con quien establecen tal alianza?
Hay que empezar por preguntarse como llega el paciente a la consulta o hospital. Y solo después de esta pregunta se puede uno hacer otras sobre genes y biografía, entornos y consecuencias, tratamientos y decisiones. Hace años los conceptos de ganancia primaria y secundaria eran importantes, no se como estos conceptos se han abandonado, probablemnte no eran buen negocio. Lo cierto es que todo paciente que viene por voluntad propia a la consulta, sean las que fuesen las respuestas a las anteriores preguntas, es responsable por lo que pasa. Mas difícil es asignar responsabilidades cuando el paciente viene al hospital traído por la Ley o cuando es un niño o un discapacitado el que "sufre" de un supuesto trastorno. Es entonces cuando los derechos fundamentales pueden estar siendo gravevemente violados. La filosofía en particular la sartriana sin un fuerte énfasis en la cuestión de quien decide usar la psiquiatría y sin un encuadre en derechos es una forma de explotación más. Y aun con estas consideraciones puede serlo, aunque el psiquiatra no sería responsable solo por ello. ¿O creéis que la falsedad y la esclavitud no tienen formas deseables, y que incluso hay algunos que las prefieren en cualquier forma?
Y ahora paro que estoy empezando a filosofar.
Me parece sumamente interesante
ResponderEliminargracias por todo y por nada, por ubicar de hacer o no hacer es cuestión de responsabilidad y decisión de quien lo vive.
ResponderEliminarArtículo interesante y conclusión: que no sabemos casi nada. Luis Manteiga Pousa
ResponderEliminarLo que si creo es que el presente es como es porque el pasado fue como fue. Por ejemplo, con la conquista de América por los españoles. Independientemente de valoraciones morales, los que allí se quejan de la colonización y la condenan paradojicamente si esta no se hubiese producido muchos sencillamente no habrían nacido.
ResponderEliminarY lo mismo pasa, por ejemplo, con la esclavitud. Fue un hecho deleznable y horrible. Pero, y esta es la paradoja, la gran mayoría de negros que se quejan de ella no hubiesen nacido si esta no se produjese. Son los extraños vericuetos de la Historia.
ResponderEliminarHay que hacer lo correcto, en cualquier caso, Después, las consecuencias ya suelen ser un misterio.
ResponderEliminarEs decir, a veces del mal surge el bien y del bien surge el mal.
ResponderEliminarYo soy, y he sido y seré, otro u otros, a la vez y/o consecutivamente, y con unas copas aun más. Estamos en cambio continuo. No se si existe el libre albedrío o no. Si existe, pienso que es muy poco. Aunque no influye para nada en cual sea la verdad ni siquiera se lo que preferiría. El libre albedrío, quizás. Pero no lo se. Depende. Hay momentos. Ni siquiera elegimos nuestras ideas, ni nuestras emociones. Como mucho, las seleccionamos después. Aceptamos unas y desechamos otras. La idea del determinismo te puede dar una cierta tranquilidad, aceptación, pero también te puede deprimir por su fatalismo, en el sentido triste del término. Aunque todo depende de cada persona, de como lo tome, y tiene sus momentos también.
ResponderEliminarque interesante tema, es verdad un tema muy amplio y filosófico si nos ponemos a pensar en ello.
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