domingo, 3 de noviembre de 2019

"La Psiquiatría como dispositivo en Salud Pública: peligros y oportunidades" (Salubrismo o Barbarie)



Hace ya un tiempo publicamos un capítulo, junto a nuestra admirada Marta Carmona, en el libro Salubrismo o Barbarie, del cual está a punto de salir la segunda edición. Trataba sobre la situación de la psiquiatría actual desde el punto de vista salubrista y hasta ahora no lo habíamos traído a nuestro blog, asignatura pendiente que hoy aprobamos. Dejamos un enlace al capítulo tal como sale en el libro en pdf y, a continuación, el texto completo. Esperamos que les guste.


Marta Carmona Osorio
Jose García-Valdecasas Campelo

Ya desde Foucault (1, 2) quedó clara la relación entre la historia de la locura y la del conjunto de discursos y dispositivos desarrollados para controlarla, es decir, la psiquiatría. Sin embargo, el pensador francés murió en 1984 y nos dejó sin saber qué hubiera pensado acerca de la evolución posterior de los acontecimientos. Desde los años 80 y 90 del siglo XX hasta la actualidad, asistimos a un auge sin precedentes de un constructo llamado salud mental, que ha desplazado al antiguo y menos elegante de psiquiatría. Sin entrar en las diversas definiciones de “salud mental”, sí queda claro que a nivel pragmático es un concepto en íntima relación con otros tales como eficacia, alegría, autorrealización e incluso felicidad. Es decir, en nuestros días, la atención sanitaria en el campo de la salud mental ha visto configurada su función mucho menos en el aspecto clásico de cuidado y control del loco y mucho más en el consuelo del triste y del ansioso, especialmente si está de baja laboral.

La situación de crisis económica y política que atravesamos y que nos atraviesa está poniendo de manifiesto una situación en la psiquiatría actual (como en tantas otras cosas y casos en los que confiábamos más o menos acríticamente) que de hecho ya se venía produciendo desde hacía tiempo: la atención psiquiátrica / psicológica funciona (para lo cual es indiferente que los profesionales sean o no conscientes de ello) como dispositivo de control del malestar, que es desviado así de su origen social hacia aspectos individuales, donde no podrá ser solucionado y provocará daños en forma de iatrogenias y dependencias diversas. Así mismo, este dispositivo se sostiene y fomenta también gracias a la óptica capitalista de obtención de beneficios por encima de toda ética, que aplican las industrias farmacéuticas (como tantas otras) promocionando enfermedades que no son tales, sobrediagnosticando otras y logrando una medicalización global de la población desconocida hasta finales del siglo XX y principios del XXI. Todo ello con la colaboración imprescindible y siempre atenta de las administraciones sanitarias que olvidan su función de control y de los profesionales sanitarios que olvidan su función de cuidado (3, 4).

Existen datos (5) de que las cifras de depresión aumentaron 1.000 veces en 30 años, lo que, incomprensiblemente, se produjo junto con el hecho de considerar a la depresión una enfermedad de naturaleza neuroquímica. Y no sólo la tristeza se convirtió en depresión. La timidez pasó a ser fobia social (6), la distracción y las travesuras pasaron a ser TDAH (7), la psicosis maniaco-depresiva pasó a ser trastorno bipolar, lo cual a su vez ha ido logrando que cualquier alteración emocional (muchas veces provocadas por los mismos antidepresivos de eficacia dudosa (8, 9, 10) que usamos) sea a su vez también trastorno bipolar. Las personas, que suelen ser diferentes unas de otras y casi nunca perfectas, se convirtieron en definitiva en trastornos de personalidad. El DSM-5 ha culminado, hasta ahora, esta carrera absurda determinando que un duelo por un ser querido superior a dos semanas es una enfermedad mental necesitada de tratamiento.

Todo ello conlleva consecuencias a distintos niveles. La más inmediata es que nuestra red pública de salud mental, creada para atender personas con problemas serios de salud mental (lo que llamábamos, intentando emular a los clásicos, esquizofrenias, paranoias, melancolías, locuras circulares y poco más) está completamente saturada atendiendo a personas que sufren por malestares vitales, consustanciales a la vida y que, y esto es lo más triste, no sólo no se benefician realmente de dicha atención sino que caen en iatrogenias farmacológicas a veces terribles (11) y en dependencias psicológicas no menos preocupantes. Por no hablar de que cuando tu sufrimiento aparece porque te quedas en paro, pierdes la casa y no tienes dinero para alimentar a tus hijos, el hecho de que te sientes a esperar que se regule tu serotonina, o elabores tu complejo de Edipo, o corrijas tus cogniciones, o cualquier otra terapia que se nos ocurra a los profesionales, no va a hacer que te sientas mejor. Pero sí evitará que busques las soluciones donde están los problemas.

Sin mucho temor a equivocarnos, podríamos plantear que el dispositivo que conocemos como salud mental es una construcción de naturaleza ideológica que desempeña una función social básica (aparte de las más inmediatas de obtención de beneficios para la industria y prestigio para los profesionales), que no es otra que el adormecimiento. Un nuevo opio del pueblo, pero esta vez bajo receta médica o indicación psicoterapéutica. Imagínense si todos los parados de este pobre país, engañados y estafados muchos de ellos en una burbuja inmobiliaria que no crearon pero pagan (mientras que los que sí la crearon siguen cobrando lo mismo o más que antes), decidieran dejar sus pastillas y sus terapias y marcharan juntos sobre el Congreso o la Moncloa. Pero claro, el doctor dice lo que el gran experto a sueldo de la farmacéutica repite, es decir, que esto va a ser la serotonina desregulada, así que tranquilito en casa sin tomar decisiones hasta que uno esté bien. Y a lo mejor, como nos hizo ver Rendueles (12), para llegar a estar bien, habría que empezar a tomar decisiones (o la Bastilla, ya puestos).

La psicoterapia no está exenta de sus propias iatrogenias (13, 14) y forma parte del mismo dispositivo de control social que estamos describiendo. Nuestra cultura occidental, hace ya algunas décadas, cuenta con un meme fundamental que podríamos definir como: “hablar de tus problemas con un profesional psi es bueno / necesario / imprescindible para superarlos”. Como tal meme, se repite a múltiples niveles y se acepta de forma casi acrítica por gran parte de la población. El problema es que nadie ha demostrado que tal aseveración sea cierta. Y aunque no dudamos de que muchas veces la psicoterapia puede ser útil a nivel individual, nos tememos que a nivel social termina por crear una sociedad donde uno olvida su propia capacidad de superar los problemas por sí mismo, o con el apoyo de su familia y amigos, siendo capaz de desarrollar una red social que lo fortalezca en los momentos difíciles y le haga sentirse parte de algo. No como un pobre traumatizado que tiene que ir a consulta cada dos semanas porque no es capaz de superar que su pareja le dejó. Los buenos terapeutas insisten en “devolver la responsabilidad al paciente”. Pero tal vez no deberían empezar por quitársela definiéndole como “paciente” en el acto mismo de iniciar la terapia.

En nuestra opinión y como profesionales de la psiquiatría, deberíamos abandonar esta función en que la sociedad, algunos de nuestros supuestos expertos y muchas veces nosotros mismos también, nos colocamos, porque nos conduce a, y nos perpetúa en, una cultura en la que no sólo todo malestar es interpretado como patológico, sino que toda ausencia de felicidad absoluta es vista como enfermedad. Una psiquiatría así termina por impedir a los seres humanos buscar su felicidad aceptando que nunca la encontrarán por completo, y lleva a creer y caer en falsos remedios y a buscar muletas diversas, condenando a muchas personas a iatrogenias terribles y a cronificaciones sin salida. Esta crítica supone tener que trabajar en una frontera difusa y fácil de cruzar sin darse cuenta, pero de intentar fijarla de forma adecuada depende que nuestra disciplina pueda efectivamente ser un instrumento social de ayuda o, en lugar de ello, una herramienta más del poder que usa a la gente siempre como un medio (para ganar dinero o prestigio, o bien para limitar y controlar sus deseos de libertad y solidaridad) y nunca como un fin en sí misma.

Y, como sabemos desde el imperativo categórico kantiano (15), considerar a toda persona como un fin en sí misma y no únicamente como un medio para algo, es la esencia de la ética que, al fin y al cabo, es de lo que debería ir todo esto.  


Por otra parte llama la atención lo escasamente tematizado que está el concepto "prevención primaria" para la salud mental. Con "escasamente tematizado" no queremos decir que no haya diez mil textos tratando de perfilarlo, que los hay (16), sino que brilla por su ausencia en la cabeza de los profesionales. En ninguno de los paradigmas que tratan de explicar quiénes y cómo son los locos, desde los biologicistas más acérrimos a los psicoanalistas más ortodoxos, se plantea la posibilidad de eliminar las causas de la locura. Para palpar algo análogo a esa prevención primaria hay que remontarse a los intentos de "eliminar el gen rojo" y demás sandeces eugenésicas realizadas en contexto de regímenes totalitarios y que vienen a mostrar, en su forma más exacerbada, la cara más represiva de ese constructo llamado psiquiatría. O bien uno puede buscar en los estantes de las librerías generalistas libros de autoayuda, máximo exponente de la conversión de la felicidad en un producto de consumo, entendiendo "felicidad" como "docilidad del obrero  contemporáneo y afección a su rol de consumidor". A su vez perfecto ejemplo de que sigue existiendo una vertiente represora en la salud mental, si bien esta vez se cimenta en poder blando, harto más eficaz que el totalitarismo (citaríamos, pero tienen toda la historia del s. XX para valorar los resultados de dicho ensayo-error).

La dudosa efectividad a nivel poblacional de las distintas psicoterapias aplicadas a nivel individual no justifica el nulo intento de aplicar el conocimiento adquirido tras dos siglos de estudio del subjetivismo a prevenir el sufrimiento humano generado por otros humanos. La enfermedad mental (y en esto hay consenso entre las ramas) siempre surge en la relación con el Otro. ¿Por qué no aplicar aquello que muestran los locos y/o vapuleados en cada consulta para entender y después erradicar la crueldad inherente al sistema?

Cualquier epidemiólogo que se tome su trabajo en serio sabe que el concepto "enfermedades no transmisibles" tal y como se concibe a día de hoy es una burla a toda perspectiva social de la salud (17). Que no solo los microorganismos deben "contagiar", cuando las probabilidades de tener diabetes, cardiopatías, EPOC y-el-resto-de-la-ristra presentan una asociación difícilmente casual al estrato social al que se pertenece. Que eso de non-communicable disease cuando uno vive al lado de una fábrica con vertidos tóxicos y se le pudren los pulmones a continuación es un intento torpe de poner el énfasis en el diagnóstico-tratamiento individual de problemas determinados socialmente que sólo así pueden ser resueltos.  ¿Por qué cuesta tanto extender este concepto a la salud mental y en particular al trastorno mental grave? Si uno, desde su perspectiva social, plantea el binomio "enfermedad mental vs sociedad" pensará rápidamente en el estigma entorno al trastorno mental grave, en la psiquiatriza-psicologización de la vida cotidiana y en la imposición de lo que el DSM 5  entiende como normalidad. Sin embargo sabemos (y no sólo desde la teoría psicoanalítica) la relación entre experiencias traumáticas en la infancia y trastorno mental grave (18). Sabemos que al hablar con una enferma mental es nauseabundamente probable que haya sufrido abusos sexuales en algún momento de su vida. Sabemos, gracias a los sistémicos, que el sufrimiento se propaga a lo largo de las generaciones (19). Que en el proceso de individuación de cada sujeto, para el cual es preciso el medio familiar (o lo que quiera que lo supla) se acusa ese sufrimiento heredado. Que la parentalidad se desarrolla ante cada nuevo hijo soportando la carga de todas las generaciones anteriores; que la infancia de cada hijo se condiciona por la infancia que tuvieron sus padres y cómo fueron criados por sus propios padres... y así eslabón por eslabón, en columnas entrecruzadas que se retraen a la noche de los tiempos, cimentando las culturas y las sociedades (20). Muchas de estas columnas, sanas y vivas van creciendo sólidas. Otras sin embargo, dañadas y vapuleadas se sostienen clavándose contra cada generación nueva, arrastrando sufrimiento. Esas columnas, cuya carga vertical se hace insoportable, acusan como ninguna los golpes laterales que les proporciona lo social. Crezcan allá donde "derecho" sólo significa "estribor" o crezcan donde "felicidad" es el nombre de la rueda de hámster neoliberal trabaja-para-consumir, hay columnas que aguantas sólidas y otras que se quiebran. Entender cuáles y cómo pasa por entender cómo esa violencia se convierte en agente de transmisión. Pero eso, y por desgracia sólo contamos con conjeturas para sustentarlo, implicaría saber cómo detenerla. Parece difícil que un sistema que se sostiene sobre la imposición y el expolio de unos pocos sobre los demás, vaya a tener interés en que se conozcan los engranajes de una de sus patas.

Pero, se dirá el lector, teorías acerca de la violencia hay chopocientasmil. De hecho los medios de comunicación mayoritarios suelen dar pábulo a las más endebles/hilarantes (la culpa es de los videojuegos, desde que no  apedreamos a (todos) los homosexuales la gente ha perdido sus valores, etc), y además uno puede encontrar teorización seria a mansalva acerca del mal y su naturaleza. Esa, querido lector, es la principal característica del poder blando. No prohíbe, sólo inunda e inutiliza. Que haya miles de teorías pero ninguna se busque/ensaye/aplique en la atención clínica a una de las consecuencias más accesibles y extremas de la violencia como es el cuidado a los vapuleados extremos por esa violencia (los locos), es el ejemplo perfecto de cómo funciona el poder blando.

Para entender las aplicaciones de este planteamiento, salga un segundo del ejemplo del móvil-hecho-de-coltán-sangriento (no porque no sea válido sino porque muchos otro factores complejizan el abordaje) y piense, por ejemplo, en el patriarcado. Concretamente en esa parte del patriarcado que precisa de la imposición violenta. Aunque sea un término originario de los 70, ha hecho falta llegar prácticamente a la segunda década del s.XXI para que se popularice el concepto "Rape culture" o cultura de la violación (21). Para que se empiece a plantear fuera de los ámbitos académico-militantes (levemente fuera) que el concepto social/manejo de las violaciones, incluso desde la perspectiva del cuidado a la víctima, sea el principal propagador de ese método de imposición de poder. Nos consta que muchas mujeres con trastorno mental grave (y muchos hombres a los que ha tocado el rol sometido, lo que a efectos prácticos viene a ser igual) han sufrido abusos sexuales o violencia sexual en algún momento de su vida (22, 23). Se postula que las experiencias traumáticas, muchas de ellas de esta índole, condicionen muchos de estos trastornos mentales graves. Sin embargo la sola idea de que el abordaje clínico del trastorno mental grave de efectúe entendiéndolo como una herramienta para luchar contra la Rape culture y el luchar a nivel poblacional contra la Rape culture como una forma de abordaje clínico la enfermedad mental, despertará carcajadas en la inmensa mayoría de los profesionales de la salud mental, y no sólo del sector biologicista.

Quizá no sea tan ridículo. En una psiquiatría hecha para algo distinto a atar al agitado, sedar al incómodo y recauchutar al temporalmente incapaz de producir; en la que no se buscaran criterios diagnósticos para justificar la introducción de tratamiento farmacológico (escúchese la máquina registradora facturando) sino el comprender al ser dañado que pide ayuda para seguir en el mundo que le expulsa, se harían otras cosas. Martín Garzo coge una escena de La novia de Frankenstein para ilustrar la buena atención a la salud mental (24). En esa escena el monstruo llega a la casa de un anacoreta ciego que, al no ver su aspecto, le acoge con respeto y le da de comer, de beber y de fumar. El monstruo, atónito, encuentra en ese lugar la paz y la dignidad que nunca se le ha permitido. Entender la atención clínica de la locura como la garantía de un espacio de paz y dignidad para la gente extraña, para la gente vapuleada, para la gente con el pensamiento roto sobre un vacío lovecraftiano, en vez de entenderla como la vorágine de diagnóstico-ingreso-pastillas actual proporcionaría otra manera de abordar/entender/combatir el sufrimiento.

Y en ese espacio de paz y dignidad donde se escuche sin ver al monstruo, donde se entienda qué violencia le ha llevado a empellones hasta allí, en esa visión en crudo de las fallas del sistema en que vivimos, ahí quizá no sea tan absurdo combatir la violencia y el sometimiento social en vez de las particularidades de la gente extraña. Quizá esa sea la prevención primaria en la salud mental, y por eso quizá todavía resulte inconcebible.


Bibliografía:

1. Foucault, Michel. Historia de la locura en la época clásica, tomos I y II. Editorial Fondo de Cultura Económica de España, 2006.
2. Foucault, Michel. El poder psiquiátrico. Ediciones Akal, 2005.
3. Goldacre, Ben. Mala Farma. Paidós Ibérica, 2013.
4. Gøtzsche, Peter. Medicamentos que matan y crimen organizado. Los libros del lince, 2014.
5. González Pardo, Héctor y Pérez Álvarez, Marino. La invención de trastornos mentales. Alianza Editorial, 2007.
6. Lane, Christopher. La timidez. Zimerman Ediciones, 2011.
7. García de Vinuesa, Fernando; González Pardo, Héctor: Pérez Álvarez, Marino. Volviendo a la normalidad. La invención del TDAH y del trastorno bipolar infantil. Alianza Editorial, 2014.
8. Kirsch I, Deacon BJ, Huedo-Medina TB, Scoboria A, Moore TJ, et al. (2008) Initial Severity and Antidepressant Benefits: A Meta-Analysis of Data Submitted to the Food and Drug Administration. PLoS Med 5(2):e45. doi:10.1371/journal.pmed.0050045.
9. Barbui C, Cipriani A, Patel V, Ayuso-Mateos J, Van Ommeren M. Efficacy of antidepressants and benzodiazepines in minor depression: systematic review and meta-analysis. British Journal of Psychiatry (2011) 198:11-16 doi:10.1192/bjp.bp.109.076448.
10. Fournier JC, DeRubeis RJ, Hollon SD, Dimidjian S, Amsterdam JD, et al. Antidepressant Drug Effects and Depression Severity: A Patient-Level Meta-analysis. JAMA 2010; 303(1):47-53. doi:10.1001/jama.2009.1943.
11. Moncrieff, Joana. Hablando claro: una introducción a los fármacos psiquiátricos. Herder Editorial, 2013.
12. Rendueles, Guillermo. La psiquiatría como mano invisible del desorden neoliberal, en AA. VV., Neoliberalismo vs. Democracia. La Piqueta. Madrid, 1998.
13. Rose S, Bisson J, Wessely S. Psychological debriefing for preventing post traumatic stress disorder (PTSD). The Cochrane Database of Systematic Reviews 2002, Issue 2. Art. No.: CD000560. doi: 10.1002/14651858.CD000560.
14. Lilienfeld, SO. Psychological Treatments That Cause Harm. Perspectives on Psychological Science, March 2007, 2(1), 53-70. doi: 10.1111/j.1745-6916.2007.00029.
15. Kant, Immanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Editorial Tecnos, 2006.
16. Organización Mundial de la Salud. Prevención de los Trastornos Mentales. Intervenciones efectivas y opciones políticas. 2004. Disponible en tal_health/evidence/Prevention_of_mental_disorders_spanish_version.pdf  [consultado noviembre 2014].
17. Glass, Thomas A., and Matthew J. McAtee. “Behavioral science at the crossroads in public health: Extending horizons, envisioning the future.” Social Science and Medicine 62.7 (2006) : 1650-1671. Print.
18. Spataro, Josie et al. “Impact of child sexual abuse on mental health: Prospective study in males and females.” The British Journal of Psychiatry 184 (2004) : 416-421.
19. Minuchin, Salvador. Familias y terapia familiar. Gedisa, 1979.
20. Espasa, Francisco Palacio. “Parent – infant psychotherapy, the transition to parenthood and parental narcissism: Implications for treatment.” Journal of Child Psychotherapy 2004 : 155-171. Print.
21. E. Suarez, T. M. Gadalla. Journal of interpersonal violence 25. 2010-2035 (2010).
22. González Cases, J. et al. Prevalence and Characteristics of Intimate Partner Violence Against Women with Severe Mental Illness: A Prevalence Study in Spain. Community Mental Health Journal 1-7 (2014).
23. Gonzalez Aguado, F et al. Violencia familiar y de pareja hacia las mujeres con trastorno mental grave. Norte de salud mental, 2013, vol. XI, nº 45: 23-32. Disponible en http://www.revistanorte.es/index.php/revista/article/view/19/18 [consultado noviembre 2014]
24. Martín Garzo, Gustavo. El anacoreta y el psicótico. El País. 2011. Disponible en          http://elpais.com/diario/2011/02/20/opinion/1298156411_850215.html [consultado noviembre 2014].




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