El principal texto del libro "Tecnologías del yo y otros textos afines", de Michel Foucault, es la transcripción
de una serie de seminarios que Foucault impartió en la Universidad de Vermont
en 1982. “Tecnologías del yo” es la
traducción de “technologies of the self”, o también “tecnologías de uno mismo”,
como aquellas técnicas que permiten a los individuos efectuar operaciones en
sus propios cuerpos, en sus almas, pensamientos, conductas, de un modo que los
transforme a sí mismos, que los modifique, con el fin de alcanzar un cierto
estado de perfección, o de felicidad, o pureza, o poder sobrenatural, etc. Ese
“yo” traduce “self”. No es el sujeto sino el interlocutor interior de ese
sujeto: “uno mismo”. Otra definición de estas “tecnologías del yo” sería “la reflexión
acerca de los modos de vida, las elecciones de existencia, el modo de regular
su conducta y de fijarse uno mismo fines y medios”.
Todo el ensayo está atravesado por la diferencia y a
la vez estrecha interrelación entre dos
rasgos característicos del poder moderno: el nacimiento de la forma Estado
y “el desarrollo de unas técnicas de poder orientadas a los individuos e
interesadas en dirigirlos en una dirección continua y permanente”. He aquí las
llamadas tecnologías del yo.
Como dice Foucault, su objetivo ha sido trazar una
historia de las diferentes maneras en que los hombres han desarrollado un saber acerca de sí mismos (economía,
psiquiatría, medicina...). Estas ciencias son “juegos de verdad” específicos
relacionados con técnicas
específicas que utilizan los hombres para entenderse: tecnologías de
producción, tecnologías de sistemas de signos, tecnologías de poder (que
determinan la conducta de los individuos, objetivando al sujeto) y las
mencionadas tecnologías del yo. Foucault elabora una historia de la
organización del saber respecto a la dominación y al sujeto.
Nos interesa especialmente el estudio
foucaltiano de la locura. Foucault afirma haberla estudiado no con los
términos del criterio de las ciencias formales, sino para mostrar cómo,
mediante ese extraño discurso, era posible un cierto tipo de control de los
individuos dentro y fuera de los asilos. Nuestro autor abordó este tema en “La historia de la locura en la época clásica” y, posteriormente, en “El poder psiquiátrico”. Como señala en “Tecnologías del yo”, nos parece que se centró
especialmente en esas dos obras en la tecnología de la dominación y el poder,
pero ahora se detiene en la gran importancia de las tecnologías de la
dominación individual, la historia del modo en que un individuo actúa sobre sí
mismo, es decir, la tecnología del yo. El contacto entre las tecnologías de
dominación de los demás y las referidas a uno mismo es lo que Foucault denomina
gobernabilidad.
En nuestra opinión, el
dispositivo psiquiátrico tal y como existe en nuestra sociedad, se ampara
en un supuesto saber, una ciencia que no deja de ser un cierto “juego de
verdad” mucho más cercano a la subjetividad de las ciencias del espíritu que a
la mayor certeza y replicabilidad de las ciencias naturales. A partir de dicho
saber se desarrollan unas tecnologías de poder y unas tecnologías del yo. La
psiquiatría plantea una cierta relación entre psiquiatra y paciente que,
cayendo en inevitable generalización, es básicamente de dos tipos: el paciente
es un “loco” sobre el que se ejerce
un dominio buscando controlar su conducta (ya sea con el encierro en el asilo
clásico o con el tratamiento tranquilizador dispensado en las consultas
modernas), o bien el paciente es un “cuerdo”
preso de malestares, ansiedades y depresiones diversas, sobre el que se ejerce
un dominio diferente, buscando su consuelo, su anestesia, su resignación (por
diversas terapias o tratamientos), evitando que dolores muchas veces de causa
social sean vistos como tales, centrando por el contrario el objetivo en los
aspectos individuales, aplacando con gran eficacia un malestar social que se
queda en expresiones exclusivamente individuales. Desde mi punto de vista, la
tecnología de poder clásica de “control del loco” que con tan gran acierto
describió Foucault se ha visto en las últimas décadas acompañada de la
tecnología de poder de “consuelo del triste y el ansioso”, desviando todo un caudal
de malestar social a cauces de tranquilización individuales (ya sea con
psicoterapias o fármacos de diversos tipos).
En cuanto al aspecto concreto de las tecnologías del
yo, el llamado “paciente”, sobre todo cuando se cataloga como “crónico” y
emprende un camino de años de consultas y tratamientos (conste que para nada
excluimos la existencia de las enfermedades mentales como síndromes que afectan
realmente a algunas personas, pero eso no cambia el hecho de que hay todo un
dispositivo psiquiátrico que funciona alrededor de estas situaciones), va
efectuando toda una serie de cambios en su forma de pensarse a sí mismo,
acabando en no pocas ocasiones asumiendo plenamente un rol de enfermo, pasivo,
desrresponsabilizado y reconociendo lo que al principio negaba con el mayor
énfasis: que está enfermo, que sus ideas eran delirios, adquiriendo lo que los
psiquiatras llamamos “conciencia de enfermedad” y que muchas veces no es sino
la triste ironía de que acaba siendo el loco el que le da la razón al
psiquiatra para que le deje en paz. O bien, el otro tipo general de paciente
que hemos descrito, el triste, desarrolla su propia tecnología del yo: una
serie de cambios en su self, en su mismo persona, para constituirse como un
enfermo, también desrresponsabilizado, sin reconocerse autor de impulsos,
decisiones o perezas, cada vez más lejos de lo que es un ser humano libre y
dueño de sí.
Pero estas dos formas de tecnologías del yo que vemos
en estos dos tipos generales de pacientes descritos no son las únicas que aparecen
en el dispositivo psiquiátrico. El
psiquiatra también, a lo largo sobre todo de su período de entrenamiento
inicial, lleva a cabo toda una tecnología del yo por la cual se transforma. A
partir de una persona con grandes conocimientos teóricos y tal vez prácticos de
medicina, se va instaurando un cambio en pensamientos, actitudes y conductas
por el cual se convierte uno en psiquiatra: se cree con capacidad para decidir
qué pensamientos coinciden con la realidad y cuáles no, qué conductas son
“normales” y cuáles “anormales”, qué personas deben ser encerradas contra su
voluntad en un momento dado y cuáles no... Como el propio Foucault comentó
alguna vez, parece mucho poder para sustentarse en un saber tan escaso. Y para
ejercer ese poder sin dudas (o con ellas, según los casos) se requieren toda
una serie de operaciones en uno mismo, que van desde la forma de hablar con
otras personas, a la inherente sospecha que acompaña a toda escucha del otro, o
la adopción de una cierta atmósfera de superioridad intelectual que oculta
grandes inseguridades sobre lo que uno hace, etc. En nuestro caso, llevamos casi quince años trabajando en Psiquiatría y estas ideas que ya hacía tiempo teníamos esbozadas se han concretado ante el concepto foucaltiano que ocupa el presente
ensayo: las tecnologías del yo. En el dispositivo psiquiátrico, y sin duda de
parecida manera en otros, no se ejerce sólo la dominación externa, sino también
la que ejerce uno sobre sí mismo. Pero no sólo sufren este proceso los
oprimidos, sino de parecida manera los opresores.
Ahora, que el sistema funcione de esta manera, para
nada exime de responsabilidad al
individuo concreto que ejerce su función de psiquiatra, de médico o de
carcelero... Uno no deja de conservar su libertad
a la hora de ejercer su trabajo o, llegado el caso, de decidir dejar de
hacerlo. La tecnología del yo, de nuevo desde nuestro punto de vista, no es un
imperativo que determine la conducta de unos u otros. Precisamente, Foucault
señaló, en la primera conferencia de las recogidas en el libro, que somos más
libres de lo que creemos, y no porque estemos menos determinados, sino porque
hay muchas cosas con las que aún podemos romper, para hacer de la libertad un
problema estratégico, para crear libertad. Para liberarnos de nosotros mismos.
Foucault habla en este libro de tres técnicas
estoicas del yo, una de la cuales es la “askesis”, no una revelación del
secreto del yo sino un recordar. La askesis incluye ejercicios que ponen a
prueba la preparación del individuo, con dos polos, que serían “melete”
(meditación: imaginar la articulación de posibles acontecimientos para examinar
cómo reaccionaría uno) y “gymnasia” (entrenamiento en una situación real,
aunque haya sido inducida artificialmente). Entre ambos extremos, es Epícteto
quien proporciona el mejor ejemplo de caso intermedio: quiere vigilar continuamente la representaciones
(metáforas del vigía y el cambista), técnica que culmina con Freud. Aquí
encontramos una primera referencia a técnicas que culminarán, en mi opinión, en
las modernas psicoterapias. Volveré luego sobre esta cuestión.
Foucault describe también en otra parte del libro una
de las técnicas del yo propias del cristianismo primitivo: la “exomologesis”
(ritual de reconocimiento de sí mismo como pecador y penitente), señalando la
importante paradoja de que tal técnica borra
el pecado y a la vez revela el pecador. De nuevo se nos aparece aquí una
clara relación con las técnicas psicoterapéuticas que nacen con el
psicoanálisis (aunque luego tomen los derroteros más diversos): la resolución
del síntoma, su “borrado”, pasa por la revelación del conflicto a través de la
terapia (que no deja de ser una suerte de confesión).
Foucault señala cómo, a lo largo del cristianismo,
hay una correlación entre la revelación del yo y la renuncia al yo. Dicha
revelación puede ser dramática (en la exomologesis) o verbal (en la
exagoreusis). Foucault afirma que la verbalización se va volviendo más
importante y que desde el siglo XVIII hasta el presente (finales del XX, cuando
se pronuncian las conferencias), las técnicas
de verbalización son reinsertadas en un contexto diferente por las ciencias
humanas para ser utilizadas sin que haya renuncia al yo, pero para constituir
positivamente un nuevo yo. No puedo evitar ver de nuevo aquí una posible
relación entre el pensamiento foucaltiano respecto a estas tecnologías del yo
que describe y la psiquiatría como dispositivo: esta verbalización recuerda
poderosamente a las llamadas terapias morales o modernamente psicoterapias. El
paciente, el sujeto afecto de malestar, que a través de la revelación de sus
intimidades a un profesional con el que establece un diálogo de determinadas
características acaba logrando (en el mejor de los casos) no una renuncia a su
yo sino un conocimiento más profundo del mismo o un cambio en su forma de
funcionamiento. Un nuevo yo, en cierto sentido.
Desde este punto de vista, la psicoterapia sería una cierta tecnología del yo por la cual el
sujeto lleva a cabo toda una serie de cambios en sus pensamientos, afectos o
conductas, aunque no sin la ayuda de un terapeuta (en una cierta función
pastoral, podría decirse, de cuidado y ayuda a la vida de otro). Existe en
nuestra cultura la idea extendidísima y aceptada casi de forma acrítica de que
“expresar / confesar / no guardarse los problemas / preocupaciones / traumas es
bueno / necesario / imprescindible para estar bien / ser feliz / realizarse uno
mismo”. Tal vez pueda leerse esta idea como una tecnología del yo, heredera de
los análisis foucaltianos del cristianismo primitivo, y que lleva aparejada una
función de dominación individual.
En estrecha relación con las tecnologías de
dominación que tienen en el Estado la forma más centralizada y global (con el
tipo de racionalización enlazada inherentemente al abuso de poder), estas
tecnologías del yo -en lo referente al mencionado dispositivo psiquiátrico-
ejercen, según mi hipótesis, toda una forma de dominación individual (y como
tales tecnologías de “uno mismo”, autoimpuestas) cuyo resultado acaba siendo la
colaboración al mantenimiento del status
quo sociopolítico. Aunque esta descripción de la psiquiatría no deja de
ser, evidentemente, una generalización, nos plantea la pregunta de si, con un
dispositivo semejante, hubiera habido manera de tomar la Bastilla o asaltar el
Palacio de Invierno, en busca de un mundo mejor (con éxito o sin él, que ésa es otra cuestión).