Freud usó el título de la tragedia de Sófocles que a su vez nosotros empleamos de título de nuestra entrada, para describir su más que famoso Complejo. En dicha tragedia, Edipo mata a su padre y se casa con su madre, para después sacarse los ojos y acabar su vida como un mendigo. Un detalle curioso es que no sabe que son sus padres cuando dichos hechos ocurren. Nada que ver pues con una culpa cristiana (que precisa que el pecado sea conocido como tal para que merezca castigo) que el mundo aún no conocía, sino más bien con la vergüenza griega ante el hecho de haber cometido una indignidad... En fin, disquisiciones histórico-antropológicas al margen, el tema que nos ocupa es, por supuesto, el Complejo de Edipo.
El creador del concepto fue Sigmund Freud, que consagró varios de sus escritos a intentar explicar este paso inevitable en la constitución del psiquismo humano. Posteriormente, Jacques Lacan dedicó también varios de sus escritos a discurrir sobre el tema (no sabemos si más acertadamente pero, desde luego, menos comprensiblemente). Cuando iniciaba mi formación psiquiátrica, recuerdo que uno de mis grandes maestros me dejó un artículo, creo que publicado en la revista Claves, sobre comprensibilidad e incomprensibilidad de textos, o algo así. Dicho artículo planteaba un experimento curioso: ante dos párrafos dados, uno había sido realizado por un programa informático mediante ciertas reglas gramaticales básicas pero prescindiendo de cualquier consideración de sentido de las proposiciones y el otro era un texto seleccionado de una obra de Lacan. Se trataba de intentar entender los textos y la gracia del asunto estribaba en que no revelaban hasta el final del artículo cuál era uno y cuál el otro. No les diré cuál era aparentemente más comprensible, pero les daré una pista: no era el de Lacan.
El caso es que luego, entre diversas ocupaciones, nos dio por formarnos a nivel teórico en psicoanálisis de orientación lacaniana. Y aunque no somos psicoanalistas (nos han faltado dinero, tiempo y ganas), creemos tener alguna idea del tema. Tras diversas lecturas, en gran parte de nuestros admirados José María Álvarez y Fernando Colina, hemos creído entender distintos conceptos lacanianos o, al menos, nos hemos hecho una idea de ellos que, a nosotros, nos permite entenderlos. Es decir, vamos a intentar explicar, a nuestra manera, el Complejo de Edipo y su papel en la constitución de las diferentes estructuras que puede adoptar el aparato psíquico, deteniéndonos especialmente en la estructura psicótica y haciendo algún comentario sobre los tres registros de lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. Como hemos dicho alguna otra vez, lo meritorio se deberá probablemente a lo que hemos podido asimilar de las lecturas de autores como Álvarez, Colina u otros. Lo erróneo posiblemente será nuestro, pero había que intentar entenderlo (para luego poder estar en desacuerdo si es preciso, pero con algo de criterio).
Otra posibilidad es la que nos comentó un querido amigo, que afirma que una vez consiguió entender con absoluta claridad el edipo lacaniaco, pero estaba tan borracho que, cuando despertó a la mañana siguiente, lo había olvidado por completo. Pero sigamos con la nuestra:
El recién nacido, cada recién nacido, aparece en un mundo que es un mundo de lenguaje, de palabras. Ya antes de ser traído al mundo, tiene un nombre que se le otorga desde fuera. Cuando nace, se le enseña constantemente cada nombre que define cada persona, cada cosa, cada caso... Y lo que no tiene nombre no se puede enseñar, queda fuera de la experiencia cotidiana. El niño, al principio, se siente unido a su madre o, mejor dicho, a su figura materna, que será quien le alimente, le cuide, le abrace... Ese niño, en tales condiciones, debe sentir una suerte de omnipotencia. Sus necesidades son colmadas y satisfechas por la madre, que se convierte en su objeto primario de amor. La relación niño-madre configura el mundo y lo ordena en estos primeros momentos. Pero entonces aparece la figura del padre, la figura paterna, e interviene. Y hay distintos ángulos desde dónde ver el proceso y cada uno aporta una luz interesante al mismo. Donde había una pareja niño-madre se configura ahora un triángulo o, más bien y lo que es peor, el niño descubre que siempre había habido un triángulo aunque él no se hubiera dado cuenta. Y, en uno de los lados de ese triángulo, los padres comparten una relación de la que el niño, por definición, está excluido. Adiós a la omnipotencia y adiós a la relación fusional y única con la madre de la misma tacada. Se puede interpretar desde un punto de vista más sexual como que el padre posee a la madre de una forma que al niño le está prohibida (y de ahí el tabú del incesto que, con variantes, estructura las culturas humanas). El Complejo de Edipo que estamos describiendo, en el varón, se resuelve con el complejo de castración. No quiere esto decir, desde nuestra interpretación, que llanamente el niño siente el temor a perder sus genitales a manos del padre. Más bien la castración supone el entender la diferencia entre los sexos: la madre está castrada, no está completa, luego él podría también quedar incompleto si no obedece las prohibiciones. O la madre está incompleta y, por lo tanto, no puede colmarlo a él como previamente creía. Pero pensamos que la castración no es sino un trasunto de la frustración.Y se podría expresar de forma más sencilla pero tal vez no más incorrecta: el niño aprende por las malas la frustración. Como dijo papá: Edipito, querido, todo no se puede.
En la niña es similar pero diferente. El complejo de castración no es el final del Edipo sino su entrada. La niña, unida a su madre, al descubrir la castración, la incompletud, se siente ella a su vez incompleta, culpando inconscientemente de ello a su madre y buscando lo que le falta primero en su padre y luego, por desplazamiento, en otros hombres o en la maternidad. Lo que le falta no es el pene como órgano anatómico, sino el falo como símbolo del poder, de la completud, de la no frustración. Lo buscará pero, como el varón, ya nunca lo encontrará. Lacan lo señaló claramente: hasta en la relación amorosa, cuando toda persona cree estar completado para siempre, lo que ocurre es que se da algo que no se tiene (el falo) a alguien que no es (quien nosotros hemos fantaseado que es).
Desde el punto de vista lacaniano, la aparición de la figura paterna supone la instauración de la ley, que comienza con la prohibición del incesto. Para Lacan, influido por (e influyente en) el espíritu de su tiempo, la clave del psiquismo es estructural. El inconsciente se estructura como un lenguaje, con significantes y significados. La figura paterna debe proporcionar el significante del Nombre-del-Padre, pieza clave para armar el psiquismo. Ante el paso por el Edipo y la revelación de la castración, el sujeto puede optar por una de tres opciones. Y este optar, por supuesto, supone una elección, no por inconsciente menos libre ni menos responsable (el existencialismo sartreano hace sentir su aliento, tan cercano al psicoanálisis en algunas cosas, tan ajeno en otras).
El sujeto puede optar por la represión. El amor incestuoso se oculta en el inconsciente, se vela el temor de castración, el significate del Nombre-del-Padre se inserta en la estructura psíquica, que será de naturaleza neurótica. La represión no sale gratis, porque las representaciones se esconden, pero los afectos dejarán sentir su poder tras cruentas luchas con el yo, atrapado entre ese ello, el superyó y la realidad. Inestables equilibrios entre estas potencias configurarán los síntomas pero, al menos y no es poco, el neurótico podrá habitar el mundo común y la cultura compartida (con su malestar inherente, como Freud no dejó de señalar).
El sujeto, en cambio, puede optar por la renegación. Se acepta la castración pero se hace como si no se hubiera aceptado. Aparece la estructura perversa, sin normas morales ni culpas, cristianas ni de ningún tipo. Algo tal vez no muy diferente a la psicopatía clásicas (cuando el concepto de antisocial era algo más que cierta frecuencia de conductas disruptivas definida por la clase media de una determinada sociedad).
O, finalmente, el sujeto puede optar por la forclusión, el rechazo. Se rechaza o, mejor dicho, se forcluye ese significante fundamental. No se acepta la castración, no se acepta la ley. La forclusión del significante del Nombre-del-Padre deja un agujero, una falla, en la estructura. No ha habido represión a lo profundo del inconsciente sino rechazo hacia fuera (luego eso retornará desde fuera como amenazadoras voces externas o xenopatías de todo tipo). La estructura psicótica se ha constituido y cuando alguna situación vital provoque un llamado a ese significante paterno inexistente, la estructura fallará y aparecerá la psicosis desencadenada.
Volviendo un poco al inicio, dijimos que nacemos en un mundo de lenguaje. Efectivamente, si miramos a nuestro alrededor, hay una palabra (o varias) puestas encima de cada cosa: esto es un ordenador, eso un reloj, aquello una persona. Siempre un nombre que explica y ordena todo objeto, situación o experiencia. Una capa de lenguaje encima del mundo. Y llegamos a los tres registros. Lo Real sería ese mundo realmente existente bajo esa capa de palabras protectora. Lo que Kant llamó la cosa en sí. Lo que Freud llamaba lo siniestro. Lo que no puede nombrarse y, pese a ello, existe. Ésta es la fuente del terror. En un ejemplo tontorrón pero del que gustamos hace mucho tiempo, en la película Alien de Ridley Scott, hay unos momentos en la nave Nostromo, cuando los tripulantes empiezan a morir pero aún no vemos al monstruo, que son aterradores. Lo desconocido, lo que no puede estar ahí, lo no nombrado... Después, el monstruo aparece y, mientras salta hacia Ripley, los nombres saltan hacia él: eso son dientes, eso es una segunda cabeza, eso es la cola, eso es ácido... El miedo deja paso al susto, que para nada es lo mismo.
Lo Imaginario, por su parte, sería la apariencia. El mundo de apariencias en que creemos vivir, el juego de humo y espejos, de identificaciones e identidades, donde nos desenvolvemos. Lo Simbólico, el orden simbólico, es la ley. Es lo que ordena, con su repertotio de nombres y reglas, el mundo: hijo, mamá es mía y follártela está prohibido es sólo el principio. A partir de ahí aparecen normas casi infinitas con sus castigos cuando no son cumplidas y sus frustraciones cuando sí lo son.
Pero cuando la psicosis se desencadena, esto ya no funciona. Falta el significante fundamental y la estructura se desmorona: falla el orden simbólico. La capa protectora del lenguaje se resquebraja y empieza a aflorar lo Real: empiezan a aparecer experiencias y sensaciones que ya no pueden ser nombradas: automatismos, xenopatías, perplejidad... La brecha deja aflorar lo siniestro y el pánico y la angustia hacen pasto del psicótico. Y entonces, el delirio como oportunidad. Como intento del psicótico de trabajar para producir una cura o, al menos, una cicatriz que tape la brecha. De repente, o poco a poco, lo inefable deja su paso a la certeza: Ahora lo entiendo todo, las sensaciones inexplicables, las voces mudas, los pensamientos de nada... Todo viene por el chip, por la brujería, por la CIA, por mi cuñado... El delirio proporciona una significación donde no había ninguna. Cede la angustia o, al menos, se hace soportable en términos humanos.
En fin, algo así es lo que nosotros entendemos de todo esto. Y no pretendemos, en esta entrada, defender esta teoría de forma íntegra, porque no terminamos de estar muy de acuerdo con esas estructuras inamovibles y no comunicadas ni comunicables entre sí. Aunque consideramos que la noción de estructura psicótica como posición de inicio a partir de la cual las manifestaciones a nivel fenomenológico y sintomático pueden variar y oscilar entre los polos esquizofrénico, paranoico o melancólico es de un valor heurístico y conceptual impresionante. El sujeto es un psicótico, pero después, en base a su trabajo delirante y sus intentos de compensación, podría ser más o menos paranoico, esquizofrénico o melancólico, o compensarse. Ello explicaría muchas derivas diagnósticas y reconocería a los pacientes sus propios méritos en sus intentos de recuperación. Intentos por ejemplo en base al trabajo del delirio concebido como un intento de restauración de lo dañado, como una cicatriz, tal vez incómoda o fea, pero necesaria. Y sin olvidar otras posibilidades de compensación de la psicosis desencadenada (o de mantener la estructura psicótica apuntalada sin desencadenamiento alguno, o aparentemente recuperada tras descompensaciones resueltas), como la escritura u otras suplencias, artísticas o no.
Tal vez opinemos más en la línea de una cierta predisposición o posibilidad psicótica en cualquier sujeto humano (y, como todo en la vida, no repartido a partes iguales, porque habrá quien tenga muy poca o quien tenga demasiada). Intentando responder una pregunta que nos hizo una amiga hace tiempo, tal vez esta predisposición o posibilidad sea el precio que la especie humana ha de pagar por el lenguaje...
Saludos. Solo una aproximación distinta al mito: Arnaldo Rascovski en Argentina planteó que se suele atender a la parte del complejo que corresponde a la agresión del hijo hacia los padres, pero se olvida analizar los sentimientos y acciones hostiles de los padres hacia los hijos; se apunta a los sentimientos de Edipo antes que a los de Layo y Yocasta, que mandaron asesinar al niño. Rascovski señalaba, por ejemplo, que son los adultos los que declaran las guerras en las que envían a morir a los jóvenes soldados.
ResponderEliminarHola, Héctor. Me parece muy interesante la perspectiva que comentas. La verdad es que nunca me había detenido a pensar en ella, pero habrá que darle alguna vuelta en la cabeza...
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy muy clarita la exposición. Se agradece el esfuerzo de poner en palabras sencillas y llanas un concepto tan complejo. Eso es lo grande. Hacer sencillo lo complejo sin caer en la simplificación banal o en la metáfora ramplona.
ResponderEliminarEsta vez creo que lo retendré más tiempo ;-)
Besos y abrazos.
Por cierto ya me estoy leyendo"la invención de las enfermedades mentales" es buenísimo.
Gracias, Miguel. Me alegro que te gustara la entrada. "La invención de las enfermedades mentales" te gustará mucho más, ya verás.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Hola José, comparto con Miguel que aportas una explicación bastante "sencilla" del asunto edípico, pero me gustaría puntualizar un par de cosas. La primera, que lo que aporta héctor es brillante como denuncia de discursos interpretativos dominantes. La segunda, que G. Deleuze, cuando habla del esquizoanálisis que de alguna forma hace enmudecer a la tendencia edipizante, le está dando a este modelo o actitud observadora(aunque muchas veces desesperante por su intensidad y complejidad, para propios y extraños)una característica o dimensión que no aspira tanto a patologizar la forclusión(si creo que entendí el término)como a ponerla en valor sin recluirla en ningún aparato conceptual diseñado de antemano sobre-.
ResponderEliminarY estoy muy de acuerdo en que todo delirio contiene en diferentes grados a muchas personas, individual y colectivamente, y también en que su trayectoria saludable es la de reencontrarse con el mundo en pacífica convivencia, lo cual no implica necesariamente ausencia de conflicto.
Saludos
Interesante sintesis!
ResponderEliminarAunque creo que habria que resaltar la funcion del Deseo de la Madre (DM) en relacion al NdP (Nombre del Padre). Lo importante no es el padre Real, sino que lugar ocupa este significante en el DM. Es el DM el que sostiene el NdP...
¿En que objeto deposita una madre su deseo?
¿Que es un hijo para una madre? ¿Metonimia del Falo que nunca tendra ó Metafora del amor por el padre? A condicion de ser esto último, ese niño tiene muy pocas posibilidades de ser Psicotico...