Lyotard introduce en esta pequeña obra
-en tamaño- el concepto de
“postmodernidad” en filosofía, más allá de su origen situado en disciplinas
como la arquitectura o la literatura. Escrito en principio como un informe para
el gobierno de Quebec sobre el saber en las sociedades más desarrolladas, “La condición postmoderna” fue publicada en Francia en 1979, alcanzando gran
resonancia. Como resume genialmente el autor desde las primeras páginas: “simplificando al máximo, se tiene por
“postmoderna” la incredulidad con respecto a los metarrelatos”. Este
movimiento postmoderno presta especial atención a la pragmática lingüística y a
los juegos de lenguaje, en el sentido de Wittgenstein. Estamos ante una obra
inaugural y que, hoy en día, es indudable que constituye una de las fuentes de
todo el movimiento postmoderno que alcanzó -alcanza todavía- las más diversas
disciplinas.
Lyotard traza una relación (no exenta de
ciertas reminiscencias foucaltianas) entre saber y poder, cuando afirma: “en su forma de mercancía informacional
indispensable para la potencia productiva, el saber ya es, y lo será aún más,
un envite mayor, quizá el más importante, en la competición mundial por el
poder”. Es una visión ésta del poder a escala nacional, aparentemente
alejada de la microfísica que tan minuciosamente describió Foucault, pero tal
vez no carente de similitudes. Lyotard señala también el aspecto clave de la “comercialización de saberes”, con el
choque entre las exigencias económicas y las estatales, con el peligro para las
segundas inherente a la existencia de empresas multinacionales y las formas
nuevas (en la época en que se escribió el ensayo) de circulación de capitales.
Vemos que la relación trazada por el autor entre saber y poder no deja de lado
la cuestión clave de los intereses económicos implicados, en una sociedad que
dibuja ya una tendencia que no ha dejado de acrecentarse, hacia pequeños grupos
de poder con inmenso poder económico y enorme influencia sobre los gobiernos y
legislaciones de los Estados. Al hilo de esto, nos parece interesante señalar
que el debate, hoy en día tan conocido, de la postmodernidad sobre la caída de
los grandes relatos y la fragmentación relativista resultante, en absoluto es
sólo un ejercicio académico, sino que puede ser un instrumento de análisis
clave para entender, o interpretar, diferentes aspectos de nuestro mundo
contemporáneo. Por ser nuestro campo
profesional, llevaremos a cabo alguna tentativa de análisis, en diálogo con el
texto de Lyotard, sobre el campo de la Psiquiatría, desde los parámetros
señalados.
Lyotard
traza una diferencia básica entre el saber científico y el saber narrativo. El enunciado científico debe presentar ciertas
condiciones para ser aceptado como tal. La legitimación es el proceso por el
que un “legislador” que se ocupa del discurso científico está autorizado a
prescribir cuáles son las condiciones convenidas (en general, consistencia
interna y verificación experimental) para que un enunciado forme parte de ese
discurso y sea tenido en cuenta por la comunidad científica. Para Lyotard,
apoyándose en Popper, la ciencia
sería un subconjunto de conocimientos, es decir, enunciados denotativos, con
dos condiciones: que los objetos a que se refieren sean accesibles de modo
recurrente y en las condiciones de observación explícitas, y que se pueda
decidir si cada uno de esos enunciados pertenece o no al lenguaje considerado
como pertinente por los expertos. Por otra parte, desde el punto de vista de Kuhn, estos enunciados científicos se
van acumulando cuando estamos en un período denominado de “ciencia normal”, con
un paradigma como marco explicativo no sujeto a discusión. Cuando este
paradigma cae, debido a la acumulación de problemas planteados que no es capaz
de resolver, se produce un período de “ciencia revolucionaria”, con distintos
paradigmas enfrentados entre sí y el hecho de que uno se convierta en
hegemónico tiene que ver con criterios y cuestiones que van más allá del ámbito
lógico y que tienen relación con cuestiones sociales y políticas.
Aunque desde posiciones realistas se
insista en que hay hechos incontestables,
las interpretaciones de dichos
hechos (y no otra cosa serían las leyes científicas que buscan darles sentido)
sí son construidas, como la postmodernidad filosófica, inaugurada en esta obra,
dejó dicho. Un ejemplo clásico: es
un hecho que determinados individuos de una especie, con ciertas diferencias
genéticas, se convierten en mayoría por selección natural, al constituir dichas
diferencias una ventaja evolutiva que les permite tener mayor descendencia lo
que propaga su particular genética. Sin embargo, la interpretación de la
selección natural como una suerte de “supervivencia del más apto” fue debida
posiblemente a las condiciones políticas inglesas de la época, con el auge del
liberalismo económico y el individualismo. Esos mismos hechos son
interpretables desde ópticas poblacionales que resaltan que en ningún momento
hay lucha entre individuos desde el punto de vista de la selección natural: es
el ambiente el que hace que unos se reproduzcan más que otros y transmitan más
sus genes al acervo de la especie.
Tras esta digresión, con la que pretendemos insistir en el carácter construido de los enunciados científicos, como discurso
en palabras de Lyotard, queremos detenernos también en la consideración particular del discurso científico psiquiátrico. Nos
encontramos aquí con una ciencia en una posición que podríamos catalogar como
preparadigmática en el sentido de Kuhn,
donde paradigmas enfrentados (biológico, cognitivo, conductual, sistémico,
psicoanalítico...) establecen marcos explicativos la mayor parte de las veces
contradictorios (aunque no debemos dejar de señalar que los paradigmas son
inconmensurables, es decir, no pueden compararse por no existir un marco común
desde el que hacerlo), pero que dan cuenta satisfactoriamente (al menos, para
sus seguidores) de los hechos planteados. Lyotard plantea como condiciones
propias de los enunciados científicos la consistencia interna (que en general
suele darse) y la verificación experimental y aquí es donde los enunciados del
discurso psiquiátrico adolecen, en nuestra opinión, de dicho carácter científico del
que presumen: no hay verificación experimental de la mayor parte de las teorías
psiquiátricas (no la hay de los déficits neuroquímicos hipotetizados por el
paradigma biológico o de la existencia de un constructo como el complejo de Edipo del
paradigma psicoanalítico, por poner unos ejemplos). Recurriendo ahora a Popper, diremos que la mayor parte de las teorías psiquiátricas
(caso diferente es el de la neurología, que estudia enfermedades orgánicas del
cerebro) no son falsables, ya que los diversos paradigmas son perfectamente
capaces de explicar cualquier resultado experimental a posteriori (pero no
predecirlo a priori). Serían teorías postdictivas pero no predictivas.
Dicho esto, aclarar que en absoluto se
trata de un juicio sumario y condena a la Psiquiatría como disciplina, sino que
este intento de análisis, a partir del concepto de saber y enunciado científico
de Lyotard, lo que pretende es precisamente hacer patente una determinada
situación epistemológica para no dar a los enunciados teóricos psiquiátricos (con
sus correlatos a nivel práctico, evidentemente) un estatuto del que carecen.
Lyotard señala también que esta
legitimación de la ciencia está indisolublemente relacionada con la
legitimación del legislador, es decir, el
derecho a decidir lo que es verdadero no es independiente del derecho a decidir
lo que es justo. Esto marcaría un hermanamiento entre el tipo de lenguaje
llamado ciencia y el llamado ética o política. Según Lyotad, ambos procederían
de una misma “elección”, que se llama “Occidente”. Aquí creemos detectar nuevas
resonancias al pensamiento de Foucault: esta relación entre ciencia y política
tal como la describe Lyotard no parece muy diferente de la foucaltiana entre
saber y poder. En lo referente a la cuestión en Psiquiatría, sería aplicable al
análisis esta misma dicotomía: por un lado hay un discurso científico
psiquiátrico que configura un determinado saber, una disciplina y, por otro
lado, un dispositivo que ejerce determinado poder, desde un enfoque ético y
político determinado. Hay que señalar también que Lyotard marca una diferencia entre saber científico y narrativo y
podríamos tal vez concluir este apartado sobre la Psiquiatría señalando que
ésta posee tal vez un saber que es esencialmente narrativo, aunque pretende
presentarse como científico. Lo que a su vez provoca determinadas consecuencias
a la hora de la aplicación práctica de la disciplina, tanto a pacientes
individuales como influyendo en la configuración de la misma sociedad en la que
funciona, ya que no es, en nuestra cultura, el mismo poder el que se reconoce a
una discurso científico que a uno narrativo. Tal vez si se revelara (partiendo
de que nuestro análisis fuera considerado correcto o, mejor dicho desde un punto de
vista más postmoderno, útil) que el verdadero estatuto del saber psiquiátrico
no es el de la ciencia, no sería tan grande el poder del que dispondría a la
hora de ejercer sus funciones de control social tanto de la conducta
desorganizada del llamado enfermo mental como del potencial reivindicador de
los sujetos inmersos en circunstancias socioeconómicas y políticas que la misma
psiquiatría transustancia en malestares individuales, con el consiguiente
mantenimiento del status quo. Además, el saber psiquiátrico, como cualquier
otro, marca una diferencia entre el que sabe y el que no, diferencia sustentada
entre otras cosas en el dominio del juego de lenguaje propio de la disciplina,
en nuestro caso, el lenguaje psicopatológico (denominar “abulia” a la “desgana”
coloca sin duda en una posición de experto). Y todo ello sin perder de vista
que, incluso la auténtica ciencia, como señala claramente Lyotard, no deja de
ser también un discurso, de legitimación problemática, lejos de la seguridad
que otorgaban los grandes relatos de la modernidad, como el de la emancipación
o el especulativo.
Llegados aquí, retomaremos un punto
previo. Lyotard hizo referencia a la
relación entre el saber y los aspectos económicos. Diversos autores desde
el campo de la medicina señalan cada vez con mayor insistencia (Gøtzsche,
Goldacre...) la influencia desmedida de las grandes corporaciones farmacéuticas
sobre el desarrollo de la psiquiatría actual en lo referente a convertir en
dominante el paradigma biológico. Como afirmó Kuhn, la preponderancia de un
paradigma (que, en Psiquiatría, insistimos en que dista de ser absoluta) se debe
muchas veces a factores sociales extralógicos, que posiblemente en este caso no
dejen de estar relacionados con el prestigio y el poder económico que estas
compañías capitalistas colaboran en crear en los grandes líderes de opinión a
los que financian y, no olvidemos, en los médicos de a pie, que están expuestos
mucho más a la información supuestamente científica suministrada por estas
compañías (que, por su poder financiero, controlan la mayor parte de lo que se
investiga y se publica, así como hacen una eficaz labor de lobby sobre los
reguladores estatales). En un imparable círculo vicioso, las multinacionales
colaboran a construir el saber psiquiátrico que a su vez los coloca -a sus
remedios- como la parte fundamental de cualquier terapia, con el consiguiente
beneficio económico. Este perverso esquema deja fuera la cuestión de las
personas tratadas sin necesidad. La tristeza, como ejemplo cumbre, es una
emoción humana legítima, aunque ahora se la denomine “depresión”; el cambio de
juego de lenguaje no está exento de consecuencias en forma de pérdida de
responsabilidad sobre la propia vida, asunción del rol de enfermo o,
directamente, efectos secundarios de tratamientos muchas veces innecesarios.
Estos intereses económicos afectan, siguiendo la división que recoge Lyotard en
su obra, tanto al juego de la investigación en ciencia, como al de su
transmisión a los nuevos discípulos o aprendices. Como señala nuestro autor, no
hay prueba ni verificación de enunciados, ni tampoco verdad, sin dinero. Los
juegos del lenguaje científico se convierten en juegos ricos, donde el más rico
tiene más oportunidades de tener razón. Se establece una ecuación entre
riqueza, eficiencia y verdad.
Desde otro enfoque, Lyotard incide de
nuevo en una diferenciación entre tipos de saber: se podría hablar de un saber positivista, que encuentra su
explicación en las técnicas relativas a los hombres y a los materiales y que se
dispone a convertirse en una fuerza productiva indispensable al sistema, y otro
crítico o reflexivo o hermenéutico
que se interroga directa o indirectamente sobre valores u objetivos. Esta
oposición, que viene desde Dilthey, aparece también entre la llamada
psiquiatría biológica y, por ejemplo, el psicoanálisis, sin duda ejemplo de disciplina
hermenéutica. Sin embargo, el
psicoanálisis no deja de ser también un relato que pretende una explicación
total del ser humano y su posición en el mundo. Podríamos decir que desde un
enfoque postmoderno, un discurso más que configura un cierto juego de lenguaje
wittgensteiniano, que no desvela realidades ocultas inconscientes sino que
construye una serie de enunciados, de jugadas, potencialmente útiles para
reducir el malestar de una persona o interpretar un determinado hecho cultural,
por poner unos ejemplos. Como dice Lyotard, los juegos de lenguaje son, en
parte, el mínimo de relación exigido para que haya sociedad, el lazo social
estaría hecho de jugadas de lenguaje. Y, señala Lyotard como también defiende
en su momento Freud, el ser humano ya desde antes de su nacimiento, está
situado con referencia a la historia que cuenta su ambiente y con respecto a la
cual tendrá que conducirse. Siguiendo a Lacan, marcado desde antes de nacer por
un nombre que no ha escogido.
Como vemos en el texto, son varias las
posibles relaciones del saber con la
sociedad y el Estado. Podemos tener, desde un relato especulativo, un saber
que encuentra su legitimidad en sí mismo y es él quien puede decir lo que es el
Estado y lo que es la sociedad; o bien, partiendo de un modo de legitimación
por la autonomía de la voluntad, se introduce una relación del saber con la
sociedad y con su Estado que es la del medio con el fin. Este segundo tipo de
legitimación concede a los científicos la autoridad, a título de seres humanos prácticos,
de negarse a colaborar con un poder político que consideren injusto, es decir,
no fundado en la autonomía propiamente dicha. Se reitera así la función crítica
del saber. Volviendo a nuestro ejemplo de análisis, la Psiquiatría, podríamos estar en ocasiones ante el reverso de esta
función crítica: el saber psiquiátrico al servicio de un sistema político y
social injusto, desempeñando una función de control y anestesia del malestar,
apaciguando posibles ansias emancipadoras (o revolucionarias) al situar en lo
individual el descontento originado realmente en lo social.
Afirma también Lyotard que la división de
la razón en cognitiva o teórica por una parte y práctica por otra, tiene como
efecto atacar la legitimidad del discurso de la ciencia de forma indirecta, al
revelar que es un juego de lenguaje dotado de sus propias reglas, pero sin
ninguna vocación de reglamentar el juego
práctico ni el estético (sin embargo, el discurso científico psiquiátrico,
como señal de que posiblemente aún sigue anclado antes de la postmodernidad, sí
pretende -y consigue- esta reglamentación del juego práctico).
Siguiendo a Lyotard, en términos de la
teoría de juegos del lenguaje, podemos distinguir el juego denotativo donde la
pertinencia se establece entre verdadero / falso; el juego prescriptivo que
procede de lo justo / injusto; y el juego técnico donde el criterio es
eficiente / ineficiente. A partir de la distinción tradicional entre fuerza y
sabiduría, o entre lo que es fuerte, lo que es justo y lo que es verdadero, se
puede decir que la “fuerza” deriva sólo del juego técnico. Excepto en el caso
en que opera por medio del terror,
encontrándose este caso fuera del juego del lenguaje, pues la eficiencia de la
fuerza procede de la amenaza de eliminar al “compañero” y no de hacer una mejor
“jugada” que la suya. Cada vez que la eficiencia, la consecución del efecto
buscado, tiene por resorte un “di o haz eso, si no no hablarás”, se entra en el
terror, se destruye el vínculo social. En nuestra opinión y experiencia profesional,
esto es justo lo que ocurre cuando una persona con síntomas psicóticos
(delirios o alucinaciones) ingresa
en un dispositivo psiquiátrico porque un experto en ese saber dictamina que sus
“jugadas” de lenguaje son inaceptables socialmente y debe cambiarlas (o al
menos acallarlas). Que muchas veces tenga como resultado un beneficio para esa
persona en términos de calmar su malestar o adaptarlo a una sociedad en la que
tiene que seguir viviendo, no cambia ni oculta el hecho de que, en términos de
Lyotard, el mecanismo que se ha empleado para ello es el del terror.
Hay que tener también en cuenta que, en
el juego de la ciencia, a veces hay investigadores cuyas “jugadas” son
menospreciadas o reprimidas porque desestabilizan demasiado violentamente
posiciones adquiridas. Cuanto más fuerte es una “jugada”, más cómodo resulta
negarle el consenso mínimo justamente porque cambia las reglas del juego sobre
las que existía consenso. Aquí, de nuevo Lyotard recurre al concepto de terror
y define este comportamiento como “terrorista”, porque el afectado callará o
dará su asentimiento ante la amenaza de ser privado de “jugar” (de diferentes
maneras).
En diálogo con Habermas, Lyotard concluye
que es preciso llegar a una idea y
práctica de la justicia que no esté ligada a las del consenso. En esta
dirección, un primer paso es el reconocimiento del heteromorfismo de los juegos
de lenguaje, lo que implica la renuncia al terror, que supone e intenta llevar
a cabo su isomorfismo. Un segundo paso es que el consenso acerca de las reglas y
las “jugadas” debe ser local, es decir, obtenido a partir de los “jugadores”
efectivos y sometido a una eventual rescisión. De nuevo resuenan aquí ciertos
ecos psiquiátricos: tal vez una posible salida a la problemática señalada a
partir del análisis que hemos intentado en diálogo con la obra de Lyotard, sería
encaminar la práctica psiquiátrica a un mayor reconocimiento de este
heteromorfismo en los juegos de lenguaje mencionado, así como al respeto de un
consenso local que implique a todos los “jugadores”. Es decir, escuchar y
respetar como autorizadas las opiniones de los propios pacientes psicóticos en
lo referente al trato y tratamiento que reciben de los expertos. Y, por otra
parte, situar otras quejas y malestares vitales en consenso con múltiples “jugadores”
(asociaciones, sindicatos, sociedad civil, partidos...) en un juego de lenguaje
social y político -donde pueda resultar eficaz en algún sentido- y no meramente
en uno individual, que se agota en sí mismo y es presa fácil de iatrogenias diversas.
Michel Foucault y otros antipsiquiatras han hecho creer que el control social es una invención de la psiquiatría o de los estados modernos occidentales, cuando realmente se trata de un aspecto irrenunciable de la curación en todas las sociedades. De hecho, si acaso, los aspectos de control social de los sistemas de curación son mayores en las sociedades no occidentales (Cawte 1974, Kleinman 1988).
ResponderEliminarLos padecimientos (sickness) son una amenaza al orden social en la forma de cuadros epidémicos, las discapacidades (incapacitating disability), y las alteraciones mentales graves.
La organización de los síntomas de los padecimientos (sickness) en afecciones (illness) es un paso inicial en un proceso que va a implicar distintos niveles de control: personal, familiar, institucional, comunitario, social.
Kleinman (1988) describe como sus colegas de China se sorprenden por la propensión de los profesionales sanitarios estadounidenses de intervenir sobre las familias para "proteger" a los niños, y por la voluntad de los juzgados para emitir resoluciones sobre qué debería acontecer en el hogar e incluso la decisión de retirar la custodia, lo que para numerosos chinos es un asombroso mal uso de la autoridad legal. Señalan que en su sociedad "autoritaria", el hogar no entra en la esfera de intervención médica o legal. Por supuesto, la supervisión de la conducta del individuo en las unidades de trabajo de China, parecen sistemas de control social mucho más intrusivos a ojos estadounidenses.
De la misma manera, en sociedades tribales y campesinas la acusación de hechicería puede dar lugar a juicios, castigos, y ostracismo. Sólo cabe recordar la discriminación sufrida por los supervivientes del virus del Ebola por sus propias familias.
De esta forma, se puede esperar que los psiquiatras, como otros profesionales sanitarios, de manera informal o establecida por la ley, lleven a cabo ciertas formas de control sobre ciertos individuos. Fuera de la psiquiatría cabe recordar el internamiento forzoso de personas con enfermedades infecciosas (ébola, TBC, ...)