martes, 5 de octubre de 2010

Qué rabia...

... y qué pena hemos sentido al enterarnos del fallecimiento ayer de un paciente nuestro. Un hombre al que hemos atendido en muchas ocasiones desde el ya lejano febrero de 2003. Una persona a quien intentamos ayudar en momentos de crisis psicóticas, melancólicas o maníacas... Obsesionados primero por el diagnóstico para entender luego que, como en los demás casos, el único diagnóstico que en realidad le describía era su propio nombre. Y seguimos atendiéndole sin preocuparnos si era un esquizofrénico, un esquizoafectivo, un esquizoloquefuera... sino intentando aliviarle con nuestros fármacos y nuestra escucha, nuestros centros cerrados y nuestra gente en la comunidad... Ayudarle en las grandes crisis de su locura y en los no menos grandes dolores de su vida, tan difícil, y a la que, casi siempre, intentaba poner buena cara... Hasta que ya no pudo más, no sabemos bajo que ideas o sentimientos, y decidió acabar con todo...
Hoy tenemos rabia y tenemos pena porque, de alguna manera, tal vez fracasamos. O tal vez, simplemente, un hombre decidió que era la hora de irse y tomó posesión de su vida para decir adios.
No diremos ahora su nombre, por respeto a él y a su familia.
No lo diremos ahora, pero no lo olvidaremos nunca.

5 comentarios:

  1. Te entiendo perfectamente, nuestra labor es acompañar a estas personas en su proceso de recuperación y en ocasiones no lo conseguimos.
    Es duro para estas personas y sus familias y, por supuesto, también lo es para nosotros (debe serlo).
    Un abrazo,

    César M.

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  2. Lo más aterrador de decidir morir no es la muerte, que puede ser vivida como un consuelo y un descanso, sino que, para mí, lo verdaderamente aterrador es la soledad tan absoluta en que necesariamente transcurren los días del que decide morir. Eso sí es terrible. Aunque solo sea por los momentos en los que logramos transpasar la barrera de silencio y vacío que nos separa de aquellos que viven en su mundo solitario, ya merece la pena, pues puede que solamente con un gesto se disipe pate de esa desesperanza. Me gustaría pensar que esto es así, y no una ilusión.

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  3. Este hombre pidió ayuda a gritos. Anunció su muerte a diestro y sinietro. Mendigó un espacio donde salvaguardarse de sí mismo. Y las puertas se le cerraron porque no hay lugares para según qué dolores y según qué personas. O cambiamos los criterios de admisión de nuestros centros, o abrimos centros nuevos o que se mueran. ¿A quién le importa de verdad?
    Esther.

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