Hace ya tiempo que nos viene interesando la llamada terapia breve centrada en soluciones, y es nuestra intención ofrecer, en entradas futuras, reflexiones acerca de la misma. Hoy, como indica nuestro título, queríamos comentar algo acerca de la pregunta milagro y un ejemplo práctico que nos parece interesante. Esta herramienta terapéutica se usa, ante un relato del paciente saturado por el malestar y los problemas, para ofrecer otra visión. Otra narración posible, orientada no ya al problema sino a las soluciones. Se le dice al paciente algo así como: "si esta noche, increíblemente, se produjera un milagro y su problema desapareciera de forma mágica, ¿cómo estaría usted mañana?, ¿cómo notaría usted o los suyos que el problema ha desaparecido?, ¿cómo se sentiría?". La utilidad de tal técnica es evidente: el paciente o cliente se abre a otras posibilidades. Donde hay un discurso centrado en la descripción de un problema sin aparente salida (porque si hubiera tal salida en dicha descripción, probablemente el paciente la habría encontrado ya antes de la terapia), aparece otro discurso en el que lo que se ve es la solución ya realizada de forma eficaz. Muchas veces se convierte en una apertura para atisbar nuevos caminos. Caminos que no dan vueltas alrededor del problema una y otra vez sino que conducen hacia soluciones. O ésa es la idea.
Y esta vez y como ejemplo, sin que sirva de precedente, nos vamos a colocar en el lugar del paciente/cliente. Nuestro blog, lo reconocemos con toda la conciencia de enfermedad de que somos capaces, presenta un discurso saturado de problema: el de la relación entre industria farmacéutica, administraciones sanitarias y profesionales. Creemos que tal problema no ha permanecido, evidentemente, en nuestras profundidades inconscientes, sino que surge explícitamente en muchos de nuestros escritos (e implícitamente en muchos más). Cansados (nosotros y, tememos, ustedes), de hablar del problema y reconociendo como merecida la crítica que se nos dirige de no aportar soluciones, hemos decidido hacernos autopsicoterapia (nada tan elaborado como el autoanálisis de Karen Horney, pero es a lo que llegamos), y vamos a centrarnos en la pregunta milagro:
Si esta noche, de manera mágica, nuestro problema se resuelve completamente, si las (perversas e interesadas) relaciones entre industria farmacéutica, administración sanitaria y profesionales han acabado, y cada uno de dichos elementos se dedica a realizar su trabajo de la forma más eficaz para sus intereses y, a la vez, ética para los de todos... ¿Cómo nos daríamos cuenta?, ¿qué veríamos nosotros, qué verían los demás, tras dicho milagro?
Y, ahora, por una vez, veremos el panorama sin el problema, después de la llegada (milagrosa, sin duda) de la solución:
- La adminstración sanitaria, libre de presiones de la industria o conflictos de intérés, aprueba para su financiación pública aquellos fármacos que suponen una mejora sobre los ya existentes a nivel de efectividad, tolerancia o coste. Evidentemente, para ello se requieren estudios independientes, con comparaciones no sólo con placebo sino con las opciones ya disponibles y, por supuesto, el análisis de todos los estudios realizados, tanto publicados como no publicados. En base a toda esta información, el nuevo fármaco se aprueba en caso de suponer una ventaja clínicamente apreciable en términos de eficacia o tolerancia y con un coste que el sistema sanitario público puede pagar sin tener que ser desmantelado y vendido por trozos a intereses privados para que hagan negocio con él. Dichos nuevos fármacos están sujetos, durante sus primeros años de comercialización, a una especial vigilancia para detectar posibles efectos secundarios no apreciados en los estudios previos (los cuales, obviamente, cuentan con menor número de pacientes) y, en tal caso, tomar las medidas oportunas para salvaguardar la salud de la población.
- La industria farmacéutica trabaja, por supuesto, para conseguir beneficios económicos para sus accionistas (recuerden que se trata de un milagro que soluciona un problema, no de la creación de un nuevo universo, tampoco hay que pasarse...), pero lo hace respetando los principios éticos implicados en un tema tan delicado como la asistencia sanitaria dentro del marco de un sistema público de salud. Innovan en crear nuevos fármacos, pero no emplean su tiempo y recursos en modificaciones cosméticas de moléculas ya comercializadas, sin beneficio para pacientes (pero sí riesgo al someterse a un fármaco menos conocido) y con el exceso de coste para todos. La industria se esfuerza en buscar productos mejores de verdad, y a precios razonables, porque sólo así consiguen la financiación pública y, por tanto, los beneficios. Es más difícil y la empresa que no consigue dar con un buen producto, puede llegar a tener pérdidas, pero creemos que el capitalismo (y no somos nosotros sus mayores defensores) funciona exactamente así. De todas maneras, será una ayuda el poder disponer de todo el presupuesto que actualmente destinan dichas empresas a marketing comercial hacia profesionales sanitarios para invertirlo en investigación.
- La industria farmacéutica, además, al conseguir sus productos y beneficios gracias a la participación de miles y miles de pacientes que aceptan voluntariamente someterse a sus ensayos clínicos de nuevos productos (cosa que ya ocurre en la actualidad), no deja de estar en deuda con la sociedad y, por ello, acepta reducir parte de dichos beneficios para investigar también en fármacos para tratar enfermedades endémicas en los países menos desarrollados, donde el beneficio económico es escaso, nulo o negativo, pero el beneficio en términos de vida en vez de muerte es inconmensurable.
- La administración sanitaria se hace cargo de parte de la formación continuada de los profesionales. Por supuesto, el milagro se desarrolla en la actualidad, en el siglo XXI, por lo que no tiene ningún sentido organizar congresos o conferencias en lejanas ciudades y grandes auditorios, pagando buenas cenas y mejores hoteles... Nada de eso. El día después del milagro, la formación a cargo de la administración se hace en conferencias y simposios en universidades u otros sitios sin coste para eventos locales y, para actos nacionales o internacionales, recurriendo fundamentalmente a los medios técnicos disponibles de comunicación a distancia gracias a internet. Hemos dicho que la administración sanitaria se hace cargo, pues, de una parte de esta formación continuada, reduciendo sus costes a la mínima expresión y aumentando su calidad, libre por fin de humos comerciales. La otra parte, la principal, corre a cargo de los profesionales (como ocurre en la mayoría de los oficios). En la era de internet, la información independiente, disponible de forma inmediata es tanta y su acceso tan fácil, que creemos que debería ser obligatorio para cualquier profesional buscarla, estudiarla y contrastarla por sí mismo. A los sanitarios (y a los médicos especialmente) nos gusta señalar lo mucho que hemos estudiado para llegar donde estamos. Es cierto. Nosotros hemos estudiado un montón en la universidad, en el período de residencia y después de él. De hecho, hemos estudiado tanto, tanto, tanto, que nos parece casi un insulto contra nosotros mismos y nuestro autorrespeto profesional ponernos a escuchar a un vendedor, licenciado en empresariales, en ecónomicas o en lo que sea, que viene a explicarnos a nosotros cómo se tratan las enfermedades que sufren nuestros pacientes.
- El día después del milagro, los médicos ya no pierden tiempo recibiendo información comercial, tiempo que pueden dedicar a buscar información científica. No sólo más rápido sino, además, veraz e independiente. Ya no se pueden ir a cenar con frecuencia a sitios caros o viajar al extranjero cada dos por tres, pero tienen la conciencia mucho más tranquila y eso les compensa la pérdida de beneficios materiales.
- La administración sanitaria (¿y la de justicia, tal vez?) ya no tiene que ponerse, por lo tanto, a investigar cómo gran parte del colectivo sanitario se pasa por el forro la ley del medicamento, que prohíbe taxativamente bajo multas de gran cuantía, la recepción de cualquier tipo de obsequio por parte de los prescriptores. Evidentemente, la industria farmacéutica anula su código deontológico (que pretende pasar por encima de la citada ley considerando admisibles regalos de bajo coste), y se limita a cumplir la ley, como hacemos los demás.
- Los profesionales sanitarios dejan de criticar los medicamentos genéricos, con opiniones basadas en "creencias" y referencias confusas a la calidad del jamón serrano y se ciñen a todos los estudios científicos publicados que acreditan su equivalencia con los medicamentos de marca. Gracias a ello, la opinión pública deja de estar asustada con este tema y se desactiva el efecto nocebo que ello implica.
- En Psiquiatría, concretamente, la ausencia de financiación directa o indirecta de la industria del campo científico de la especialidad, permite la desaparición de múltiples
manipulacionessesgos en las publicaciones, así como fenómenos escandalosos como el ghostwriting. Ello permite la evaluación objetiva de los datos, así como la reapertura de líneas de pensamiento más allá de la psiquiatríabiocomercialbiologicista actualmente hegemónica. Vuelve a haber campo, en el discurso oficial, para hablar de psicoterapia, epistemología, clínica, etc. Las clasificaciones psiquiátricas se hacen de nuevo por criterios de observación clínica y de fundamentación teórica, y no por conflictos de intereses más o menos declarados.
- Una vez conseguida la liberación del colectivo médico de su previamente aceptada dependencia y sumisión hacia la industria y sus prebendas, se llega a una racionalización de la prescripción. Disminuye la masiva medicalización (y psiquiatrización) de la sociedad. Dejan de tratarse tristes como depresivos, traviesos como hiperactivos, personas como trastornos de la personalidad... El Estado ahorra millones y millones de euros y, lo que es más importante, la población en general, y nuestros pacientes en particular, se ahorran diagnósticos forzados, estigmatizantes e iatrogénicos, tratamientos excesivos, efectos secundarios diversos y opiniones absurdas como que el 40% de los europeos tendrán una enfermedad mental en su vida.
- Y el milagro es tan completo, que todo el mundo está contento. La industria farmacéutica, aunque a corto plazo reduce sus beneficios, a largo plazo colabora con ello en que no explote el sistema público de salud, lo cual acarrearía el fin completo de dichos beneficios. La administración sanitaria consigue que el sistema de salud sea más sostenible y, lo que es más importante, sin nigún perjuicio para ningún paciente y sí beneficio para muchos en términos de prescripciones más razonables y menor riesgo de iatrogenia. Los profesionales sanitarios desempeñan su trabajo con libertad e independencia, toman su formación en sus propias manos y colaboran en que el déficit sanitario no se lleve por delante la atención de calidad a los pacientes (y, de paso, sus puestos de trabajo). Y los pacientes/clientes/usuarios son vistos como algo más complejo que cerebros averiados necesitados de más pastillas.
Y como uno sólo es responsable de lo que hace, y no de lo que hacen o dejan de hacer los demás, nosotros sabemos qué tenemos que hacer, desde nuestra humilde parcela, para intentar que este paisaje tras el milagro que hemos descrito, llegue a ser real. Se nos podrá decir que el sistema es así, que todos lo hacen, que las administraciones tienen la culpa... Mil cosas. Pero creemos que no hacer lo que podemos cada uno para mejorar las cosas y, en vez de ello, dedicarse a echar la culpa de lo que va mal a otros para excusarse, aunque sea cómodo, es de cobardes.