lunes, 4 de diciembre de 2017

De los escépticos y la falsa imparcialidad de la ciencia (Alfredo Caro Maldonado)


Hoy traemos un texto con el que nos encontramos hace unos meses y que resultó ser revelador para nosotros. Su autor es Alfredo Caro Maldonado, investigador científico autor de un excelente blog titulado Ciencia mundana. Nos parece un trabajo clave para entender la problemática de los autodenominados "escépticos" y por qué la crítica a esa visión de la ciencia no debe ser usada en ningún caso para avalar pseudoterapias autodenominadas "alternativas" del tipo que sea. 

El autor del artículo ha tenido la amabilidad de escribir una introducción para nosotros, tras la cual recogemos el trabajo completo. Creemos que merece mucho una atenta lectura.




Las ansias de conocer y descubrir son al parecer intrínsecas al ser humano “de toda la vida”. Lo que ha cambiado es el cómo conocemos y sobre todo el para qué. Descartes y después la revolución industrial capitalista moldearon una forma de descubrir, la mecanicista (y reduccionista), y el capitalismo impuso la utilidad, y el supremo objetivo del crecimiento y el desarrollo. 

La neuropsiquiatría es probablemente la rama del conocimiento donde más burdamente se han aplicado esos preceptos. Intentar explicar el alma desde lo biológico-estructural, con el cometido no sólo de entenderla, sino sobre todo manipularla para dominarla. Porque da igual que sea mediante electro shock, IRSs, o las APPs que lo petarán en breve; tanto la forma como el objetivo son equivocados. 

El que el cerebro esté formado por neuronas no quiere decir que estas puedan explicar el cerebro. Y las reglas que rigen el funcionamiento de las sinapsis no explican la memoria, o los desequilibrios químicos no explican (con función predictiva) las enfermedades del alma como la depresión. Un reduccionista no lo podrá entender, un cientifista no lo querrá entender. 

Este artículo intenta arañar en la superficie del cientifismo.



Este texto se publicó originalmente en dos artículos (I y II) en el blog Desayunando con fotones, a los que les agradezco infinitamente el que me lo pidieran y el que lo publicaran a pesar de no compartirlo al 100%.


Quiero empezar agradeciendo a Desayunando con fotones por permitirme plantear en esta serie de artículos ideas que he vivido, estudiado, y reflexionado durante los últimos 20 años de estudio e investigación en biología. Este texto ha sido revisado por más de 10 científicos y he recogido en la medida de lo posible sus recomendaciones. Soy consciente de que muchos de los argumentos son muy polémicos y serán rechazados por muchos de mis colegas, solo espero que el debate se desarrolle con respeto. Y por supuesto, no permitiré que ningún charlatán homeópata utilice mis palabras para legitimar su posición.

Empezaré con unas cuantas palabras para definir el debate que para muchos serán obviedades, pero no por ello menos importantes.

El método científico es una de las formas que ha tenido el ser humano de alcanzar la verdad y el conocimiento evitando sesgos y prejuicios. Necesitamos seguir entendiendo los mecanismos y las reglas de la naturaleza, y necesitamos seguir cultivando la Ciencia desde la razón. Razón y crítica que no solo sirven para descubrir los mecanismos de la naturaleza sino para cultivarlas en los seres humanos, haciéndonos más libres y autónomos, fundamental para una democracia saludable.

Pero el método científico, o si se quiere, la ciencia como institución, no es la única manera de crear conocimiento y acercarse a la verdad. La razón, la discusión, la creación de consenso y certezas mediante una metodología racional y una concepción filosófica materialista es también válida y necesaria.

Vivimos una época paradójica en cuanto a la relación ciencia y sociedad. Una parte de la sociedad reniega de los conocimientos adquiridos por el sistema científico mientras que otra tiene a la Ciencia como una institución, como se tuvo a la Iglesia, a la que se le confiere una autoridad excesiva. Ambas prácticas conviven incluso en las mismas personas: homeópatas montando en avión y científicos yendo a su sesión de acupuntura los jueves por la noche.

Es obvio que existen dos bandos, aquellos que reniegan del método y los que lo veneran. Pero quiero centrarme en los segundos, cuando el sistema científico, por su carácter humano, y falible, cae en prácticas pseudocientíficas, o anticientíficas, pero revestidas de autoridad y método. Esto no sería un problema más que académico sino fuese porque, sobre todo en los ámbitos de poder, cuando la ciencia “habla” no se le admite réplica, y así se está convirtiendo en legitimador de infinidad de cosas: salud, política, economía, educación, etc. Y a la Iglesia esa autoridad moral se la dieron no solo la ignorancia sino también la exclusión y la falta de esperanza. La ignorancia es un concepto muy voluble, porque ni el saber es necesariamente verdad, ni el que señala al ignorante tiene el saber y la verdad.

Lo que los científicos preguntamos, las hipótesis que formulamos, las conclusiones que sacamos, y las nuevas preguntas están históricamente condicionadas. No existe una especie de Idea hegeliana epistemológica que nos hace estar por encima de nuestras condiciones de existencia materiales y culturales. Los científicos tenemos jefes y empleados, egos, vanidades, ideología, ansias de poder, hipotecas, …La ciencia tiene que ser lo más objetiva posible, pero interpretar que ciencia es sinónimo de objetividad oculta las verdaderas relaciones sociales de los científicos con la sociedad y entre sí. Pone en peligro la necesaria confianza entre los científicos y entre estos y la sociedad.

La ciencia tiene un método que permite depurar la estafa, el problema es que el método está inutilizado por los mal llamados “sistemas de evaluación”, que en realidad utilizan un método de recursos humanos, el del torneo. Solo los investigadores que lleguen primero y más a menudo serán premiados. A todos los investigadores que pregunto y leo hacen la misma crítica: el sistema de evaluación basado en publicar mucho y rápido es una locura. Son muchas las causas y las consecuencias, intentaré humildemente desarrollarlas.



Reduccionismo


Aquí por obligaciones del guión tengo que dejar clara una cosa. El reduccionismo en la investigación es necesario desde el punto de vista técnico y también divulgativo. Es difícil afrontar problemas complejos de una manera holística, tenemos que simplificar, reducir las variables para poder modificar el sistema. El problema es el reduccionismo ideológico (filosófico si se quiere). Y el más conocido por mí es el reduccionismo genético, que ha justificado la eugenesia o el nazismo, y que sigue dominando la academia, aunque por ahora de manera políticamente correcta. ¿O es que el control del Opus Dei de los departamentos de ciencias de las universidades españolas es inocuo y pura casualidad?

La ciencia revela la verdadera belleza del mundo.

Esta entrevista a Carlos López Otín en El país semanal del pasado 18 de diciembre [de 2016], de la que extraigo fragmentos, me sirve como apoyo para mi crítica al reduccionismo científico imperante.






Esta retórica divulgativa, una simplificación del concepto para que se entienda, esconde una forma de pensar y es que el lenguaje no es inocente. Cuando se explica el funcionamiento de algo tan complejo con esa metáfora reduccionista y técnica se está imponiendo un relato al lector. Por qué hay órdenes, por qué una máquina, por qué “algo” organiza, y sobre todo por qué tiene que acabar en el genoma. Eso es un prejuicio, moral e ideológico, por tanto no es inocente. La teoría de que en el genoma está escrito el destino del organismo que lo sustenta es una bonita metáfora con tintes bíblicos.

La realidad es que los elementos que hacen realidad la vida son muchísimo más que una secuencia de cuatro letras. Utilizar cuadro de mandos como metáfora lleva a cometer errores de gran calado teórico y práctico. La vida se sustenta en la interacción de multitud de elementos, muchos de los cuales no están escritos en el genoma, fundamentales y en muchos casos también “directores”. Los recientes descubrimientos sobre la regulación y las funciones del ARN de transferencia son maravillosos en ese sentido, o la complejidad no genética de la señalización a través de Pi3K. ¿Por qué, con la misma lógica reduccionista, no son las proteínas las que utilizan ADN y ARN como mensajeros? Porque en el ADN está la idea de Dios implícita, la de una entidad material con atributos divinos.

Lo mismo pasa con las teorías evolutivas en boga, proyectan una ideología, política al fin, sobre la evolución, la ecología o la etología como bien explica Comando Glucosa, que no es otra que la del individualismo y la competencia. De nuevo una proyección ideológica sobre una teoría natural.

Uno de los “revisores” de este artículo me decía que si la crítica al reduccionismo biológico de Lewontin no estaba anticuada. Y el otro día me topo con esta entrevista a Manuel Ansede en El país: “Los cerebros de hombres y mujeres son diferentes, igual que las mamas” No negaréis que el titular es de traca, periodismo ciencicuñao de nivel, hoygan. Pero la chicha está en el contenido de la entrevista, que no tiene desperdicio:


En los próximos años se podrá saber de manera inmediata cuáles de las 200 o 300 mutaciones que todos llevamos encima son potencialmente patológicas. Una vez que tienes esa información, si entiendes bien cómo se desarrolla el cerebro y sabes cómo cada una de esas mutaciones va a afectar a tu trayectoria desde muy temprano, podríamos predecir hacia dónde se va a dirigir tu cerebro.


Esa afirmación, más viniendo de un neurocientífico de su talla, que dirige el Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres, con 150 personas a su cargo, es una barbaridad anticientífica que no se sostiene y que responde a una ideología reduccionista y que pone al libro de Lewontin de actualidad.

Y este reduccionismo biologicista no es ni inocente ni inocuo. Por ejemplo, hace que investigadoras justifican mediante explicaciones cientifistas la desigualdad de género evidente en las cadenas de mando del sistema científico. Por ejemplo el que es la testosterona la que lleva a los hombres a tener ventajas gracias a su mayor agresividad, o que es la oxitocina la que hace a la madre ser la responsable de la crianza y los cuidados. De este modo, como antaño con la frenología, se legitima con la ciencia un sistema desigual e injusto, ¡donde se comparan la formación de las mamas y el intelecto!

Biólogos más sensatos recurren a la epigenética para conciliar que en el análisis más optimista la herencia podría explicar un 40% de la personalidad. En mi opinión, la epigenética aquí se convierte en otro atajo reduccionista ya que la consciencia no puede ser reducida y explicada por sus elementos moleculares, y por tanto no podremos modificar nada que nos de un determinado estado de consciencia a nuestra “imagen y semejanza”. Pondría la mano en el fuego porque las asociaciones estadísticas entre una secuencia génica y un rasgo de la personalidad es un artefacto. Y he dicho rasgo y no patología.

Por tanto las redes neuronales que de alguna manera determinan la consciencia (cultura, inteligencia) no están determinadas genéticamente. Necesitan, sí, determinadas secuencias genéticas así como procesos bioquímicos no determinados genéticamente (ácido fólico, priones) que si fallan no se generará la consciencia “normal” (campana de Gauss), pero lo contrario no es cierto. Por ejemplo, el que la falta de un gen (una mutación) lleve a una determinada anomalía cerebral no quiere decir que ese gen sea el responsable de esa función.



Escépticos a media jornada


Permítanme una metáfora. En mi pueblo, profundamente religioso, tenemos un aceite de oliva excepcional, adictivo (sic), ya que regamos los olivos con aguas residuales sin depurar (cosas del “socialismo chavista” andaluz). Este agua de riego contiene tres elementos: agua bendita, productos homeopáticos y fármacos antidepresivos. Estos son tres productos que al fin y al cabo provienen de la desigualdad, los dos primeros son fruto de la falta de saber (ignorancia) y el tercero de una pseudociencia, la farmacéutica, como explico en este artículo. Los 3 elementos, agua bendita, homeopatía y antidepresivos son criticados y sobre todo vilipendiados de manera muy desigual por el establishment científico o los llamados escépticos. ¿Estamos de acuerdo en que hay una desigualdad evidente en el peso de la crítica que se hace a la religión clásica, a la homeopatía, o a las prácticas farmacéuticas sin rigor científico?

Llamaré escépticos acríticos a todos aquellos que se dedican a atacar y desmontar las pseudociencias únicamente cuando no vienen del sistema científico, mientras que hacen caso omiso de la pseudociencia propia de un sistema, el científico, plagado de prácticas cientifistas, cuando no directamente pseudocientíficas, además de corrupción y explotación.

Según la RAE, el cientifismo es la “doctrina según la cual los métodos científicos deben extenderse a todos los dominios de la vida intelectual y moral sin excepción”. Esa es la definición de la RAE. Pero yo ampliaría esta definición. Cambia “método científico” por toda teoría o cachivache que surja de la producción del sistema científico. Por “científico” tenemos que entender también técnico, por ejemplo transgénicos o energía nuclear. Por “vida intelectual y moral” debemos entender TODOS los ámbitos de nuestra vida, también la filosófica y la salud en todas sus vertientes. “Sin excepción” quiere decir que al oponerte a eso serás tildado de magufo.

Para un cientifista la ciencia es la única posibilidad de conocimiento y de desarrollo. Todo aquello que no surja de la misma será dudoso. Y al contrario, todo lo que venga del “mundillo” podrá ser utilizado para justificar medidas políticas, económicas, sociales o ambientales. Porque como en la ciencia está la verdad, también estará la salvación. La política (ética, sociología), una ciencia “blanda” que no tiene capacidad predictiva, pasa a ser una pseudociencia más, en manos de subjetividades, no como las ciencias duras, como si estas fueran omniscientes y objetivas, aunque pocos reconozcan abiertamente que lo sean.

La pseudociencia y el cientifismo tienen algo en común: ni utilizan el método científico para sacar sus conclusiones, ni son razonables en sus conclusiones.

Así, a menudo desde la ciencia se intenta explicar el origen bioquímico del amor o la consciencia. Defender la memoria del agua, la medicina cuántica, la bioquímica del amor o la inmortalidad (tan cinematográfica) son en todos los casos falta de escepticismo, donde todo debería poder ser puesto a prueba, pero de nuevo, criticados y atacados de manera desigual.



2ª parte



Problemas políticos requieren soluciones políticas.


Imaginemos que ante las masacres de civiles en Alepo, los científicos proponemos como solución necesaria bio-polímeros resistentes a las balas en vez de altos al fuego. ¿Solución disparatada? En EEUU, ante la epidemia de muertos por armas de fuego, 36 al día, proponen mochilas anti-balas para los niños. ¿Les parece una locura? Pues imaginen lo disparatado que puede ser que ante la falta de alimentos causada por su mala distribución propongamos ¡alimentos tecnológicos de alto valor añadido como el arroz dorado!

Nos dice Alex Gaita Ariño que no es posible que se encuentre una solución viable al más que demostrado cambio climático si en el enunciado del problema está integrado el crecimiento económico (por tanto de consumo). Cuando los científicos se preguntan cómo parar el calentamiento global mediante la tecnología parece que no son conscientes de que un prejuicio les impide tener acceso a un abanico más amplio de soluciones. Ese prejuicio es el crecimiento. El sistema mundo en el que vivimos obviamente pone como premisa ideológica su propia supervivencia como sistema, no como mundo.

Y de nuevo, las soluciones técnicas del tipo secuestrar CO2 son pseudocientíficas porque no tienen el suficiente respaldo empírico ni racional. Y que quede claro, para nada estoy en contra el uso de la tecnología al servicio de las gentes de este mundo.





Los peligros del cientifismo y la técnica sobre la moral y la democracia: la ciencia en términos generales y como parte de una sociedad, debe ser debatible por esta misma sociedad. Jean Jacques Salomon decía que la ciencia no es una esfera autónoma fuera de la sociedad. También estoy de acuerdo en que tal pretensión de autonomía encierra un grave peligro para la democracia. Si la ciencia recibe dinero público, ha de existir un contrato social que exija responsabilidades a los científicos que trabajan, pidiéndoles una rendición de cuentas cada tanto tiempo.[1] Y añado, deberá estar supeditada al poder político en democracia, lo contrario tiene un nombre, dictadura.

No podemos confiar en que los científicos activos en comunicación no tengan necesariamente una agenda. Paradigmático es JM Mulet. Sus ideas “ni de izquierdas ni de derechas” y su estilo, arrogante pero simpático, triunfan en los medios mayoritarios. Mulet, periódicamente, orquesta una campaña contra Greenpeace. Una de esas campañas fue cuando la famosa carta de los Nobeles. En ese meme que compartió dice que “Científicos independientes” afirman que el arroz dorado habría salvado la vida de ese niño. Eso es falso, es pseudociencia en tanto que no existen estudios epidemiológicos ni de campo que apoyen semejante afirmación. Más aún cuando las causas que llevan a la hambruna impedirían el acceso (universal) al arroz dorado suponiendo que este sea efectivo. En mi opinión, atacar a los que opinamos que los transgénicos no son la solución para la desigualdad, diciéndonos pijos (basura me llamó la última vez) y culparnos utilizando una imagen de un niño negro pobre es inadmisible. Es, como dijo César Rendueles, de ciencicuñaos.

No solo individuos como Mulet parecen tener una agenda. Organizaciones Thinktank como The break through, con una estética progresista, tienen una agenda clara: “La tecnología y la modernización están a la base del progreso humano”. Eso es una “creencia”, una opinión, válida, pero sin sustento científico alguno, no digamos ya empírico. Es un dogma del que surgen las preguntas (a menudo equivocadas) que solo la tecnociencia responderá. Porque no es de recibo que para las cosas buenas la tecnología es gracias a los científicos y para las malas es culpa de los políticos.

Otra prueba de que hay una agenda es el hecho de que la mayoría de los estudios a favor de los transgénicos tienen conflictos de intereses evidentes.






En la película Ex Machina, donde recrean las posibles consecuencias de la inteligencia artificial, el creador de AVA, un androide que pasa el test de Turing para probar su conciencia humana, al ser preguntado por su empleado por qué había decidido crear a AVA, este le responde: “No fue una decisión, las cosas sucedieron en una evolución natural. Vamos, una cosa llevó a la otra…” Es una metáfora grandiosa de lo que nos está pasando. La tecnociencia, unida al dogma del crecimiento continuo, toma las riendas de nuestro destino. Las decisiones importantes las tienen que tomar los “expertos” no ya las mayorías, la política. A menudo se puede observar en los cientifistas un desprecio por “los políticos”, haciendo hincapié por ejemplo en su falta de formación, despreciando así su carácter representativo.

Vayamos al ejemplo de la inmortalidad, en boga en la actualidad. No solo que técnicamente tengo muchas dudas sobre sus posibilidades más allá de la gran pantalla, por las consecuencias sobre cáncer y cerebro, sino que en la divulgación sobre el tema se da por hecho la imperiosa necesidad del elixir de la eterna juventud. ¿Dónde queda la ética y la política, por ende la democracia? ¿Somos los científicos quienes debemos decidir semejante cosa?






El científico Carlos López-Otin es clarividente. Plantea, en un ejercicio de lamarckismo impropio de su posición, que en un siglo “el ser humano tendrá los ojos mucho más grandes, como corresponderá a una cultura visual.” No quiero entrar en el hecho de que la selección natural funciona de manera negativa, no tiene un fin, un pensamiento propio de subconscientes creacionistas, sino en lo de la “cultura visual”. Ese finalismo no es objetivo, es una opinión puramente política, que no dejaría de ser eso, la legítima opinión de un ciudadano, si no fuera porque forma parte de un entramado ideológico encargado de dar legitimidad a un sistema de desigualdad apoyado en la tecnociencia.






Este otro párrafo ejemplifica un rasgo común del cientifista, la arrogancia: “No he visto ningún gen que codifique el sentido de la fe religiosa”. Pero lo importante es el resto.

Aunque lo intenta arreglar al final del párrafo, López-Otin llega al punto en común entre pseudociencia y cientifismo, reducir algo antropológico y social, radicalmente histórico, a un fenómeno genético. No sé si se refiere al libro El gen de Dios de Dean Hammer, donde se afirma que el gen VMAT2 es importante para explicar la creencia religiosa, pero esa afirmación ni siquiera ha pasado una revisión por pares, menos una revisión por el sentido común.



La idealización del sistema científico.






Lo de Kiko Llaneras es solo un ejemplo. La revisión por pares es hoy día uno de los principales obstáculos en el avance del conocimiento científico. Sin embargo, para los cientifistas, es la realización misma del sueño americano, donde un “novato puede publicar en las mejores revistas si hace un buen trabajo”. La realidad es bien distinta, el sistema “peer review” es un coladero de resultados no reproducibles y hasta fraude. Son muchos los motivos, por razones estructurales: el 20 % de los investigadores revisan hasta el 90 % de los artículos en biomedicina. Esas revisiones no están ni reconocidas curricularmente ni pagadas. Tal como me dicen los investigadores principales en mi entorno, es imposible hacerlo bien. Por razones políticas: tener autores de renombre en el artículo y sobre todo el teléfono del editor. Por razones ideológicas: además del número de teléfono hay que tener las agallas para descolgarlo y presionar al editor (convencerlo, sic) de la relevancia de tu manuscrito. ¡Ay el investigador que me diga que esto no es cierto! Hay hostias por cenar con los editores en los congresos.

Así, los nobeles, los que mejor publican son hombres con un perfil muy ambicioso. Otro motivo es el sesgo de los revisores hacia autores de renombre. Los que trabajen en un laboratorio me van a decir que nunca han oído ningún comentario (racista al fin) sobre los científicos chinos y que eso no afecta a la imparcialidad en las revisiones.

En el momento que un escéptico se apoya en la revisión por pares para defender el sistema científico está basándose en una creencia sin fundamento, sin base empírica.

Otra cosa es que este sistema peer siga siendo necesario.



Explotación y corrupción.






En esta encuesta hecha por Nature, se puede ver que más del 90% de los lectores que hicieron la encuesta (13 mil), se supone que científicos, trabajan más de 40 horas a la semana, habiendo un 38% que trabaja más de 60.

Miles de investigadores compiten internacionalmente por una plaza de investigador principal, o un grant cada vez más difícil de conseguir. En esta competencia salvaje, ¿quién sale perdiendo? Sobre todo las mujeres investigadoras y la ciencia.

En Estados Unidos, en laboratorios con muchos recursos, se da a menudo una situación escandalosa. El jefe de grupo le da el mismo proyecto a dos postdocs, y solo se llevará el mérito (autoría) el que primero termine. No creo que haga falta explicar cuáles son las consecuencias sobre el resultado de esa investigación. Sin hablar del postdoc “perdedor”.

Escándalos por fraude saltan por todas partes en las universidades más prestigiosas. Cientos de artículos se retractan semanalmente, muchos de ellos después de haber incluso sentado precedente en el campo. Aquí no vale decir “el sistema funciona”.

En nuestro país el caso de Sonia Melo y su supervisor Manel Esteller o el de Susana González claman al cielo. Después de tener que retractar un artículo y de quitarle a ella un proyecto europeo, Melo tiene plaza en Portugal y Susana González, a la que no le han quitado la ERC, tiene plaza en el CBMSO, y es que más de un milloncejo es muy suculento. Parece que la corrupción en ciencia se paga, pero con premios y proyectos. El supervisor de tesis de Melo, Manel Esteller recibió el Premio nacional de investigación de Cataluña, o la medalla de honor del parlament de Catalunya. ¿Por qué lo llamo corrupción? ¿Qué es si no la malversación de fondos públicos sino corrupción?

Y se preguntarán, ¿qué tiene que ver esto con el escepticismo? Cuando se falsean datos de publicaciones, se genera un conocimiento falso, no basado en la evidencia sino en el photoshop. ¿Dónde están la comunidad escéptica criticando esta pseudociencia que viene de las entrañas de un sistema machista, explotador y corrupto? ¿Dónde están los científicos que en privado se lamentan de que la explotación y la competitividad salvaje internacional lleva a una carrera de publicaciones que fomenta como poco las malas prácticas si no la corrupción?

Por suerte tenemos herramientas como PubPeer y a periodistas como Leonid Schneider que desde un posición pro-científica, ayudan a desenmascarar a estos farsantes.



Conclusión


Las malas prácticas que he relatado hacen mucho daño a la ciencia y a la sociedad. Parte de esta reniega de la primera cuando se enteran de escándalos y además son insultados por aquellos defensores de la ciencia por intentar encontrar esperanza en creencias religiosas como la homeopatía.

Es nuestra obligación como científicos y divulgadores ser radicalmente críticos, integralmente críticos si no les gusta lo de radical. Hay que abandonar el doble rasero y criticar por igual las prácticas alejadas de la razón vengan de donde vengan.

PD1. Como se habrán dado cuenta no he hablado nada de biomedicina, siendo mi especialidad, pensé que se merecía un artículo aparte para que este no se alargara más, y así será.

PD2.






Mientras escribía esto ha surgido esta conversación en Twitter. Ante la insinuación en el artículo de que las sustancias utilizadas en alimentación están aprobadas porque no se ha demostrado que sean perjudiciales, lo cual sería la inversión del principio de precaución, yo pregunto qué pasa cuando los intereses comerciales son tan grandes (como en este caso de los plásticos alimentarios) que aunque haya evidencias de su peligrosidad no se prohíben. A eso se me responde que estoy sesgado, y por tanto no puedo ser “buen divulgador”, y que son “cuestiones políticas” y claro, los científicos no se meten en política.






Referencias utilizadas no organizadas particularmente











Libros


  • No está en los genes de Lewontin.
  • El autoritarismo científico de Javier Peteiro Cartelle.


Me disculpen los autores si he plagiado.


[1] Extraído del libro “El autoritarismo científico” de Javier Peteiro.