Del tema del título nos encargaremos más tarde. Primero, queríamos comentar varios asuntos que creemos importantes y que nos han llegado a través de la página de la plataforma No gracias, de obligada consulta.
La Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFyC), la Sociedad Española de Calidad Asistencial (SECA) y la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria (FAECAP) han elaborado un escrito reclamando a las autoridades competentes que completen el famoso Real Decreto de prescripción por principio activo con las normas necesarias para asegurar la isoapariencia de los fármacos con principios activos idénticos. Ello evitaría la confusión de los pacientes ante múltiples aspectos tanto de cajas como de medicaciones, que además pueden ir cambiando con cada receta. Dicho documento fue recogido primero en el blog de Rafa Bravo y lo pueden leer aquí.
Señalaremos que, no obstante, nos parece un poco hipócrita tanta preocupación por parte de algunos profesionales de la medicina y de la industria farmacéutica por este tema, cuando no veían el mismo problema en cambiar risperdal por arketin o, más recientemente, zyprexa por arenbil... Y también, ante la crítica reiterada al decreto, desde distintos ámbitos, centrada en por qué prescribir por principio activo si ahora la marca vale lo mismo que el genérico, nos gustaría recordar que si las marcas han bajado el precio ha sido exclusivamente por efecto de este Real Decreto. Mucho nos tememos, pesimistas como somos, que la intensa campaña de desprestigio de los medicamentos genéricos llevada a cabo por la industria y muchos de sus médicos, desembocará en un cambio a la prescripción de moléculas con patente en vigor (paliperidona por risperidona, xeplion por risperdal consta, por ejemplo) con lo cual, no sólo el ahorro será escaso, sino que además someteremos a los pacientes nuevamente a fármacos menos estudiados y con menor experiencia de uso.
También en la página de No Gracias tuvimos conocimiento de un artículo escrito por Luis Carlos Silva, investigador titular y profesor del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, así como profesor de la Escuela Nacional de Salud Pública de Cuba y Profesor Colaborador Asociado de la Escuela Nacional de Sanidad de España. En dicho artículo, el Dr. Silva hace un terrorífico recorrido por la historia del antidiabético Avandia, del laboratorio GSK, finalmente retirado del mercado después de que fuera relacionado con aumentos en la mortalidad que tardaron mucho más de lo debido en ser conocidos (por decirlo suavemente, en el artículo lo leerán mucho más clarito...). El trabajo se titula: La industria farmacéutica y los obstáculos para el flujo oportuno de información: consecuencias para la salud pública. Lo pueden leer aquí.
Y ahora, vamos a entrar en nuestro tema de hoy, que fundamentalmente resume una entrada del genial blog Mad in America, de Robert Whitaker. Por él, tuvimos conocimiento de varios trabajos recientes sobre un concepto del que no habíamos oído hablar antes: la disforia tardía. Digamos antes de nada, que se trata de trabajos psiquiátricos escritos desde una perspectiva claramente biologicista. Vaya esto por delante para dejar claro que no estamos ante autores que teorizan acerca de la invención del constructo depresión tal y como lo usamos actualmente (teoría con las que, por otra parte, estamos en líneas generales bastante de acuerdo). Nada pues de psicoanálisis hablando de faltas neuróticas lanzadas al auto y heteroetiquetado como identidades depresivas desde las que acceder a diversos tipos de beneficios secundarios. Nada tampoco de antipsiquiatría hablando del consuelo psiquiátrico del paciente sufriente individual para no dejar que se pueda plantear ningún tipo de causa social de su malestar y le vaya a dar por intentar cambiar dicha sociedad. Nada de eso. En esta entrada recogemos opiniones de investigadores que se centran estrictamente en los mecanismo bioquímicos de los fármacos que prescribimos, y que cada vez más gente toma, y de sus posibles consecuencias.
Como señala Whitaker, en los años 90 el psiquiatra italiano Giovanni Fava, editor de Psycotherapy and Psychosomatics, ya se ocupó del tema, señalando cómo los psicofármacos actuaban a nivel cerebral modificando la homeostasis previa. Los antidepresivos ISRS, por ejemplo, actúan inhibiendo la recaptación de serotonina por la neurona presináptica, lo que conlleva un aumento de dicho neurotransmisor en la hendidura sináptica. Pero,a la vez, el organismo intenta compensar dicho efecto, lo que lleva a una regulación que implica que la neurona presináptica coloca menos serotonina en la hendidura y la postsináptica disminuye la cantidad de receptores de serotonina disponibles. Otro investigador que ha abordado este tema es Rif El-Mallakh, autor de un reciente artículo en el que afirma que "hay indicios de que, en algunos individuos, el uso persistente de antidepresivos puede ser pro-depresivo". Rif El-Mallakh afirma que a principios de los años 90, el 10-15% de los pacientes con depresión mayor presentaban depresión resistente al tratamiento. Sin embargo, estudios de 2006 hablan ya de casi un 40% de pacientes con depresión resistente. Este autor recuerda que dichos años fueron los del boom en la prescripción de ISRS.
Comentaremos, por nuestra parte, que cada vez es más frecuente ver pacientes que llevan años y años en tratamiento antidepresivo. Las guías clínicas y diversos estudios (con aún más diversos conflictos de interés) inciden cada vez más en el riesgo de recidiva, en la necesidad de mantenimientos a largo plazo (¿de por vida?), o afirman supuestas neurotoxicidades que los antidepresivos vendrían a remediar (aunque distintos autores, anteriores a los años 70 y 80 del pasado siglo XX, catalogaban la depresión como un trastorno episódico que tendía a la curación... y eso que no contaban con nuestro seguro y eficaz arsenal terapéutico). Y tenemos miles (¿millones?) de personas en todo el mundo en tratamiento con psicofármacos antidepresivos durante lustros o décadas sin que haya estudios claros que midan sus efectos más allá de unos meses o poco más... Un tanto arriesgado desde el punto de vista científico, ¿no creen?
Pero volvamos al brillante trabajo de revisión de Whitaker, que continúa señalando cómo El-Mallakh defiende que el uso crónico de antidepresivos puede inducir procesos que son lo opuesto a lo que la medicación originalmente producía, por el mecanismo de compensación que Fava describió y que llamó "oppositional tolerance" (¿tolerancia opuesta?). Ello provocaría un empeoramiento de la enfermedad que podría no ser reversible. Este mismo mecanismo de "tolerancia opuesta" se ha hipotetizado que podría estar en la base de la discinesia tardía causada por neurolépticos. En el caso de los antidepresivos, la hipótesis sería que los pacientes, tras el tratamiento prolongado, terminan en un estado de depleción serotoninérgica.
El-Mallakh concluye su artículo afirmando que un estado depresivo crónico y resistente al tratamiento puede ocurrir en individuos expuestos a antidepresivos ISRS durante períodos prolongados de tiempo. Este estado crónico depresivo es denominado "disforia tardía".
Siguiendo la entrada de Robert Whitaker, hemos visto también un artículo publicado en Neurochemistry International (no dirán que el nombre no suena a científico y biológico, ¿eh?), en el cual se recoge una investigación en ratas sobre el efecto del tratamiento y retirada de ISRS (en concreto, citalopram). Los resultados indican que, tras 17 días de tratamiento, la cantidad de serotonina se había reducido un 60% en 9 áreas del cerebro de las ratas, como parte de la compensación del organismo ante el fármaco, produciéndose una disminución clara en la síntesis de serotonina. Por otra parte, tras la retirada del fármaco, se describen importante fluctuaciones en el metabolismo de la serotonina: la síntesis aumenta ligeramente pero, al no haber ya bloqueo a la recaptación, la cantidad de neurotransmisor en la hendidura sináptica disminuye. Estas fluctuaciones tras la retirada coinciden además con cambios observados en la conducta de los animales, consistentes en una reactividad aumentada al sonido (lo que ponen en relación los autores con el síndrome de retirada observado en humanos, con irritabilidad, ansiedad, malestar, etc.).
Otro artículo también comentado por Whitaker añade otro punto de vista. Si El-Mallakh avisa del riesgo de desarrollar disforia tardía por el mantenimiento durante largo tiempo de la medicación antidepresiva, Andrews y colaboradores se preguntan qué ocurre al interrumpir el tratamiento en lo referente al riesgo de recaída. Andrews lleva a cabo un metaanálisis de estudios sobre antidepresivos, diferenciando dos grupos. En el primero, los pacientes que originalmente respondieron a placebo y luego estuvieron en seguimiento también con placebo. En el segundo, pacientes que originalmente respondieron a un antidepresivo y que luego fueron seguidos con placebo. Evidentemente, la asignación original a placebo o medicación era aleatoria, no en base a las características clínicas del cuadro. El resultado, en un metaanálisis de 46 estudios, fue que el grupo que nunca había tomado antidepresivo recaía en un 24,7% y el grupo que sí había tomado y le había sido retirado luego, recaía en un 44,6%.
El final del análisis de Whitaker es demoledor: tomar el antidepresivo durante largo tiempo (hablamos fundamentalmente de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) puede inducir, por el fenómeno de tolerancia opuesta, un síndrome de disforia tardía, como defiende El-Mallakh. Pero tomarlo y luego interrumpirlo aumenta casi al doble las posibilidades de recaída por comparación con las que habría si no se hubiera hecho un tratamiento psicofarmacológico de ese tipo, como señala Andrews. Si, además, ponemos en relación estos datos con la evidencia que se va acumulando acerca de que los antidepresivos no son más eficaces que el placebo excepto en casos de depresión severa, el asunto se vuelve, en nuestra opinión, bastante preocupante.
En relación a este último punto, hace poco nos encontramos con un nuevo metaanálisis que estudia la eficacia de los antidepresivos respecto del placebo (otros anteriores, pueden consultarnos en esta entrada). Se trata de un trabajo publicado en The Journal of American Medical Association, que concluye que las ventajas del tratamiento antidepresivo frente al placebo aparecen en las depresiones severas, pero son mínimas o no existen en las depresiones leves o moderadas.
Resumiendo:
Cada vez más estudios y metaanálisis independientes encuentran que los antidepresivos no son más eficaces que el placebo en depresión, excepto en las más severas. Y, dado el argumento fácil de muchos profesionales de "yo veo que los pacientes mejoran", hay que señalar que estos trabajos no dicen que los antidepresivos no funcionan. Lo que dicen es que funcionan igual que el placebo. Pero sin efectos secundarios ni costes, claro.
Distintos trabajos, que hemos dejado enlazados a lo largo de la entrada, hablan del riesgo del consumo de antidepresivos (aparte de sus ya conocidos, pero muchas veces minusvalorados, efectos secundarios) en lo referente a la aparición de cuadros depresivos crónicos y resistentes, como consecuencia del tratamiento a largo plazo, o bien de aumento en la frecuencia de recaídas con la interrupción del tratamiento, una vez que el paciente ya lo ha tomado.
Entonces, ¿qué hacer? Si prescribimos un antidepresivo y lo retiramos, el paciente puede recaer. Si no lo retiramos, puede cronificarse... A no ser que lo que hagamos sea no prescribir un antidepresivo. No mandarlo en todos esos casos de depresiones leves o moderadas, de distimias, de trastornos inespecíficos de ansiedad, de personalidad, de duelos o problemas vitales... Cuadros todos ellos donde parece dudosa la evidencia de que realmente sirvan para algo.
Y también, ante el argumento de que los pacientes vienen con sus quejas y algo hay que hacer, igual deberíamos recordar que la primera regla en medicina era primum non nocere. Lo primero, no dañar. Si no tenemos fármacos razonablemente útiles y realmente seguros para todas las depresiones no severas (es decir, para todo lo que no sea melancolía, la cual es relativamente poco frecuente), entonces no habrá que usar fármacos de utilidad dudosa y seguridad cuestionable (por no hablar hoy del coste que, la verdad, nos parece secundario ante la preocupante información que parece desprenderse de los artículos que hemos comentado). Habrá que devolver a esos pacientes la responsabilidad en sus vidas y no buscar depresión donde hay malestar. O bien, habrá que aprender y aplicar psicoterapias de apoyo, allí donde sean necesarias y puedan ser útiles, siempre dentro de las posibilidades de nuestro sistema público de salud (cada vez más limitadas, es cierto, pero imagínense si sólo la mitad de todo el coste anual de los ISRS en este país se destinara a implementar recursos de psicoterapia breve de apoyo -breve como sinónimo de no cronificadora-).
En fin, que nos ponemos a soñar despiertos. Se nos critica a veces por parte de algunos amigos (y de muchos que no lo son) por hablar de psicoanálisis o antipsiquiatría. Hoy no dirán que la entrada no recoge planteamientos y trabajos dentro de la más estricta ortodoxia biologicista: todo neuronas, neurotransmisores y metaanálisis. Incluso unas cuantas ratas drogadas para medir la serotonina en condiciones. Pura ciencia. Y conste que reconocemos (y siempre lo hemos hecho) la ausencia de cientificidad del psicoanálisis. Pero, visto lo visto, no nos parece que andar prescribiendo antidepresivos a personas tristes o ansiosas, sin criterios reales de depresión grave, tenga tampoco mucha base científica.
Y a lo peor, es hasta más peligroso.