Hoy estamos contentos, ya que traemos un trabajo que creemos especialmente reseñable. Un artículo escrito por Miguel Hernández, excelente profesional y amigo (con mínima colaboración por nuestra parte). Este texto fue escrito, por invitación nuestra al autor, para ser publicado en el dossier sobre Postpsiquiatría publicado en la Revista de la AEN nº 132. Finalmente la anterior Dirección de la revista, en contra de nuestro criterio, decidió que no se ajustaba a la línea editorial. Ha sido la Revista Norte de Salud Mental en su número 61 la que ha decidido publicar el trabajo, que consideramos del mayor interés.
Recomendamos vivamente su lectura:
Recomendamos vivamente su lectura:
Título: Apuntes para un
acercamiento a la psiquiatría como instrumento político.
Autores: Miguel Hernández González, Amaia Vispe
Astola, Jose G.-Valdecasas Campelo.
Resumen:
En este texto hacemos una revisión no exhaustiva de algunos de los dilemas que
presenta la psiquiatría desde el punto de vista político. Se aporta una opinión
del autor basada en diferentes fuentes, bibliográficas y de otros ámbitos. Se
analizan algunos de los efectos que la psiquiatrización de la vida cotidiana ha
producido y la reacción que ha provocado por parte de profesionales críticos y
colectivos de afectados. Finalmente se aportan unas breves y modestas
propuestas para el futuro.
Palabras
clave: psiquiatría crítica, antipsiquiatría, psiquiatría social,
postpsiquiatría.
El
papel de los médicos
como actores políticos queda patente continuamente en los medios de
comunicación. Prácticamente todos los días aparecen profesionales de la salud
dando consejos y advirtiendo sobre los riesgos de vivir y lo peligroso que es
la vida fuera de la seguridad que ofrecen con sus consejos. Desde luego el
papel de las tecnologías psi y en
especial de la psiquiatría en este escenario está fuera de toda duda. En todos,
insistimos en lo de todos, los programas de radio del dial español hay
profesionales de la psicología y/o de la psiquiatría para dar una explicación
de lo que sucede en el mundo. En este sentido podemos encontrarlos dando
explicaciones de por qué ha ocurrido un determinado crimen, qué explica el
triunfo de Trump, el valor del futbol como bálsamo social o dando opiniones
sobre la salud mental de un juez que deja en libertad a un etarra. Es obvio que
una profesión no le otorga a uno la omnisciencia de saber sobre lo divino y lo
humano pero así es como se nos presenta. Cada día ponga un psiquiatra en su
vida…
Este texto solo
pretende aportar unas meras notas mentales volcadas en el papel en blanco (lo
de papel es metafórico obviamente) para compartirlas y debatirlas. Nos hubiera encantado
contar con sesudos conocimientos, hacer unas citas de clásicos griegos o quizás
de Foucault, eso lo encontrarán en otros artículos de esta y otras revistas[1]. Estos apuntes tratan sobre la
implicación de las disciplinas psi en
la sociedad occidental, sobre las reacciones que, en especial desde finales del
siglo XX, ha provocado por parte de sectores de usuarios y afectados por estas
disciplinas y también por diversos profesionales críticos. Por supuesto no
caeremos en la presuntuosa omnisciencia que criticamos en el párrafo previo. Lo
que se aportará en este artículo son opiniones de sus autores, solo tienen ese
valor, las opiniones que suscribimos proceden de mil y una discusiones, algunas
lecturas, reflexiones personales, y seguramente también de la literatura y el
cine.
1. La psiquiatría como regulador de la vida cotidiana
El
extenso carácter regulador de la vida por parte de la psiquiatría supera con
creces las posibilidades de este artículo, por lo que nos centraremos en la
incorporación de algunos aspectos que consideramos cruciales en este comienzo
de siglo: la participación en la sumisión social, en la domesticación de los
cuerpos y en la psiquiatrización de la vida cotidiana. El modelo biomédico,
predominante en la psiquiatría, separa a la gente en normales y enfermos
favoreciendo la estigmatización de las personas que se salen de la norma. En el
caso de la psiquiatría da base teórica, y rienda suelta, a la utilización de
técnicas de coerción. Esto se hace principalmente mediante la consideración de
las personas afectadas por problemas de salud mental como incapaces (o discapaces, o minuscapaces).
Hablando en su lugar, decidiendo lo que les conviene más para su vida, etc. Por
supuesto, esta supremacía del modelo tecnológico ha sido ampliamente apoyado y
fomentado por la industria farmacéutica que es la principal beneficiaria, lo
que ha llevado a definir este modelo como modelo biocomercial (1). La industria
hace esto a través de diversos
mecanismos (2): En primer lugar la restricción intencionadamente simplificada,
del análisis de los procesos humanos que consensuadamente consideramos mentales
reduciéndolos a una afectación de un cierto neurotransmisor en una vía
determinada. En segundo lugar mediante la presión que se ejerce a la hora de
generar nuevas categorías nosológicas, ampliación de los criterios de inclusión
en las mismas de otras (disease mongering),
la mayoría de las veces en
relación al desarrollo de nuevas moléculas que aportan poco. En tercer lugar al
disfrazar de ciencia lo que no es mas que propaganda comercial y no nos
referimos sólo a las vistosas literaturas que nos dejan en sus visitas sino
también a la profusión de artículos y simposium que se citan en las mismas,
amen de charlas-cenas-viajes, etc. En cuarto lugar al describir,
performativamente (3), cualquier comportamiento humano como una alteración del
cerebro, aboliendo el papel de la volición como reguladora de nuestras
conductas. En quinto lugar al premiar las publicaciones que se hacen en
revistas cuyas líneas editoriales sostienen el modelo biotecnológico, revistas
sostenidas principalmente a través de la financiación de la industria.
Finalmente la implicación de la industria en la formación de los futuros
profesionales, bien sea mediante visita medica, al estilo clásico o incluso
mediante la implicación en la financiación de universidades, con la lógica
capacidad para proponer o vetar profesorado en función de sus intereses[2]. Los conceptos: modelo
biomédico, biotecnológico, biocomercial, neurobiológico o simplemente médico
son, con diferentes matices en su definición, muy similares y para nosotros equivalentes.
Porque da igual las sutilezas que intentemos representar con ellos, pertenecen
a una misma matriz teórica y conducen unos a otros de forma inexorable. A pesar
de esta postura que sostenemos, nos gustaría, quizás saliéndonos del guión,
hacer notar lo que consideramos dos falsos debates que existen en torno al
modelo médico: en primer lugar, el modelo médico no es el modelo de los
médicos, es un modelo basado en la secuencia anamnesis-evaluación-diagnóstico-tratamiento,
lo que acompaña a la mayoría de los principios de las diferentes escuelas psicoterapéuticas[3]. En efecto, no podemos reducir
este debate al uso de fármacos o técnicas como la llamada terapia
electroconvulsiva. Ese no es el problema, de hecho cuando vamos a cualquier
médico es lo que nos encontramos y no nos parece extraño. Pero ese malestar físico
está producido por unos desórdenes fisiológicos que pueden, muchas veces,
determinarse con una exploración y una serie de preguntas bien ordenadas. Las
conclusiones a las que se llegan con este método tienen un porcentaje de error
que es conocido también y los resultados de los tratamientos son también
bastante previsibles. El problema es aplicar este método presuponiendo que un
sufrimiento psíquico, o un comportamiento inapropiado, también tienen una causa fisiológica,
sea por la presencia de unos circuitos neurobiológicos alterados, por la
presencia de patrones cognitivos aberrantes, por una estructura psíquica
perversa, neurótica o psicótica, por apegos inseguros o dobles vínculos. Por
tanto, para intervenir tenemos que diagnosticar previamente lo que está pasando
para proponer el tratamiento adecuado. En general tenemos muy poca fiabilidad
en todas estas teorías, creemos honestamente que en nuestro ámbito (incluyendo
la archiprestigiosa neurociencia), haciendo un símil con la historia general de
la ciencia, seguimos estando en la era ptolemaica y no en la de Einstein o
Hawking, como nos podría parecer. Todo esto condiciona que, ante una
determinada demanda, diferentes profesionales den una explicación diferente y
ofrezcan opciones terapéuticas diferentes, incluso opuestas, y las personas que
consultan se encuentren confundidas y sin saber qué hacer. Actualmente los
modelos narrativos y colaborativos abandonan esta tendencia trabajando más en la línea de
“qué es lo que quiere conseguir viniendo a esta consulta”. Abandonando el papel de decidir qué es
lo que va mal y, en todo caso, qué es lo que hay que cambiar en favor de
preguntar a quien nos consulta. El segundo debate falso es la supuesta
dicotomía entre intervenciones biológicas (características de la psiquiatría) e
intervenciones psicológicas o psicoterapéuticas. Si mientras escribimos este
artículo ocurre una incidencia eléctrica que nos hace perder lo escrito, nos
enfadaremos, entristeceremos y sin duda nos agobiaremos por los plazos de
entrega y todo en unos pocos segundos.
Esto conlleva un correlato biológico, es decir, habrá sin ninguna duda,
cambios en la configuración biológica de nuestro cerebro, a nivel bioquímico,
eléctrico, etc. Una conversación tranquila frente a una puesta de sol con tu
gente y un buen jamón nos produce una sensación de relajación y placer que
dudamos mucho que tenga que ver con la presencia de neurotransmisores en el
jamón, tampoco creemos que haya que saber qué es lo que exactamente cambia en
nuestro cerebro o hacer ensayos clínicos para predecir que si un día estamos tensos
o estresados nos va a venir muy bien irnos a tomar un jamón con nuestros
amigos. Por supuesto que asistir a
un recital, una obra de teatro o una buena película, provocará reacciones por
nuestra parte que también son biológicas. Lo que no significa que la causa de
las mismas sea ese hecho biológico, como si la cultura no fuera mas que una
consecuencia cuando, desde nuestro punto de vista es, sobre todo, una causa
(probablemente La Causa).
Análogamente una conversación terapéutica genera cambios a nivel biológico en
nuestro cerebro. Por tanto cualquier intervención psicológica es necesariamente
una intervención biológica, aunque probablemente muy compleja si pretendiéramos
describir qué sucedió en lo concreto, muy alejado de las simplificaciones que
reducen la complejidad de la condición humana a los efectos de unos pocos
neurotransmisores por aquí o por allá.
1.1. La psiquiatrización de la
vida cotidiana
Siguiendo a Alberto Ortiz (4) y otras,
nos damos cuenta de la especialización del fenómeno de la medicalización de la
vida cotidiana en el ámbito de las tecnologías psi donde es si cabe peor, dado que a diferencia de lo que ocurre
con el dolor físico, el malestar emocional o psíquico normal es prácticamente
indistinguible per se del patológico,
únicamente el contexto nos ayuda a determinar cuán patológico es dicho
malestar. Los factores de esta psiquiatrización son varios: la industria
farmacéutica y las empresas sanitarias, mediante estrategias de flexibilización
y ampliación de los criterios de inclusión en una categoría diagnóstica o la
creación y difusión de nuevas categorías diagnósticas, todo ello en aras de un
mayor beneficio económico; los procesos de individuación que el desarrollo
tecnológico y la ideología liberal han permitido y que nos conducen a tener que
encontrar nuevas estrategias de afrontamiento de los malestares de siempre y de
otros más novedosos, donde la necesidad de terapias, coachings, etc., se hace imprescindible al haberse desmoronado
nuestras redes de afectos; la elevada presencia de profesionales psi en los medios de comunicación
opinando continuamente de casi cualquier cosa y dando opiniones personales como
si fueran ciencia mediante la utilización de un lenguaje técnico. Además la
población se familiariza y aprende estas jergas permitiendo también usarlas
para describir sus experiencias personales y darles una orientación psi; las administraciones sanitarias
mirando para otro lado cuando hay que regular, por ejemplo, una correcta y
limitada cartera de servicios en salud mental, mirando para otro lado también a
la hora de la formación continuada de los profesionales, en manos de la
industria; finalmente los propios profesionales son los que mantienen en
movimiento esta rueda al separar lo que es normal de lo que no, al participar
en los medios, al formarse a través de la industria de forma acrítica, al
abrazar ardorosamente cualquier nuevo diagnóstico, al lanzarse
entusiásticamente a prescribir cualquier medicamento que aparezca en el
mercado, etc. Por tanto, son el factor más determinante de todos.
1.2. La sumisión social
Estamos
en un momento histórico donde la pérdida de bienestar para sectores mayoritarios de la
población conlleva un importante sufrimiento. Este sufrimiento viene de la
crueldad directa que supone verte en la calle al no poder pagar los
inverosímiles precios de una vivienda, sea comprada o sea de alquiler, o de ver
como un familiar no puede tener su medicina para tratar su diabetes o no puede
ir a rehabilitación tras una cirugía por no existir servicio de transporte o
estar sometido a un copago. Pero existe una crueldad mas sutil, la de no
encajar dentro de un mundo donde la gente sólo tiene dos alternativas: ser
“winner” o ser “loser”. Cada día en los medios de comunicación se presentan
como héroes nacionales a cualquier persona que genere un proyecto empresarial,
aunque no le dé ni para pipas. En los institutos de enseñanzas medias se
empieza a dar clases de “cultura del emprendimiento” con los valores del
“hacerse a sí mismo” o el “valor del esfuerzo personal”, como intento de que la
gente acepte trabajar durante muchas horas para conseguir un mínimo de dignidad
salarial. Esto incluye, por supuesto, una crítica velada sobre los modelos de
sociedad que aspiran a garantizar el bienestar básico de sus ciudadanos.
Algunos de estos cursos en algunos institutos de enseñanza media de la
Comunidad de Madrid están auspiciados y promovidos por la propia embajada de
los EEUU[4]. Frente a esto, la figura del
trabajador público es denostada, vilipendiada y cuestionada, la imagen de un
funcionario gris, un burócrata que nunca resuelve un problema, es la que
tenemos en la cabeza como arquetipo, y pretender estabilizarse en un empleo
público o privado cada vez se ve mas como una aspiración obsoleta, que conlleva
cobardía o falta de inteligencia. Flexibilidad laboral lo llaman. Toda esta
violencia se concreta en despidos, desahucios, subempleo, subcontratación y en
general en formas de precariedad social. El sufrimiento asociado no es
psíquico, aunque sus manifestaciones sí lo sean, es social y político. Ante
esta situación la visita a un servicio de salud mental no solo es improcedente
sino peligrosa y en realidad una vuelta de tuerca más de la violencia social
que describimos porque desplaza el foco de interés desde lo colectivo y social
hacia lo personal, lo intimo. ¡La culpa
es tuya, tontaina!
1.3. La economía de domesticación de los cuerpos
Uno de
los factores mas curiosos de la participación de la psiquiatría en la política es la
intervención en lo que podríamos llamar la domesticación de los cuerpos.
Algunos tratamientos y cirugías sólo se ofrecen, en la cartera de servicios del
sistema nacional de salud, bajo algunas condiciones. Entre ellas están las
cirugías reparadoras, en especial las que tiene que ver con las mamas, pero
también las relacionadas con otras partes del cuerpo. También están las
llamadas cirugías de reasignación de sexo. Nos referimos a estas cirugías como
cirugías de domesticación de los cuerpos porque su necesidad no viene de un
tema de salud física, ante una situación que pone en peligro nuestra vida, sino
de la necesidad de adaptar un cuerpo que no encaja con la norma. Cuando una
persona necesita ser operada de una de estas cirugías está protocolizado que un
psiquiatra decida si la persona es candidata a ello o por el contrario queda
excluida. Esto genera bastantes consultas para realizar informes sobre la
repercusión psicológica que está teniendo el hecho de que las mamas de tal o
cual paciente sean demasiado pequeñas (o grandes, o lo que sea). En el caso
concreto de la transexualidad nos obliga a realizar un diagnóstico que
determine que la identidad de las personas que tenemos delante es
verdaderamente trans, situación que ciertamente nunca ocurriría ante una
persona cis. Esto no procede de un deseo de proteger a las personas de una
posible equivocación o período transitorio de confusión que pudiera dar al
traste con unos genitales o unas mamas y posteriormente arrepentirse, esa no es
una preocupación del capitalismo, aunque lo disfrace de esta manera. El
objetivo es intervenir en la decisión de si lo paga el seguro correspondiente,
en nuestro caso la consejería de sanidad correspondiente, o la cirugía corre por
cuenta de la persona implicada. Esto genera una perversión notable al tener las
personas que interpretar el papel de
afectadas-gravemente-por-el-aspecto-de-mi-cuerpo-hasta-el-punto-de-precisar-un-psiquiatra
a pesar de que quizás no lo están. Con la situación de la cirugía bariátrica,
el tema es diferente, la situación
ha ido cambiando en los últimos años. Actualmente el riesgo quirúrgico de dicha
cirugía es mucho mas bajo que hace unos años atrás, los efectos secundarios de
las diferentes técnicas aplicadas son conocidos y sabemos como paliarlos por lo
que ha pasado de ser una cirugía de último recurso (para personas con
obesidades muy importantes con esperanza de vida muy corta si no se corrigiera)
o bien una cirugía estética (para personas con una obesidad mucho menor, que no
quieren o no pueden afrontar una dieta y que generalmente requería la
autorización por nuestra parte informando de que están
afectadas-gravemente-por-el-aspecto-de-mi-cuerpo-hasta-el-punto-de-precisar-un-psiquiatra).
Ahora puede y debe ser considerada una cirugía terapéutica posible y razonable
para tratar síndromes metabólicos moderados a severos con mejora de la salud en
general. Por tanto, ¿no debería aplicarse un criterio de cirugía terapéutica al
uso, como el que aplicaríamos a un transplante o a una cirugía coronaria, por
ejemplo, en el que no se pide ningún informe a ningún psiquiatra?
En las
ultimas semanas, terminando ya de componer este texto nos aparece por primera
vez una solicitud de informe para valorar la conveniencia o no de implantar un
aparato de electroneuromodulación, una suerte de artilugio que se usa para combatir
el dolor crónico. Al parecer también es preciso tener una salud mental
certificada para poder beneficiarse de esta tecnología.
Un caso
especial de esta regulación económica de la disciplina corporal, desde nuestro
punto de vista más grave si cabe, es nuestra participación en la toma de
decisión sobre determinadas situaciones relacionadas con el embarazo y la
gestación como los tratamientos para la infertilidad y las interrupciones
voluntarias del embarazo. En el primer caso se nos pide informar sobre que la
persona está mentalmente capacitada para procrear y criar su descendencia. Por
supuesto que esto solo se nos pregunta cuando se trata de una mujer, nunca
varones, que se encuentra diagnosticada de un trastorno mental o simplemente ha
informado de que ha visitado una unidad de salud mental. En el caso de la
interrupción del embarazo tenemos que determinar que la paciente se encuentra
mentalmente enferma o en peligro de estarlo por el embarazo y todo lo que
conlleva (y conllevará), como parte de los supuestos en los que se autoriza la
IVE según la ley española. Aparte del peligro profesional, e incluso personal,
al situarnos en el punto de mira de los grupos mal llamados provida, ambas
intervenciones suponen una intromisión paternalista en la vida de las personas
y nos convierte, una vez mas, en el brazo ejecutor del hetero-patriarcado.
2. La reacción
A
partir de finales de los años 50 comienzan a aparecer una serie de autores que
empiezan a criticar las prácticas psiquiátricas imperantes en la época,
caracterizadas por la aplicación de forma indiscriminada de pautas de
intervención sobre las personas: internamientos forzosos e indiscriminados,
experimentación sin piedad de ocurrencias pseudoterapéuticas (choques
insulínicos, lobotomías o electrochoques, por ejemplo). Se suele citar como grupo
de origen del movimiento a Thomas Szasz, Michel Foucault, Erving Goffman, David
Cooper (al que se debe la popularización del término antipsiquiatría), Ronald
Laing y Franco Basaglia. Estas personas nunca formaron un grupo, de hecho
algunos no se conocieron personalmente y salvo Laing y Cooper todos los demás
negaron pertenecer a ningún movimiento antipsiquiátrico. Foucault (5) ni
siquiera era psiquiatra y nunca se movilizó en favor de los derechos de los
pacientes psiquiátricos, cosa que sí hizo por ejemplo con los presos comunes.
Laing (6) y Cooper (7) sí se autodenominaron antipsiquiatras, y emprendieron
experiencias de intervención alternativa, bajo la premisa de que lo que
llamamos trastorno mental es una reacción sana a una sociedad enferma y, por
tanto, lo que había que generar eran entornos donde las personas pudieran vivir
la locura en total libertad. Goffman (8) era un sociólogo que se interesó por
el efecto que el asilo provocaba en las personas. También fue uno de los
principales estudiosos del estigma y del etiquetado, pero tampoco era
psiquiatra y no se pronunció mucho sobre aspectos epistemológicos. Su único
activismo fue contribuir a fundar la Asociación Americana para la Abolición de
los Internamientos Hospitalarios Psiquiátricos Involuntarios. Basaglia (9) fue
el único que tuvo una practica psiquiátrica habitual en un contexto de trabajo
público. Participó en política y llego a ser diputado favoreciendo la famosa
ley que lleva su nombre y que inspiró la mayoría de las reformas posteriores,
entre otras la española.
De
todos estos autores el más productivo y constante crítico de la psiquiatría es Szasz
(10). No solo se desmarcó de la antipsiquiatría sino que cargó con total
beligerancia contra Laing y Cooper a los que dedicó todo tipo de acusaciones y
lindezas. Szasz consideraba que el estatus de enfermedad mental era
epistemológicamente un error al considerar que estos problemas se hallan en el
ámbito de lo discursivo y de lo ético. Era principalmente un liberal, en el
sentido mas thatcheriano del término, y para él solo era planteable la
psiquiatría en términos de asistencia privada, voluntaria y financiada por el
propio usuario.
De
forma contemporánea
a estos sucesos aparecen los primeros movimientos y asociaciones de personas
afectadas por la psiquiatría, estos movimientos tienen múltiples orígenes y
múltiples motivaciones. Muchos de ellos mantuvieron unas pocas reuniones,
quizás elaboraron un manifiesto y luego dejaron progresivamente de existir[5], otros muchos han perdurado,
algunos son auspiciados por profesionales comprometidos pero la mayoría
funcionan al margen del sistema de salud, algunos tienen detrás asociaciones e
incluso organizaciones religiosas que muchas veces sostienen planteamientos muy
alejados de los vertidos en estos apuntes, aunque aparentemente parezca que
coinciden en algunas conclusiones puntuales. La mayoría tienen un afán muy
reivindicativo, de la autonomía de las personas para decidir, contra la
involuntariedad, contra el etiquetaje…, otras se constituyen como plataformas
de autoayuda y autodefensa. Desde la psiquiatría oficial se mira con recelo y se les ignora como si no existieran o
se considera como parte de la enajenación que les atribuimos o a la falta de
conciencia de enfermedad.
Sin
embargo, en las últimas dos décadas han aparecido numerosos autores que han
planteado incorporar la voz de las personas afectadas en los debates abiertos
sobre la salud mental. Este movimiento está nítidamente situado en la
postmodernidad por lo que no es extraño que se haya nombrado como
postpsiquiatría. No nos extenderemos en este tema dado que ha sido ampliamente
tratado en otros lugares como se dijo al principio de este texto. Únicamente
considerar que a falta de un manifiesto fundacional que nos pueda servir de
referencia, nos atreveremos a formular unas propuestas más concretas en el
siguiente apartado.
3. A modo de propuesta:
Más diálogo (abierto o como sea) y menos Prozac (y
risperidona, gabapentina…).
1.-
Compartimos con Szasz la consideración de la enfermedad mental como una enfermedad
metafórica, en el sentido de que no puede ser entendida de la misma manera que
entendemos, por ejemplo, una enfermedad orgánica como la diabetes. Pero no
podemos compartir su idea de que desde una sanidad publica no se respeta la
libertad y la autonomía de las personas. Nos oponemos, sin ambages, a su
critica de las intervenciones comunitarias, a las que considera propias de
posturas comunistas y dictatoriales.
2.-
Consideramos que los agentes que intervienen en salud mental deben trabajar de
forma colegiada, tomando decisiones de forma conjunta con las personas usuarias
de nuestros servicios. Consideramos que los diferentes campos profesionales
deben sentarse y comunicarse de forma totalmente horizontal, compartiendo sus
puntos de vista, sus saberes, de una forma no jerárquica. Consideramos que la
presencia de las personas que acuden a los servicios en estos equipos es
necesaria y urgente.
3.-
Consideramos que las personas afectadas por un problema de salud mental deben
poder disponer de servicios que, de forma precoz, les ofrezcan las diferentes
opciones de tratamiento y no solo la opción farmacológica. Esto incluye la
consideración de medidas como: equipos comunitarios asertivos, viviendas
acompañadas, minirresidencias abiertas, centros de rehabilitación psicosocial
en la comunidad, talleres de capacitación y empleabilidad, etc., como
tratamiento y no como prestación sociosanitaria. Esta diferenciación no es
baladí. Cuando una persona tiene un accidente de trafico, por ejemplo, quizás
precise un internamiento agudo, unas cirugías, unas curas que conllevarán un
tratamiento mas o menos largo, y al final de la etapa aguda y quirúrgica, la
persona puede precisar de un periodo de rehabilitación física que puede ser
también muy largo. Al final de este proceso, y no antes, cuando el equipo de
rehabilitación considera que ya no podrá mejorar más, se emiten los informes
correspondientes, se determinan las secuelas y las limitaciones que suponen
estas, otorgándole a esta persona las prestaciones sociosanitarias que precise:
pensión, ayudas ortopédicas, descuentos en transportes, etc. Cada vez más se
tiene claro que una intervención de rehabilitación precoz, incluso durante la
fase aguda, reduce mucho el riesgo de secuelas por lo que cada vez se
recomiendan intervenciones más tempranas.
Cuando
una persona tiene un “accidente” de salud mental también puede precisar una
serie de intervenciones agudas, quizás un ingreso, algo de medicación... Sin
embargo cuando pasa esta etapa, la persona se encuentra que para acceder a los
programas de recuperación, por ejemplo un centro de rehabilitación psicosocial
o un taller de terapia ocupacional, tiene que tener una determinación de
secuelas y certificado de minusvalía previo. Esto implica que le transmitimos
la idea de que sus limitaciones son secuelas y no hay esperanza de
recuperación. Además, cuando consideramos un accidente traumatológico, durante
la rehabilitación puede accederse a cuantos medios sean necesarios, así una
persona puede tener masajes, neuroestimulación, punción seca, ortesis...
simultáneamente. En el caso de una atención sociosanitaria, al considerarse
prestación y no tratamiento, las personas afectadas tienen que elegir entre,
por ejemplo, una estancia en un piso supervisado y asistir a talleres o centro
de rehabilitación social[6].
4.- Es
preciso continuar explorando alternativas al ingreso hospitalario, sea este de breve,
media o larga estancia. Es más, hay que intenta estudiar opciones urgentes y
viables, en nuestro marco actual, para que la atención sea domiciliaria, lo que es
posible y deseable la mayoría de las veces.
5.- En las escasas situaciones en
que se produce un momento de alarma social, riesgo vital o social para la
persona o para terceros, debería existir un comité formado por profesionales,
usuarios, expertos en bioética y juristas que pudieran decidir un ingreso o
cualquier otra medida terapéutica o simplemente de protección, incluso
involuntario, decidiendo en el caso concreto, con la inmediatez y la alarma
habituales en estos casos y no en la abstracción de la teoría. Pensamos que
este comité deberá escuchar a la persona implicada pero también a las personas
que demandan la toma de esa decisión. Por supuesto ese comité debería estar
accesible en todo momento, incluidas las guardias.
6.- Aunque consideramos
criticables las prácticas comerciales de las compañías farmacéuticas y pensamos
que la medicación no es la única opción, ni probablemente la principal, no nos
consideramos antifármacos. Algunos
fármacos en determinadas situaciones pueden ayudar. La edición española de Mad in América ha publicado
recientemente un artículo de
Robert Whitaker (11) donde plantea de forma clara a lo que nos referimos. Bajas dosis, poco tiempo y centrarse en
las necesidades de la persona es básicamente lo que plantea el trabajo.
7.- Aunque compartimos la idea
antipsiquiátrica de que vivimos una sociedad desquiciante y que puede ser
responsable del sufrimiento psicológico de la mayoría de nosotros, no creemos
que eso signifique que este sufrimiento sea una forma de rebeldía y que las
personas que lo sufren tengan, por ello, la razón, o que no necesiten ayuda.
Una cosa es que las personas tengamos derecho a nuestras legítimas rarezas,
excentricidades o locuras y otra bien distinta es dejar a su suerte a las
personas que sufren las experiencias aterradoras que, con mucha frecuencia, vemos
en eso que llamamos psicosis.
4. A modo de conclusión
En este
texto hemos realizado criticas a la psiquiatría. Y cuando nos referimos a esta psiquiatría, nos referimos a la
especialidad que consiste en descubrir unos síntomas en las personas, síntomas
que configuran una enfermedad a la que reconocer y que conlleva un tratamiento
principalmente farmacológico con un apoyo, a veces, por parte de psicología y
otros profesionales “complementarios”. En esa visión, la persona enferma carece
de papel mas allá de tomarse las pastillas y seguir todos los consejos y, sobre
todo, asumir que se tiene una enfermedad. La familia solo sirve para ser fuente
de información ocasional sobre lo que sucede (más síntomas) y para ser
depositaria de las criticas y las culpas. En esa visión el hospital está en el
centro, el psiquiatra está en la cúspide y toma todas las decisiones: ¿puedo
apuntarme a un curso?, ¿puedo conducir?, ¿puedo irme a un hotel un fin de
semana con mi novix?…. Desde ese punto de vista, el contexto solo sirve para
culparlo cuando las cosas no van como hemos prometido. Para ellos, el problema
está en el cerebro, como la diabetes está en el páncreas, por cierto una
comparación frecuente. Es una
especialidad médica más, dicen.
Por tanto, no nos
referimos a otra psiquiatría (o más adecuadamente: intervención en salud
mental) que considera las cosas de formas que validan a las personas, que no
considera síntomas ni enfermedades sino experiencias amplias y complejas, que
intenta comprender el contexto donde se producen los malestares y participa en
su cambio, porque lo que consideramos trastorno o malestar mental lo es en un
contexto concreto y no en todos (a diferencia de lo que ocurre con la
diabetes). No nos referimos a los que consideran que a pesar del sufrimiento y
las posibles limitaciones que este les ocasiona, también hay capacidades y éxitos
que las avalan. Tampoco nos referimos a los y las que salen de la cúspide de la
pirámide para compartir la mesa de trabajo de igual a igual con el resto de
profesionales, cada cual asumiendo sus responsabilidades y tomando las decisiones
de forma colectiva, saliendo también del hospital y acudiendo a la comunidad,
incluso al domicilio. Tampoco estamos refiriéndonos a las personas que intentan
justificar su práctica en la ciencia, en la independiente, en la que esperamos
alguna vez que sea de acceso libre, gratuito e inclusivo (es decir, que
publique toda la ciencia que se produce y no solo la que se refiere al
paradigma dominante). Por supuesto que no nos referimos a todas esas personas
que intentan formarse al margen de la industria, que no tienen ninguna relación
con la misma y que planifican su trabajo, y su ocio, al margen de ella,
aquellas que defienden (defendemos) la atención pública y gratuita.
Bibliografía
1) G.-Valdecasas
J, Vispe A. Mercaderes en el Templo:
hegemonía
del paradigma bio-comercial en Psiquiatría. Rev Asoc Esp
Neuropsiq
2011; 110: 321-341.
2) Mata Ruiz I, Ortiz Lobo A. Industria farmacéutica y psiquiatría. Rev Asoc
Esp Neuropsiq 2003; 86: 49-71.
3)
Hernández González M. Primeros episodios psicóticos. Las trampas del
lenguaje o de cómo confundir hipótesis con hechos. Ponencia perteneciente al
Simposio XXV Congreso Nacional de la AEN: Psicosis agudas vs. Primeros
episodios psicóticos o del riesgo de cronificar desde el diagnóstico. Disponible
(2016) en:
http://madinamerica-hispanohablante.org/primeros-episodios-psicoticos-las-trampas-del-lenguaje-o-de-como-confundir-hipotesis-con-hechos-miguel-hernandez-gonzalez/
4)
Ortiz Lobo A. Hacia una psiquiatría crítica. Madrid: Editorial Grupo 5,
2013.
5) Foucault M. Historia de la locura en la época clásica. México: Fondo
de Cultura Económica, 1976.
6)
Laing RD. El yo dividido. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1993.
7)
Cooper D. Psiquiatría y Antipsiquiatría. Buenos Aires: Paidós, 1978.
8)
Goffman E. Internados. Buenos Aires: Amorrortu, 1994.
9)
Basaglia F. La institución negada: Informe de un hospital
psiquiátrico. Barcelona: Seix Barral, 1972.
10) Szasz T. The Myth of Mental
Illness. American Psychologist 1960; 15: 113- 118.
11) Whitaker R. Harrow + Wunderink + Diálogo Abierto =
Una exigencia basada en evidencias de un nuevo modelo de atención. Disponible
(2017) en: http://madinamerica-hispanohablante.org/harrow-wunderink-dialogo-abierto-una-exigencia-basada-en-evidencias-de-un-nuevo-modelo-de-atencion-robert-whitaker
[1]
Para una excelente revisión de diferentes dimensiones de salud mental, desde
una perspectiva crítica recomendamos especialmente los blogs: postPsiquiatria y
Mad in América en español. En el numero 132 (2017) de la Revista de la AEN se
ha publicado una interesante compilación de artículos englobados bajo el
epígrafe Postpsiquiatría editado por
Amaia Vispe y Jose Valdecasas donde se pueden encontrar argumentos y
reflexiones muy adecuadas para este fin.
[2]
Esto ha pasado ya al Dr. David Healy, un prestigioso psicofarmacólogo, que ha
sido vetado en Canadá por una compañía que financia la universidad. Ver: https://www.pharmapolitics.com. The David Healy
Affair: drug, money and academic
freedom.
[3]
Se ha hablado de lo peculiar que es el que las dos terapias psicológicas de
moda (EMDR y Mindfulness) apenas precisan de hablar y se fundamentan en teorías
fuertemente fisiológicas y neurobiológicas,
[4]
https://es.usembassy.gov/es/la-embajada-de-estados-unidos-y-la-consejeria-de-educacion-de-castilla-y-leon-refuerzan-sus-lazos-para-fomentar-el-emprendimiento/
[5]
Cualquier persona que haya participado en un movimiento social, político, etc.
reconocerá que este ciclo es en realidad muy común.
[6]
Para ser justos diremos que en Canarias al menos hasta ahora la administración
no es muy rigurosa con la aplicación de estos copagos y delimitaciones pero nos
requiere a los profesionales la realización de informes que justifiquen la
duplicidad de prestaciones.