Dedicaremos esta entrada a poner en relación la cuestión de la forclusión, que ya hemos tratado en varias entradas previas, y la llamada emergencia de lo Real, como expresión de la invasión de la psicosis, de los fenómenos elementales y alucinatorios, previos a cualquier trabajo delirante.
Comenzaremos siguiendo a Francisco Estévez en un muy recomendable trabajo sobre el tema: El fenómeno elemental, publicado como capítulo del libro Psicopatología de los síntomas psicóticos, de Díez Patricio y Luque Luque. En dicho trabajo, se detiene en la cuestión de la forclusión del significante del Nombre-del-Padre, como hipótesis lacaniana para explicar la causalidad de la psicosis. Para abordar esto, hay que entender que ser padre es diferente a ser madre. La relación con la madre viene determinada por la naturaleza, pero la relación con el padre es un efecto de la cultura. La madre existe, el padre ha de hacerse existir. Esta verdad la expresa el aforismo latino, citado por Freud, mater certissima, pater incertum est. La función paterna está todavía más separada del soporte que otorga el genitor biológico que la función propia de la madre. Como señala Estévez, el Nombre-del-Padre se instaura como un símbolo que opera en calidad de tercero en la relación madre-hijo, estableciendo entre ambos la separación mínima que evite una simbiosis mortífera, preservando al hijo de ser tomado, o dejado caer, como un simple objeto del goce materno. Esta interferencia paterna es una función simbólica que va más allá de la figura del padre familiar, no siendo éste más que el soporte imaginario sobre el que se apoya la cultura para producir el efecto necesario. En ausencia del padre familiar, otro hombre real o fantaseado puede sostener esa función simbólica imprescindible, carente de la cual el sujeto se ve abocado a la psicosis. Al nombre que da cuenta de dicha operación Lacan lo llama significante del Nombre-del-Padre.
Este significante puede faltar porque jamás haya sido inscrito por el sujeto. Puede suceder tal cosa cuando el goce materno es tan devorador que no deja resquicio para que entre ella y su producto (hijo) habite un tercero (padre), con lo que el hijo se ve irreversiblemente imposibilitado de incorporarse a la dimensión simbólica del lenguaje, cuya primera manifestación es la ley y, entre todas, una: la ley de la prohibición del incesto. En cierto modo, como sigue diciendo Estévez, en la psicosis se produce el máximo incesto, aunque no sea carnal, porque falta la ley y la distancia entre la mujer y su objeto. Sin embargo, ese significante que el sujeto no ha incorporado no deja por ello de existir, ya que pertenece a la cultura, y el sujeto, en ocasiones cruciales de su vida, puede encontrarse con él, produciéndose entonces su derrumbe, en forma de desencadenamiento. O puede preservarse de ese encuentro con lo cual evita la enfermedad explícita. Lo que no será posible evitar es el agujero real que deja para siempre la no inscripción de ese significante. Esa falta dificultará para siempre la relación del sujeto con el lenguaje, pudiendo sólo hacer remiendos con ella.
Se puede concebir, como plantea Lacan y cita Estévez, una particularidad de la posición subjetiva por la cual en el momento de la apelación al Nombre-del-Padre por parte del sujeto, para realizar la operación limitadora del deseo materno, se encuentre con que aquél no responda por la inexistencia absoluta del significante apelado. Ese vacío se denomina Verwerfung (rechazo). Como dijo Lacan: “La Verwerfung será pues considerada por nosotros como forclusión del significante. En el punto donde [...] es apelado el Nombre-del-Padre, puede, pues, responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica”. En ese agujero donde se espera el Nombre-del-Padre que no está aparecen en su lugar las manifestaciones particulares del síntoma psicótico.
Citaremos también algunas líneas de Fernando Colina en su magistral trabajo El saber delirante, a propósito de señalar algunos aspectos de lo mencionado: "En el momento del desencadenamiento de la psicosis, el psicótico se ve sacudido por un mundo callado y sordo que ha perdido su condición hablante. Repentinamente, y sin poder ni siquiera cuestionarse por la causa de tan inhumano desenlace, el “elemento lenguaje” deja de ser el ambiente en el que respira su vida mental. Si algo nos ayuda a entender los avatares del psicótico, de ese ser exiliado en una vida nueva de estrambótica identidad, es la consideración del mundo como una cosa inerte, misteriosa, pulsional y muda, que sólo se vuelve vividora para el hombre cuando queda recubierta por la palabra y cosida con un hilo verbal. Gracias a que el “elemento lenguaje” tapiza el mundo y le mantiene humanizado para nosotros, cuando salimos a las cosas nos las encontramos ya predispuestas para ser nombradas y habladas. En caso contrario, conforme le sucede al psicótico, las cosas se tornan cosa. Cosa enigmática, misteriosa, amenazante y, sobre todo, invasora. La realidad, si esto sucede, se funde con el psicótico mismo hasta provocar una gravidez tan densa que su identidad se fragmenta, disocia y desmorona bajo los efectos de una combinación insólita de carencia e intensidad. [...] el psicótico deja de ser recibido por el lenguaje. La hospitalidad de la palabra ya no trabaja a su favor, por lo que pronto, sin el amparo de una atmósfera verbal, nos lo encontraremos condenado a padecer ruidos ininteligibles y más tarde a sufrir el griterío chillón de los enemigos. El lenguaje deja de ser un fluido rebelde pero acogedor [...]. El psicótico puede hablar pero ya no habla el lenguaje común y general, tan sólo pronuncia una lengua nueva que no le sirve para pacificar la realidad ni le acuna en compañía de los demás".
Las, como siempre, inspiradoras y poéticas palabras de Colina nos proporcionan una cierta visión de la psicosis, de la psicosis incipiente, por usar el término que empleó Conrad en referencia a la esquizofrenia. La estructura psicótica se constituye a partir del mecanismo de la forclusión. El sujeto, enfrentado a la castración en su paso por el Edipo, no reprime ni deniega, no será neurótico ni perverso. En lugar de ello, forcluye. Se produce, en concreto, una forclusión del significante del Nombre del Padre, lo que da lugar a una no inscripción de dicho significante en el inconsciente. La forclusión es, pues, la carencia de ese significante fundamental, encargado de mantener el orden simbólico, de proporcionar un orden en el mundo real. Este orden simbólico supone una ley, una cierta nominación de las cosas. Usando la imagen que sugiere Colina, el lenguaje tapiza las cosas, todas las cosas. El ser humano, desde sus orígenes como especie o individuo busca el conocimiento porque no tolera la incertidumbre. Lo extraño, lo siniestro, lo real en fin, debe ser anulado, tapado. Y es el orden simbólico que proporciona el lenguaje quien se ocupa de esta función. El lenguaje, los nombres especialmente, son colocados encima de cada cosa, para proporcionar la imprescindible ilusión de que todo es familiar, de que todo se conoce, de que no hay nada que sea inexplicable o, aún peor, inefable. Pero hete aquí que, en un sujeto determinado, dicho orden simbólico sujetado por el lenguaje tiene un auténtico agujero en el lugar del significante fundamental, una falla en la estructura. Si se produce un “llamado” a dicho significante, como vimos claramente en el relato clínico de Schreber proporcionado por José María Álvarez, tal carencia pondrá de manifiesto la estructura psicótica hasta entonces más o menos silente. El orden simbólico muestra su carencia y su debilidad, el lenguaje ya no cubre con su pátina tranquilizadora el mundo, comienzan a aparecer cosas que no pueden ser nombradas, lo siniestro se abre paso, las vivencias inefables inician su invasión, la emergencia de lo Real provoca la angustia psicótica, terrible e incomprensible. Los fenómenos elementales, anideicos como señaló Clérambault, hacen su aparición, en una atmósfera preñada de desastre. Las alucinaciones retornan hacia el sujeto. En su texto clásico La esquizofrenia incipiente, Conrad describió el inicio de la psicosis, tomando como ejemplo la esquizofrenia, y llamó trema a toda esta fase inicial de inundación fenomenológica, lenta y callada o bien brusca y explosiva, muchas veces imparable.
Tras el inicio de la psicosis, cuando la psicosis ya es vieja, como dijo el psiquiatra de la Enfermería Especial de la Prefectura de Policía de París, aparece el delirio. La brecha en el orden simbólico por donde ha penetrado lo Real, amenazando con inundar al sujeto, es aquel lugar donde el lenguaje, los nombres, ya no recubren el mundo como si fueran una capa protectora. El delirio surge, se debe trabajar, para tapar tal brecha. El trabajo delirante es un esfuerzo, responsabilidad del sujeto, para poner nombre donde falta, para reparar en lo posible ese orden simbólico dañado. Una suerte de cicatriz que, sin ínfulas de pretender curar, permita al sujeto seguir viviendo en el mundo, poder vivir en un mundo que sea habitable. El delirio pone de nuevo nombres encima de las cosas, aparecen así chips, ondas de radio, máquinas extraterrestres, maleficios sobrenaturales, influencias divinas y demoníacas... De repente, el mundo vuelve a tener sentido y se calma la angustia. Es, eso sí, un sentido nuevo y necesariamente individual, nunca más se vivirá en el mundo común, pero se puede vivir en este mundo nuevo, si el trabajo delirante es bien realizado y la psicosis se compensa. La brecha puede quedar tapada si el delirante, como decimos, trabaja bien. Se puede señalar que tal remedio es temporal, que otra crisis siempre amenaza en el horizonte, como nos enseñó Schreber, como nos enseñan tantos psicóticos a los que tratamos y con los que tratamos. De todas maneras, es cierto que tal remedio delirante en los psicóticos puede ser temporal, pero ¿acaso la misma vida de cualquier neurótico con sus avatares, con su deriva metonímica del deseo revelando sin quererlo la falta, consustancial e inevitable, es otra cosa que estricta y absurdamente temporal?
Pero entonces, también para los neuróticos, las generales de la ley. Yo pensé que estaba a salvo de tan desagradables circunstancias, y lo que pago de análisis por mes! Vamos, me han arruinado el fin de semana!
ResponderEliminarSaludos.
Si se le exige a Vieta y Colon ( adecuadamente) que sus argumentos son poco científicos y por tanto útiles de la farmaindustria para vender más, será porque la filosófica y lacanista explicación previa está sustentada en algo más que un deseo...o hay varas de medir diferentes...La industria de losnosotrosomosloschachis con otra financiación es también sospechosa y ha mamado perras suculentas a sufridos pacientes en divanes de potro argentino y madrileño.
ResponderEliminarYa se que los fracasos del diván son culpa del paciente, su resistencia y esa estructura inmaterial en la que tanto creen los que no creen...En fin saliente de guardia y forcluido, con la brecha abierta penetrando en lo simbólico, me dan estos devaríos. Manuel Rodríguez
Querido Manolo:
ResponderEliminarAntes de nada, reconocer que es cierto que existe cierta contradicción en lo que señalas, para qué engañarnos. Pero creo que la cuestión es señalar el punto de partida. Vieta, Colom y compañía, en referencia al asunto del asesino noruego, dicen apoyarse en la ciencia para establecer una conclusión no demostrada ("los asesinos múltiples son por definición enfermos mentales") y, en segundo lugar, dicha conclusión lleva a consecuencias lamentables (estigmatización, psiquiatrización de lo criminal, etc.). El aprovechamiento de la industria en lo referente a beneficios de dicha psiquiatrización es otro de los aspectos del asunto.
Pero cuando hablamos de psicoanálisis o filosofía en este blog, nuestra intención, que a lo mejor no hemos sabido transmitir bien, no es presentar semejantes desarrollos teóricos como "la verdad", sino sólo cómo una posible forma de ver determinadas cosas. Por supuesto, sin base científica si por tal entendemos el positivismo propio de las ciencias naturales.
Es decir, criticamos determinadas posturas que se presentan como "científicas" porque, creemos, que en realidad no son tales e intentamos, humildemente y tal vez sin mucho acierto, desvelar sus contradicciones y consecuencias.
Y cuando hablamos de psicoanálsis, desde luego reconocemos de entrada su acientificidad. A pesar de lo cual, creemos que puede ser útil como hermenéutica del relato de determinados pacientes.
Y, por supuesto, el psicoanálisis de diván ha sido iatrogénico para mucha gente (en salud, sentido común y, desde luego, coste económico). Excepto para neuróticos narcisistas relativamente compensados y con buena situación económica, como fue mi caso en determinado momento, no nos parece muy recomendable (y, en todo caso, un ratito sólo, no vaya uno a engancharse...).
En cualquier caso, y entendiendo, creo, la jodida brecha de la que hablas, un gran abrazo, como siempre.
Yo iba a decir algo parecido (peor dicho, claro). A esta teoría le viene ancha hasta la consideración de metafórica de sus 3 o cuatro elementos originales que alimentan un descomunal embrollo. Personalmente, me seducen más las ideas, y que se sostienen mejor científicamente, eso parece, de que la influencia de los roles paternos en los niños es escasa (aunque tenga mis dudas respecto a cuando hablamos del desarrollo de la sexualidad). Que sean las expresiones genéticas quienes vayan al final a organizar coherentemente las casi materiales (como un cuerpo) funciones mentales que impiden una ruptura y su correspondiente reconstrucción como un orden psicótico. Sin olvidarme que, en otro sentido, la socialización con otros niños tb me parece fundamental para no llegar neurótico a la vida adulta. No me parece que se pueda ir más allá... de la opinión intuitiva.
ResponderEliminarJosé, permíteme una disgresión. No le echemos la culpa al "psicoanálisis de diván" y menos aún, considerarlo iatrogénico. Sí, tenemos que reconocer, que ha habido y habrá cantidades de charlatanes que se dicen o se hacen llamar psicoanalistas y eso no es culpa del psicoanálisis. Aquí, nobleza obliga José.
ResponderEliminarSaludos.